El pasado viernes 18 de noviembre, este infausto año de lutos ennegreció aún un poco más, tras conocerse la muerte de una –otra– referente de una industria musical que, en este 2016, no ha hecho sino sumar duelos. Y el pesar es hondo al despedir tempranamente, a sus 60 años, a Sharon Jones, dueña de una garganta poderosa, a la que solo hacía sombra su irrefrenable contoneo. “Nosotros inauguramos este renovado interés”, solía aclarar la dama torbellino en referencia al sonado revival soul y funk de la última década, del que fue –en buena parte- responsable, además de protagonista–. A punto tal que acabó siendo su banda, TheDap-Kings, la convocada por Mark Ronson para grabar “Back to Black” con AmyWinehouse y echarlo a rodar en escena. Por aquel entonces, Sharon Jones & TheDap-Kings ya tenían dos –excelentísimos– discos en su haber: “DapDippin’ with Sharon Jones and theDap-Kings” (2002) y “Naturally” (2005), al que pronto sucedió “100 Days, 100 Nights”, de 2007, “I Learned the Hard Way”, de 2010. Álbumes que cautivaron almitas muchas, incluidas las de Lou Reed, Michael Bublé, Phish, Rufus Wainwright, David Byrne que, tras escuchar a la potente e imponente SJ, no se resistieron a cantar con ella. 
Y aunque la Reina del Funk –como fuera bautizadas– había entrenado las cuerdas toda su vida, recién en 2002, gracias a Daptone Records y con 46 pirulos, recibió la atención y la posibilidad de grabar los LPs que merecía. Tardía explosión, sí, pero ciertamente duradera… Hasta ese momento, se había mantenido a trote cantando góspel en misas, oficiando de corista para distintas formaciones, grabando algunos singles, trabajando en bandas para casorios y cumpleaños; aquello mientras, ducha en taekwondo, laburaba como ¡guardia de seguridad en cárceles y en bancos! “Fue difícil. Durante años, las discográficas me decían que era demasiado gorda, demasiado negra, demasiado baja, demasiado vieja. Pero mírenme ahora”, se contentaba la perseverante dama acerca de su “comienzo” demorado. Apenas uno de los muchos obstáculos que superó en vida. Desde el minuto cero, de hecho. Porque en la Estados Unidos segregacionista, su madre fue trasladada al ¡trastero! de un hospital –que no admitía afroamericanos en habitaciones o quirófanos– para que pariera a Sharon. Nacida en Augusta, Georgia, en 1956, cuando SJ tenía 3 añitos, mamá Jones se separó de papá Jones, un hombre abusivo. Mudando a sus seis hijos a un barrio pobre de Nueva York, donde los disturbios racistas “arrasaban cuadras enteras, física y espiritualmente”, según recordó en cierta ocasión SJ.
“Jones era el sueño de cualquier reportera: locuaz, espontánea, divertida, amena”, sincretiza una apenada periodista y escritora norteamericana –Amanda Petrusich, del New Yorker–, en un cándido artículo que despide a la artista. Donde rememora un encantador encuentro que acaeció dos años atrás, en 2014, a razón de la salida de “Give the People What They Want”, quinto disco de la artista. “Me habló de sus tratamientos contra el cáncer mientras fumaba marihuana de un vaporizador azul. Se quitó las gafas y, de modo conspiratorio, me preguntó si podía ayudarla a enviar un mensaje de texto. Cuando –finiquitado el desayuno– retiraron nuestros platos, pidió un tazón de helado de vainilla, y se aseguró de que viniera con una cuchara extra para compartirlo conmigo”. Detalles que pintan un modo gentil, y que Petrusich ofrece, despachando una cantada verdad a cuatro vientos: “Comprendo que, con el luto fresco, es fácil ser hiperbólica acerca de su legado. Pero dudo que alguien pueda negar la increíble potencia de esa voz incitante, corpulenta. Cantaba y se movía de un modo tan puro e instintivo que cualquier otro performer cercano a su órbita parecía perezoso y, en comparación, frío”. 
En aquella interviú, Jones ya estaba calva a causa de la quimioterapia, pero se negaba a usar peluca en sus conciertos. “Concesiones como esa solo la ralentizarían; no había lugar en sus actuaciones para la vanidad”, apunta la periodista. Vale decir que el desgarrador momento en el que Sharon se rapa fue capturado en filmina por la documentalista Barbara Kopple (ganadora del Oscar en dos oportunidades: en 1977 por Harlan County, y en 1991 por American Dream) que, en paralelo a que la cantante fuera diagnosticada con cáncer de páncreas, ya había comenzado a seguirla, permiso mediante, para hacer una película en su honor. Bajo el slogan “los sueños nunca caducan, pero a veces son postergados”, Miss Sharon Jones! estrenó hace poquitos meses en salas de Estados Unidos.
La cinta significó también el estreno de un nuevo y autobiográfico single, “I’m Still Here” (2015), incluido en el soundtrack, cuya letra festeja el simple hecho de estar viva; a pesar del racismo que vivió en los años mozos, de los reiterados rechazos que padeció década tras década, de tener que batallar contra la enfermedad perra durante más de tres años, Jones agradecía tener otro día para tararear. Y aprovechó todos y cada uno al máximo. Solo en el último año, sin más, lanzó un álbum navideño, “It’s a Holiday Soul Party”, se paseó en gira nacional con sus amados Dap-Kings; grabó comerciales; presentó su docu en festivales. “La música es mi alegría, es mi felicidad”, decía a quienes le recomendaban guardar reposo, aclarando cómo “cuando te centrás en la canción, tu espíritu y tu cuerpo entran en comunión”. “Algo se apodera de mí antes de subir a un escenario y se lleva todo mi dolor”, ofreció en una de sus últimas entrevistas. Y, según cuentan sus seres queridos, que la acompañaron en las horas finales, no dejó de cantar ni siquiera en sus últimas horas.