De entrada quiero plantear tres razones que sostienen mi análisis:
- Un discurso cuanto más verdadero y auténtico, es siempre incalculable en sus efectos.
- El discurso que cumple esas condiciones es siempre a título personal, por político que sea en su enunciación, solo se pronuncia en primera persona. Dada su condición singular nunca se habla en nombre de otros.
- Quien lo pronuncia, en este caso Cristina, tampoco sabe del todo cuáles son los efectos de lo dicho por la siguiente razón: cuando la verdad atraviesa a un sujeto, el sujeto se vuelve el portador de unas palabras que inauguran un nuevo tiempo de comprender.
Por todas estas cuestiones el discurso pronunciado por Cristina no tiene una traducción colectiva inmediata.
Ahora se inicia otro tiempo de comprender hasta que se precipite el nuevo momento de concluir.
La única verdad irreductible que presenta el discurso de Cristina es la siguiente: su interpelación del sistema político dominante es tan radical que se ha situado en un lugar de anticipación donde ya ningún poder puede alcanzarla: nadie la puede meter presa ni la pueden proscribir porque se ha situado en un lugar excepcional e inalcanzable.
Si lo hacen, ya será demasiado tarde, porque ella ya ha definido su propio lugar en la historia. Ella los ha condenado antes de que cualquier decisión que se tome con ella tenga lugar. Lo que se propongan sus enemigos llegará tarde.
Por todo esto, su intervención no dispone por ahora de ninguna traducción política, incluso de su propio espacio, comienza un nuevo tiempo del proyecto que denominamos nacional y popular: su Jefa, aparentemente se ofrece a la prisión, pero redoblando la apuesta, construyendo un mundo donde no solo no la pueden alcanzar sino que en su posición no hay identificación posible con la víctima.
Se eleva sobre la escena política en busca del nuevo horizonte histórico, el último intento de perforar la mediocridad que ahoga a la nación.