El capitalismo no es solo un sistema económico- la economía de mercado- sino también el más flexible y absorbente de los sistemas políticos, capaz de procesar disidencias, conflictos y particularidades culturales y sociales que aparecen en el camino. El Estado no es solo un regulador del mercado. Es también un conjunto político que interviene en un sinnúmero de aspectos extraeconómicos como las relaciones exteriores, las prácticas religiosas, la educación, la defensa o la salud.
Aun con todo esto, no se puede describir al sistema capitalista en su conjunto. También están las prácticas sociales, el arte, la cultura, el cuidado, el deporte, las redes solidarias, las relaciones entre sexos, entre otras. Todo esto interactúa en un sistema en el cual la plasticidad del capitalismo es al mismo tiempo su condición de supervivencia. El secreto consiste en que el mercado y el Estado, los actores principales de esta obra, absorban e institucionalicen prácticas propias y ajenas.
Consecuentemente, cada Estado-nación y cada conformación de mercado tiene sus particularidades, dependiendo de la interacción de los colectivos políticos, sociales y económicos, sus consensos y conflictos. Esto que, aparentemente, es obvio no siempre se toma en cuenta a la hora de esbozar políticas económicas. El mainstream académico de la ciencia económica contiene paquetes standard, ahistóricos, apolíticos, que terminan siendo una limitante enorme para encontrar soluciones.
La aplicación de las llamadas recetas dan resultados diferentes según el contexto en el que se aplican. Se enfatiza que esto que parece una obviedad, constituye la base excluyente sobre la cual se monta una política económica que no es neutral en este juego de interacciones. Consecuentemente, una aplicación ciega o un diagnóstico inadecuado deja a los hacedores de política económica con esa sensación de: ¿Por qué esto me pasa a mí?
Localmente, la combinación de las prácticas derivadas de la economía bimonetaria, subdesarrollo financiero y puja distributiva donde su sector plebeyo tiene una alta institucionalización y capacidad de movilización, con un Estado débil y una aristocracia financiera dividida y sin proyecto político no es un escenario fácil.
Al contrario, la violencia económica campea por todas partes y la hegemonía económica y política es una apuesta difícil. Argentina es un país donde se naturaliza que cada roll over estatal es una espada de Damocles, donde el Estado emite bonos en dos monedas, donde el atesoramiento licito e ilícito se hace en moneda extranjera constituyendo un serio obstáculo para la inversión, y donde las corridas cambiarias forman parte del paisaje.
En este contexto, las soluciones neoconservadoras llevan el germen de catástrofe ya sea por aumento del endeudamiento externo, su única manera de lubricar el crecimiento o por ruptura de su alianza política o una combinación de ambas. Las soluciones desarrollistas o distribucionistas, por su parte, desembocan generalmente en un crecimiento vertical de la tasa de inflación motorizado por el repudio masivo a la moneda nacional y una intensificación de la puja distributiva en el cual el Estado promotor de estas soluciones se ve cada vez más debilitado. Más aún si estas soluciones se dan en un contexto donde el colectivo gobernante se debilita a si mismo mediante una política de diálogo inconducente con aquellos representantes de los sectores dominantes solo concentrados en sus intereses sectoriales.
Huelga decir que la salida por arriba de este callejón es una estrategia de construcción de hegemonía, con una serie de reformas estructurales cuyo objetivo sea la eliminación de los diferentes síntomas de violencia económica. La inflación, en este aspecto, es una manifestación de una estructura socioeconómica distorsionada.
La absorción de la violencia económica por parte del Estado en su rol de mediación requiere decisiones firmes en materia de ordenamiento de las prácticas económicas con señales muy contundentes de una moneda única nacional, de nuevas reglas financieras y fiscales y de premios y castigos disciplinantes de los sectores dominantes. Y entonces sí, es harto probable que las recetas de política económica no conduzcan inexorablemente a fracasos memorables o a inestabilidades sistémicas.
*Economista