Uno de los debates más curiosos que se han planteado en la actualidad es el de si una mujer lesbiana, por poner un ejemplo, estaría incurriendo en un acto tránsfobo al rechazar a una mujer trans que pudiera en un primer momento haberla atraído. La noción del esquema sexual subyacente que hemos desarrollado a partir de Merleau-Ponty sirve particularmente para dar una respuesta a este tipo de casos. Así, sería absolutamente lógico que se pudiera presuponer de una mujer trans un esquema sexual subyacente que incorporara todas las características que la sociedad identifica con el sexo hembra, incluyendo la presencia de una vulva; el rechazo se produciría al descubrir que la genitalidad no coincide con el esquema sexual que se había presupuesto en un principio. 

La genitalidad no es solo de tremenda importancia en la construcción del esquema sexual: también lo es, en muchas ocasiones, dentro de la definición de las orientaciones sexuales, que para deshacerse de prejuicios y odios sociales anteriores han procedido a la reificación e insistencia en los órganos sexuales (con lo que tanto la vulva, en el imaginario lesbiano, como el pene, en el imaginario de los hombres homosexuales, ocupan lugares muy señalados). 

A nivel social, es evidente que el rechazo que partiría del descubrimiento de que los genitales de una persona no coinciden con los esperados tiene mucho que ver con la incapacidad para concebir desde un primer momento la existencia de las personas trans o, más bien, de cuerpos no asimilados dentro del estándar. Deconstruir estos presupuestos es complicado, pues son internalizados incluso por las propias personas trans. La genitalidad no es lo único que construye la orientación sexual y menos el deseo, que puede darse de muchas maneras que no la impliquen; veo particularmente estéril cualquier debate que insista, por ejemplo, en que toda mujer 135 lesbiana habría de deconstruir su rechazo a los penes o a la genitalidad que típicamente se ha asociado con el sexo macho. El hecho de que se vea atraída por un esquema sexual subyacente identificado con la mujer que incluye una vulva no hará, tampoco, que el objeto de su deseo incluya necesariamente a hombres trans cuyo esquema sexual subyacente observable sea el identificado con lo macho: el funcionamiento de estos mecanismos es, como podemos ver, bastante complejo. 

Creo que es una cuestión que se resuelve, más que otra cosa, con la visibilización de aquellos cuerpos que no encajan en las nociones preconcebidas, que difieren de ese sistema inicial. Por lo tanto, no se es menos o más heterosexual u homosexual por sentir deseo por una persona trans o acostarse con ella, pues lo fundamental en la orientación del deseo sería, predominantemente, hacia qué esquema sexual subyacente nos sentimos atraídos y con qué esquemas sexuales (que no son inmutables y pueden variar de sujeto a sujeto, igual que varía la internalización del género) se elabora el deseo del sujeto, sea cual sea su orientación. Esta misma orientación o direccionalidad del deseo tampoco se erige como algo inmutable: es, de hecho, algo que puede cambiar a lo largo del tiempo y adaptarse según circunstancias dadas. La modificación de aquellos cuerpos que son marcados como deseables no constituye un programa político que afecte exclusivamente a las generaciones venideras, sino que también nos incumbe a quienes ya estamos aquí, definidos como sujetos o cuerpos deseantes. 

Si es así en el caso del deseo, aparecen algunos mecanismos parecidos en el caso de la violencia, pues son dos ámbitos que frecuentemente van enlazados. Si asumimos la existencia de los esquemas sexuales y de las «interpretaciones» o «lecturas» que un sujeto puede hacer de otro, tendremos entre manos un sistema en el cual la ambigüedad está hoy en día más presente que hace algunos años. Pero no toda violencia se debe a la ambigüedad o a la incapacidad para interpretar cómo se ubica una persona según los roles generizados o en función de ciertos esquemas. Propongo separar la violencia del género en dos categorías: por una parte, la violencia estructural; por otra, la violencia correctiva. La presencia de la palabra estructura no significa, claro, que el segundo tipo de violencia trate casos aislados sin relación entre ellos. 


Hoy viernes 9/12, a las 20 hs en Casa Brandon (Luis María Drago 236, CABA)
Escritura en vivo con Elizabeth Duval (España) y Silvina Giaganti (Argentina)
Musicaliza Violeta Alegre e ilustra en vivo Juan Malka.
Actividad arancelada y con capacidad limitada.

Más info: brandon.org.ar/home-us