El juego es una acción libre que se despliega dentro de límites temporales y espaciales consensuados. Implica reglas obligatorias y aceptadas libremente por quienes participan. La acción de jugar produce tensión y alegría. Difiere de la vida cotidiana generando emociones, desengaños y entusiasmos extraordinarios. El juego ayuda a fortalecer las subjetividades y estimula la imaginación abriéndola a nuevos mundos y potenciando la creatividad. Johan Huizinga, en Homo Ludens, asevera que sin desarrollo de la actividad lúdica ninguna cultura sería posible. Este historiador neozelandés aportó ideas cruciales para la filosofía del juego. Disciplina que se constituyó a comienzos del siglo XX y crece con el acceso al saber universitario de la educación física. Incidió también el cambio radical en algunos deportes que migraron de la gratuidad a la retribución económica. En las Olimpiadas griegas se jugaba por el honor y se reafirmaba el patriarcado: las mujeres no podían competir y, si estaban casadas, ni siquiera se les permitía asistir a los juegos.
El abanico de los juegos se despliega desde el simple sonajero infantil hasta sofisticados deportes o videojuegos. El fútbol o el truco implican competencia, destreza y azar; la lotería puro azar; jugar al doctor o disfrazarse, simulacro; andinismo o paracaidismo, vértigo, destreza y azar.
Existen juegos de competición, de ingenio, de simulacro, de vértigo, de azar. Todos responden a reglas, desde el simple ta-te-ti hasta sofisticados juegos de mesa o desafíos digitales. Jugar es seguir reglas y recibir puniciones cuando se violan.
En Los juegos y los hombres Roger Caillois propone una sociología a partir de los juegos. Pues lo lúdico es placer e invención, pero también restricción y desilusión. Los juegos de pelota que -según testimonios arqueológicos- existen desde el origen de las culturas tienen diferentes prohibiciones. En algunos la pelota no se toca con las manos, en otros, con los pies, en otros ni con manos ni con pies, sino con las caderas y así sucesivamente. Las reglas del juego presentan modelos controlados de la realidad propicios para robustecerse como seres sociales. Caillois concluye que los juegos de competencia y azar son -y han sido- propicios para el establecimiento de comunidades organizadas.
Jugar mucho en la infancia propicia una adultez inteligente y feliz, dice el Premio Nóbel de Medicina Stuart Brown. Desde una perspectiva epistemológica positivista entiende que el juego crea conexiones neuronales en el cerebro que posibilitan el aumento de la calidad y la resistencia del sistema nervioso. Se fundamenta en investigaciones empíricas que han constatado que quienes continúan jugando durante su vida adulta tienen menos probabilidad de padecer enfermedades cardiacas o trastornos mentales que las personas sedentarias o refractarias a lo lúdico.
Cito solo uno o dos ejemplos de cada categoría de juegos según la clasificación de Brown: 1) compenetrados (establecer complicidades gestuales o risibles), 2) corporales (bailar, imitar), 3) con objetos (bolitas en el piso, tirar piedras al agua), 4) ficcionales (adivinanzas, crucigramas), 5) narrativos (contar cuentos o anécdotas), 6) creativos (performance, improvisaciones) y 7) juegos sociales (de mesa y deportes). Este médico considera que incorporar el juego en la vida adulta mejora la calidad de la existencia, estimula el cerebro y fortalece la memoria.
El juego es el “trabajo” de la niñez. Indispensable para el desarrollo y la alegría de la vida. No debería faltar en la adultez donde existen también juegos sexuales. Esos que no suelen categorizarse en las clasificaciones de las teorías del juego. Si se habla de la pelota, el remo o la tabla de surf, ¿por qué no reflexionar sobre los dildos? Son juguetes que diversifican el placer, compartido o en soledad. Solitario con naipes o solitario con dildos.
La relación juego-vida ya aparece en Heráclito. En su fragmento 52 establece que “la vida es un niño que juega con los dados, el reino es de un niño”. Se dice que siendo anciano se apartó de la ciudad para vivir solitario en una playa. Cuando alguien se acercaba y pretendía que se involucre en relaciones de poder, como respuesta caminaba lentamente hasta al borde del mar y jugaba a las canicas con les niñes.
Friedrich Nietzsche retoma ese fragmento del Heráclito y piensa bajo la premisa de que el juego es una relación necesaria de las personas con el mundo. Constituye una alternativa jovial a la concepción decadente platónico-cristiana. En su primer libro, El nacimiento de la tragedia, se refiere al juego tensional entre Apolo y Dioniso. Adustez versus disfrute. La razón y la sobriedad apolínea, por un lado, el vino, el sexo y el baile bacanal por otro. La identificación de este filósofo con la reafirmación alegre de la existencia lo impulsan a exclamar que sólo creería en un dios que supiese bailar, es decir, jugar.
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Las delicias de los juegos deportivos no pudieron ser disfrutadas por las mujeres durante milenios. Existe una larga lucha, pero el peso de tanto tiempo de discriminación sigue gravitando sobre mujeres y personas trans. Queda demasiado camino por recorrer. Algunas valientes enfrentaron la segregación de género. Las antiguas griegas establecieron los Juegos Hereos (por la diosa Hera, protectora de las mujeres). Participaban en torneos similares a los masculinos. Sentaron precedentes. Sin embargo, los juegos olímpicos modernos continuaban excluyendo a las mujeres. Pero en 1922 y en 1926 se organizaron Juegos Mundiales Femeninos que presionaron y lograron la incorporación de mujeres en las olimpiadas contemporáneas. En Juegos inocentes, juegos terribles, Graciela Scheines manifiesta que el juego es una actividad mágica. Un ritual que ata y desata energías, que oculta y revela identidades tejiendo una trama misteriosa entre quienes juegan y las cosas, desprendiendo hilachas de universos contiguos y distantes. En el juego convergen el pasado, el futuro y el fragor del presente formando un bello y -a veces- terrible dibujo imaginario. Al jugar se abre una puerta enigmática hacía el otro lado del espejo donde la vida real ya no funciona, como si la identidad se quebrara desparramando fragmentos en los que “la subjetividad se expande y multiplica como conejos saliendo uno tras otro de una galera infinita”.