Entre la maleza de un estudio de radio desvencijado ella quiere rememorar una épica. En una transmisión rudimentaria, un espacio poblado de interferencias que no es descriptivo ni queda atrapado en la literalidad sino está al servicio de a un conflicto a punto de desarrollarse, la hija se propone homenajear al padre. El ser aludido es un ex combatiente de Malvinas que cometió la hazaña futbolera de realizar los goles del triunfo frente a los ingleses en un partido que parece ser evocado como una continuación misma de la guerra.
Allí se congregan el hijo, displicente y ajeno a ese escenario conurbano porque su vida transcurre en Estados Unidos como profesor universitario y el resto de los personajes que en la figura de la hija encuentra su expresión más dramática. En esa suerte de esperpento que construye Bernardo Cappa donde la impronta nacional siempre es distorsionada y discutida a partir de un humor que viene a enrarecer la escena, el personaje a cargo de Maia Lancioni funciona como un ser agónico, casi como una réplica de ese padre que perdió las piernas en la guerra y que se convierte, en la palabra de cada uno de los integrantes de esta obra, en puro fetiche. Ella (en una actuación siempre precisa y brillante de Lancioni que entiende esta estética y le agrega una sensibilidad mesurada a un personaje conectado a un suero, como una Evita virgen o como una heroína del cine argentino de los años 50) es quien conduce el programa de radio, quien sostiene la memoria del padre en una dramaturgia que Cappa piensa en términos de montaje, de una especie de intertextualidad popular donde los textos de referencia son los relatos deportivos. Esa fuerza realista, casi costumbrista, es una zona de fuga para Cappa donde las situaciones nunca quedan detenidas en una propuesta estética sino que se desplazan para alimentarse de otras formas a las que también tritura. Huir de los discursos, de una lectura social demasiado directa, le permite jugar con la arbitrariedad, poner en riesgo el realismo y descolocar al público para que la escena nunca sea predecible.
El relato es una obra sobre un determinado tipo de lenguaje, ese que llega de manera acartonada y delirante cuando aparece el personaje del relator, figura entre grotesca y magnánima que Gustado Sacconi trabaja asumiendo su patetismo pero también sus destrezas. No suelo hacer referencias personales cuando escribo estas reseñas pero en este caso voy a hacer una excepción. Mi padre era periodista deportivo en La Plata y ese mundo que muestra Bernardo Cappa yo lo conocí en mi infancia. Esa estirpe de relatores enfundados en sacos a cuadros, un pocos solemnes y rígidos, con el porte y la educación de otros tiempos, estampaban su autoría cada vez que se sentaban frente a un micrófono. Había en ellos un uso de la palabra que bajo la experiencia actual puede parecer circunspecta pero que no dejaba de ser deslumbrante.
Este dato personal me sirve para pensar que de algún modo Cappa recupera y revaloriza esa tradición del periodismo deportivo que hacía del conocimiento empírico que le daba acumular en su memoria todos los partidos vistos y relatados (pensemos que se trata de una generación que vio a jugadores sobre los que no han quedado prácticamente registros audiovisuales) un capital que defendía hasta las últimas consecuencias. Cuando el relator se niega a seguir un guión (ese guión escrito por el hijo a cargo de Pablo Dos Reis que es un figura desafectada frente a lo que allí ocurre) y dice “Yo tengo todo acá” acompaña esa frase con un gesto que señala su cabeza. Yo escuché muchas veces a mi padre hablar de ese modo y repetir el mismo gesto que era una señal de resistencia. Cappa va hacia ese relato ( palabra que con el tiempo ha multiplicado su valor político) para pensar los conflictos de seres que no han podido deshacerse de los recuerdos, como el remanente de un lenguaje que ya no tiene quien lo invoque.
El relato se presenta los sábados a las 22 en El Camarín de las musas.