Mariana Victoria Flores era una beba de seis meses cuando fue secuestrada junto a su mamá, Laura Repetti, y su papá, Rubén Flores, en Gorriti al 500, el 7 de junio de 1977. Los tres estuvieron cautivos en el centro clandestino de detención La Calamita, aunque desde el primer momento a ellas las llevaron a otra habitación distinta a la de Rubén, quien está desaparecido. Ayer, en la causa Guerrieri 3, tanto Mariana como Laura declararon por primera vez en un juicio oral. "Estar acá es algo que desee toda la vida. Lo siento como un privilegio enorme. Lo único que deseaba era que los que son responsables, se hagan responsables. Nada más", dijo ayer Mariana, una mujer de 39 años, con la voz un poco quebrada.
Tres de los cuatro testimonios de ayer se presentaron por primera vez ante un Tribunal Oral que puede juzgar a los imputados. La vigencia de los juicios por delitos de lesa humanidad se corporiza en cada audiencia. "Hubo momentos en que no decía que era esposa de un desaparecido. Fue muy importante la declaración ante la Conadep, como seguramente lo será esta instancia, porque pude dejar de pensar que era un problema individual para ver que era algo que le ocurrió a una sociedad. Esa acción del Estado es adecuada, sanadora, reparadora", expresó Laura, quien dio testimonio justo después de su hija. A los 62 años, con su pelo blanco largo, Laura recordó a su marido como una persona "extraordinaria, muy inteligente, muy alegre" y remarcó: "Todo lo que hacíamos, lo hacíamos desde el amor". También les dedicó unas palabras a los represores. "Es muy desagradable, es horrible, estar en presencia de terroristas de Estado", comenzó para afirmar que, no obstante, "no pudieron".
La causa Guerrieri 3 juzga a diez integrantes de la patota del Destacamento de Inteligencia 121. Los militares Oscar Guerrieri, Jorge Fariña, Marino González, Juan Amelong y Armando Pelliza y el Personal Civil de Inteligencia Walter Pagano, Ariel López, Juan Cabrera, Eduardo Costanzo y Rodolfo Isach, el único que no tiene condena previa y que estuvo prófugo hasta 2012. Sólo Amelong y Costanzo están presentes en la sala de audiencias. Se ventilan allí los delitos contra 47 víctimas, de las cuales 24 son desaparecidas. El Tribunal Oral Federal número 1, en esta ocasión, es presidido por José María Escobar Cello, junto a María Ivón Vella y Luciano Lauría.
El primer testigo de ayer fue José Animendi, que contó su secuestro en un colectivo, de donde lo bajó la patota para llevarlo a La Calamita. Abundó en detalles sobre el lugar donde lo tuvieron detenido, los azulejos de la habitación "inusuales para una casa de campo", y se detuvo en describir todo lo que recordaba sobre el edificio. Era militante del Peronismo de Base. La ventana del baño, las baldosas calcáreas, los pisos de las otras habitaciones. "A veces la memoria nos lleva cosas extrañas. El piso que debería recordar es donde estuve, pero no es así. No quisiera declarar lo que sé que está guardado en mi memoria y no aparece", expresó el testigo, en una nueva muestra del apego a la verdad al que hace honor cada uno de los que jura o promete ante el Tribunal. En los nueve días que duró su secuestro, una vez le preguntó a la máxima autoridad del campo de concentración, el Comandante Sebastián, qué iba a pasar con él, si lo iban a blanquear. "Acá no blanqueamos a nadie. De acá se sale colaborando o muerto", le respondió el militar, que hoy se puede identificar como Jorge Fariña, según se estableció en las anteriores causas Guerrieri, la primera de ellas con sentencia firme. Unos pocos, como Animendi, fueron liberados en lugares descampados, a la noche, porque su "colaboración" posible no tenía valor para el ejército.
Después de Animendi declaró Mariana, que fue relatando lo que sabía de su secuestro a partir del relato de su madre. "¿Cuál es su profesión?", le preguntó el fiscal Adolfo Villatte. "Soy psicóloga", respondió ella. "Desde esa mirada, ¿qué nos puede decir de lo que significó esto en su historia?", requirió Villatte. "Una de las diferencias entre mi mamá y yo es que a mi mamá le sucedió algo. Cuando tenía más de 20 años. A mí no me sucedió, a mí me constituye. No soy sólo eso, pero no soy sin eso", dijo Mariana mirando al Tribunal.
El siguiente testimonio fue el de Laura, quien recordó con lujo de detalles el secuestro, que a Rubén lo pusieron en el piso del auto, y a ella le taparon la cabeza, tenía a su hija a upa. En el camino pudo divisar por debajo de la venda el motel Ava Miriva, que después le ayudaría a identificar a la quinta de Granadero Baigorria como el lugar al que la llevaron. Laura recordó también que escuchó cómo torturaban a su marido, que era militante montonero. "Una tortura es la propia, y la otra oír torturar a los seres queridos", expresó ayer esta mujer. Tenía terror, además, de que se robaran a su beba. Días después, cuando las iban a liberar, le permitieron a Laura estar unos minutos con Rubén. "El no tenía venda, eso me dio un muy mal presagio", recordó ayer. Su marido le pidió una foto de la nena, la tranquilizó para que se fuera de allí, y le dio el anillo de casamiento. Nunca más supo de él. Ayer resaltó como una de las perversiones de la desaparición la constante espera. También contó cómo era el edificio y rememoró que, antes de la inspección judicial en la instrucción de este juicio, había vuelto a La Calamita para una nota del periodista José Maggi, de Rosario 12.
El último testigo fue Carlos Novillo, cuyo hermano Jorge es uno de los desaparecidos que estuvo en el circuito La Calamita-Quinta de Funes-Escuela Magnasco-La Intermedia. Carlos fue secuestrado el 28 de febrero de 1977 junto a sus hermanos Alejandro y Jorge. La de ayer fue su tercera declaración en un juicio oral, ya que dio testimonio en Guerrieri I y II.
Más allá de los datos duros de la audiencia, lo que pasa allí tiene otra consistencia. Con toda claridad lo dijo Mariana: "Fue muy duro que esto se haya silenciado. Fueron muchos años de silencio. Durante mis primeros 30 años, sólo supe de mi papá por el relato de mi mamá y de mi familia paterna. Pero la desaparición de mi papá se llevó a toda su familia, que se murió de dolor. A partir de los juicios, la gente en la calle me dice 'yo lo conocí a tu papá', 'iba con él a la escuela', 'era mi vecino'. Eso pasa desde hace unos diez años". La Justicia une retazos de una historia desmembrada por el horror. "Tengo un comercio, y hace dos semanas una proveedora que viene hace siete años me preguntó: '¿Tu mamá se llama Laura? ¿Tu papá se llama Rubén?' Nadie me pregunta eso. Ella me dijo que era la prima hermana de mi papá". El espesor de lo que contaba podía sentirse en el aire. "Tardó siete años en hacer esa pregunta", subrayó Mariana. En esa charla, la prima de su padre le dijo que la primera vez que la vio, fue como verlo a Rubén. "Dicen que soy parecida a él", relató Mariana. "Esos son los efectos de la impunidad, y de los juicios. La palabra dicha acá traspasa este edificio, y pasa algo en la sociedad", dijo Mariana, quien consideró que este proceso no le devolverá a su padre, pero tiene "un valor restitutivo invaluable". Al salir dedicó una amplia sonrisa para la zona donde estaban los abogados querellantes Nadia Schujman, de Hijos, y Santiago Bereciartúa, de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Se leía alivio y paz en su mirada.