Muchos de nosotros tenemos amigos, familiares o conocidos en y del mundo de la Justicia. Conocemos abogados, fiscales, secretarios, jueces, funcionarios y trabajadores judiciales. Y la gran mayoría de ellos, nos consta o nos lo dijeron, son gente de bien. Es decir, creen en el valor de su trabajo y distinguen lo que está bien de lo que está mal, entienden la importancia de un sistema de justicia medianamente consensuado y justo para que una sociedad pueda vivir como un grupo de humanos y no de bestias salvajes y que la vida y los bienes estén protegidos. La mayoría de ellos, no importa su simpatía política eventual, comparten el valor de la honestidad intelectual y de la otra, el humanismo como un marco de valores y la idea de una sociedad con la menor cantidad de desigualdades posible. Y todos ellos eligieron su profesión o su carrera académica por creer en el valor de la justicia o bien por contribuir con su trabajo cotidiano a proveerla de manera eficaz y solidaria.
Por eso es que hoy, ante una de las muestras más horrendas (y la confirmación de las sospechas populares) del pantano de corrupción y de devastación moral y profesional del sistema judicial argentino es que no podemos evitar preguntarnos: ¿dónde están todos?
¿No tienen nada que decir las asociaciones de profesionales de todos los fueros, los miles de jueces y juezas, fiscales, fiscalas, secretarios y secretarias, frente a una permanente y sostenida degradación de la profesión, de todas las garantías, de todo lo que estudiaron, leyeron y dicen representar? ¿Nadie, en todo el sistema de justicia de todo el país, de la Nación, de las provincias, de las jurisdicciones tiene algo para decir frente a los atropellos y mamarrachos que viene perpetrando un núcleo de jueces federales en nombre de todos?
¿Dónde están los empleados judiciales, los estudiantes de derecho, los profesores titulares, adjuntos y ayudantes, los sindicatos, las universidades?
Nadie, absolutamente nadie tiene algo que decir una vez que ya hemos soportado la convalidación de golpes de estado, de dictaduras, del mayor atentado terrorista en Argentina, totalmente impune, de los millones de presos sin condena, de los amparos a favor de poderosos sin resolver, de fallos que un estudiante medianamente formado sabe que son una burla a todo lo que se les enseña? ¿La muestra pública del accionar de una banda delictiva que involucra al Poder Judicial y que confirma su relación estrecha con los dueños del poder económico no los sacude aunque sea en los valores básicos del liberalismo que los cobijó desde siempre? ¿Y los abogados y estudiantes socialistas, marxistas o al menos alternativos o progresistas?
¿Es verdaderamente tan fuerte el pacto de pertenencia a la “familia judicial”? ¿Tanto como para dejar que se arrastre por el descrédito, por la bronca popular, por el desprecio el sistema de creencias y las ideas por las que comprometieron su existencia o por las que trabajan?
Es imposible que no sepan las consecuencias que un sistema judicial tan servil a los poderes concentrados, a los patrones, a los especuladores, a los evasores, a los dueños de la tierra tiene en contra del futuro de nuestros hijos y nietos, de toda la población.
¿Por qué no salen a la calle? ¿Por qué no hablan? ¿Por qué no protestan en medios, en juzgados, en los palacios, en sus bares, sus estudios, sus oficinas, sus casas, sus countries, sus círculos sociales? ¿Por qué no rompen el cerco aristocrático impuesto por el uso y las costumbres? ¿Por qué no se ponen codo a codo con los otros poderes, los representativos, los de la gente?
Las sentencias insostenibles contra líderes populares, el aval a los golpes de todo tipo, la impunidad de los poderosos, la exhibición pornográfica del prevaricato y la sinrazón republicana, todo ello es aún más intolerable con el silencio de los judiciales. Desalienta, descorazona, asombra, duele. Necesitamos sus voces, no como corporación sino como trabajadores y trabajadoras y hombres y mujeres de derecho. Como parte del pueblo argentino.
¿Dónde están todos los buenos del Poder Judicial?