El rostro de felicidad de Ural Thomas mientras aplasta una bola de helado gigante como si fuera un bollo de pizza lo dice todo. Amante de la vertiente más optimista de la música soul, carisma magnético de escenarios míticos devenido leyenda de un barrio de clase trabajadora en Portland, en estos días celebrará 83 años en su momento de mayor popularidad luego de cuatro décadas cantando para vecinos en su garage. Un ámbito muy diferente a los que acostumbraba frecuentar a mediados de los sesenta, cuando viajaba entre Los Ángeles y Nueva York para abrir shows de Otis Redding, Etta James, los Rolling Stones o James Brown, que lo fotografió para la tapa del único simple en vivo que Ural grabó por aquellos años en que la alfombra roja parecía desplegarse con un futuro prometedor en la industria. Pero entonces algo se rompió. Las razones cambian y se acumulan según qué entrevista uno lea: un par de contratos caídos por exigencias imposibles, escasa difusión de sus grabaciones, el ambiente hípercompetitivo de sus colegas o una discográfica que se robó un par de composiciones suyas. Lo cierto es que en 1968 empacó sus trajes de colores brillantes y se volvió a su ciudad. Poco después se casó, consiguió trabajo en un astillero y decidió continuar con la música bajo sus propias reglas: bautizó a su garage The House of Entertainment y cada domingo por la noche organizó grandes comilonas y sesiones musicales a puertas abiertas para quien quisiera sumarse.
El rito se convirtió en tradición y se extendió a lo largo de cuatro décadas, hasta que en 2014 un joven DJ y baterista local, Scott Magee, le propuso armar una banda con la que pudieran salir a tocar en bares de la ciudad. La llamaron Ural Thomas & The Pain, y partir de ahí todo se encendió. “La idea era sonar como una de sus agrupaciones de los años sesenta”, contó Magee. “Nadie pensaba en un gran regreso ni nada por el estilo, pero en cuanto la gente lo vio sobre un escenario enloqueció”. En tres años grabaron los primeros dos discos de estudio en la carrera de Ural y los editaron en el sello independiente de una discográfica local. Entonces comenzaron a girar por bares y teatros de la ciudad, algo que el cantante no había hecho en décadas, y el boca a boca creció a tal punto que su casa ya no pudo contener a la cantidad de gente que se acercaba a las sesiones domingueras. El fenómeno llegó a oídos de Simon Raymonde, ex Cocteau Twins y creador del sello Bella Union (hogar actual de Spiritualized o Flaming Lips), quien puso a disposición la maquinaria de su discográfica para el tercer álbum de la banda. Y así, en julio de este año, llegó Dancing Dimensions, el fantástico disco en el que por primera vez incluyeron todas canciones nuevas y con en el que aggiornaron su sonido sin perder el espíritu tradicional de las composiciones de Ural. Pronto se sucedieron presentaciones en festivales o en el clásico programa británico de TV de Jools Holland (que se sentó al piano con él para una versión a dúo del clásico “Stand by Me”) y las bendiciones de Elton John o el influyente locutor Gilles Peterson de la BBC, el John Peel del nuevo jazz británico. Las revistas especializadas hablaron de Ural como el nuevo gran regreso de un sobreviviente original de la música soul, pero él tiene otra idea: “No estoy seguro de que sea un regreso... ¡Yo nunca me fui!”.
Nacido en 1938, hijo de un pastor y una cantante de gospel y séptimo de dieciséis hermanos, Ural atravesó en su formación autodidacta el recorrido de la música popular negra de mediados del siglo pasado: en los años cuarenta comenzó a incursionar en coros gospel, en su adolescencia integró grupos de doo-wop con los que cantaba en plazas y esquinas, luego formó con amigos una banda de rhythm & blues que llamaron The Monterays y finalmente se lanzó como solista de música soul. “Mientras mis compañeros se distraían con chicas y alcohol yo solo estaba interesado en hacer el amor con la música”, contó recientemente a la revista Mojo. “Pero después comencé a involucrarme con el lado comercial, y ahí todo cambió”. En 1964 tuvo un hit local en Portland con The Monterays, y tras la disolución de esa banda apareció en escena Jerry Goldstein, manager de Sly Stone, quien se llevó a Thomas a Los Ángeles. A partir de allí llegaron dos simples para sellos prestigiosos y shows junto a algunos de los artistas más reconocidos de su época (“Mick y Keith eran encantadores, pero Otis y James Brown se odiaban, parecían nenes caprichosos”). Pronto comenzaron los viajes de costa a costa, con cuarenta y cuatro noches actuando en el mítico teatro Apollo de Harlem. Pero no pasó mucho hasta que se desilusionó por completo de la escena.
Cuando Magee lo contactó a mediados de la década pasada, Ural, ya jubilado y con nietos, continuaba presentando sus nuevas composiciones los domingos por la noche en su garage. “Yo pasaba sus simples en mis sets, pero no sabía que seguía haciendo música, y mucho menos que vivía a unas pocas cuadras de casa”, contó. Así como en sus dos primeros discos, Ural Thomas & The Pain (2014) y The Right Time (2017), buscaron y lograron sonar como una grabación perdida del sello Atlantic de los años sesenta, Dancing Dimensions suena decididamente contemporáneo, con letras que destacan el espíritu siempre joven del cantante y videos a tono. Ahí está el delirio espacial del video de “Dancing Dimensions”, el tema que abre el disco, en el que Ural escapa de dos patos antropomórficos que le disparan rayos láser montados en dinosaurios mientras él mira muy tranquilo un paisaje lunar. El lanzamiento fue también acompañado con una serie de cortos en los que el soulman conduce la parodia de un talk show, un delirio digno del Fantasma del Espacio o Peter Capusotto. En uno de ellos entrevista a su yo del futuro, y en otro regala su receta para un helado ideal: sobre una montaña de diferentes gustos suelta una lluvia de gomitas, confites, bananas, nueces, salsa de chocolate y galletitas partidas, para finalmente aplastar y mezclar todo con la mano mientras suelta onomatopeyas como de dibujitos animados. De fondo suena la contagiosa “Gimme Some Ice-cream”, uno de los cortes de su último disco. “Nunca se es demasiado viejo para divertirse, la alegría que sentí cuando comencé a cantar de niño siempre siguió conmigo”, contó en una entrevista reciente. Y remató: “Lo mío no es tocar por dinero, ni competir con nadie, ni tratar de ser mejor que nadie. Todas esas cosas que no llenan el alma no son música para mí”.