Corría el año 1969, y en el entonces 46th Street Theatre de Broadway hacía su debut un musical escrito por Peter Stone (asimismo guionista de la refrescante comedia Charada, protagonizada por Audrey Hepburn), con canciones de Sherman Edwards, titulado -sin más- 1776. Fecha en la que se firmó la Declaración de Independencia en los Estados Unidos, que es precisamente la temática de esta pieza que vuelve sobre los pasos de John Adams para asegurar suficientes votos de las colonias a fin de romper con el dominio británico, apoyado por Benjamin Franklin y Thomas Jefferson. Coinciden especialistas norteamericanos en el género que, en esos días, parecía improbable el éxito de una propuesta que presentaba a los “Padres Fundadores” cantando y bailando mientras el país estaba inmerso en la Guerra de Vietman y otro musical, el pacifista Hair, era un sonado suceso. Sin embargo, contra todo pronóstico, 1776 devino la mar de popular: superó las 1200 funciones, se embarcó en una gira nacional, ganó varios premios Tony, al tiempo (1972) fue llevada al cine…
Pues bien, 1776 ahora vuelve a ser noticia por una puesta que se estrenó recientemente en Broadway y que no ha dejado a nadie indiferente, sobre todo a causa de su casting, que le confiere un giro radical a la pieza. Sucede que, en vez del elenco mayormente masculino y blanco que típicamente ha representado a los personajes, esta nueva adaptación está protagonizada exclusivamente por mujeres, personas trans y no binaries, muchas de ellas de la comunidad afro. O sea, por gente que ni por asomo fue tenida en cuenta en la famosa Declaración de la Independencia de los Estados Unidos.
Así lo subraya su directora, Diane Paulus (Jagged Little Pill, Pippin, son algunos de sus trabajos pasados), quien ha querido poner en evidencia que los valores del histórico manifiesto -en especial, la mención de que todos nacemos iguales frente a la ley- resultaron, en la práctica, una quimera para mucha gente excluida. La libertad, la equidad y la justicia prometidas fueron traicionadas desde el mismo momento en que se ratificó un papel donde, por ejemplo, se tachó la cláusula que condenaba la trata de gente esclavizada. Y el sufragio femenino, por cierto, recién llegaría un siglo y medio más tarde.
Ojo, explica el New York Times que la puesta original de 1776 no pretendía canonizar a los fundadores, darles estatus divino. Los propios Stone y Edwards lo dejaron bien claro en los días del estreno: “Dios hace un teatro malísimo”. La moraleja, en todo caso, era que ningún cambio profundo es posible sin traicionar algunos ideales. Lo que pone sobre el tapete la flamante versión, empero, es que -según qué valores- la causa entera se pervierte. Finalmente, como diría hace unos años Lin-Manuel Miranda al referirse a Hamilton, su obra triunfal, “las luchas que se libraron en la fundación de los Estados Unidos siguen abiertas” (racismo y misoginia, entre ellas).
“Ninguna de las personas que está sobre el escenario hubiera siquiera podido poner un pie en el Salón de la Independencia en 1776”, destaca Paulus, y agrega: “Esta no es una recreación histórica, no es una pieza de museo: es una representación de un hecho clave del pasado que busca profundizar nuestro entendimiento de los EEUU de hoy en día”.
De hecho, junto al reconocido coreógrafo Jeffrey L. Page (que se muestra encantado con la premisa rectora: “Poder mirar la fundación de nuestra nación a través del lente del feminismo”), quisieron dejar en claro el artificio teatral en los primeros segundos del musical, cuando 22 intérpretes con ropa actual van mudando de vestimenta, adoptando las levitas, los zapatos con hebillas y otras prendas de época. Así, la actriz afro Crystal Lucas-Perry toma el rol de Adams, mientras Patrena Murray (oriunda de Jamaica) hace lo propio con Franklin, en una puesta que ha entusiasmado sobremanera a medios como el Washington Post, que al respecto declara que, con este notable elenco insólito, la Declaración de la Independencia cobra nuevos ribetes “como si hubiese sido escrita explícitamente para estas mujeres, personas trans y no binaries” en una realidad alternativa donde efectivamente “todas y todos somos iguales”.
En temas relativamente vinculados, vale un breve aviso parroquial ya que estamos de -imaginario- paseo musical por la Gran Manzana: en días recientes el MET Opera estrenó una nueva ópera, The Hours, basada en el conocido film dirigido por Stephen Daldry a partir de la homónima novela de Michael Cunningham, que a su vez está inspirada en La señora Dalloway, de Virginia Woolf. Según la crítica favorable, en esta pieza contemporánea compuesta por Kevin Puts con libreto de Greg Pierce, el poderoso trío de divas operísticas (las sopranos Renée Fleming y Kelli O’Hara, la mezzosoprano Joyce DiDonato) hacen una maravillosa tarea representando un día en la vida de tres mujeres que, aunque divergentes en el tiempo, convergen en dolores, inquietudes, pesares: la propia novelista británica, que lucha por crear este relato en 1923; un ama de casa infeliz en los años ’40, que siente un vacío en el centro mismo de la vida mientras lee el relato conmovedor, poderoso, de Virginia; una editora de Nueva York a fines de la década de 1990, que prepara una fiesta para un ex amante gravemente enfermo. Todo un evento que, en cierta manera, Woolf sea llevada a la ópera, a través de una obra que hace patente cómo algunas heridas históricas, como diría Miranda, siguen abiertas, aunque empiezan a cerrarse…