No son canciones sino una serie de cantos y sonoridades. Anahi Rayen Mariluan dice que pone la voz pensando en el concepto mapuche itrofill mongen, traducible como “todas las formas de la vida”. La serie arranca con los temas “Treng Treng Kay Kay” y “Zomo ñi Ko” –cuya melodía forma parte de la película Cuentos de la tierra, de Pablo Nisenso, a estrenarse en breve–, que acaba de subir en las tiendas digitales como adelanto de su quinto disco, Zomo ñi ko, inspirado en la creación de los mares y la tierra. Anahi Mariluan aparece transfigurada en un ser cuidador del bosque tanto como en un yuyo del lago, por la impronta de cantar desde voces no humanas, aquellas que “dejamos de escuchar cuando nos alejamos de la tierra”, según sus propias palabras. A Zomo ñi ko lo define como un arrullo surgido de la profundidad azul, allí donde llegan los ecos de los kultrun, instrumento sagrado y cosmogónico. “El agua es recíproca con el sonido colectivo, en este caso organizado desde una presencia femenina. Zomo ñi ko significa mujer, mi agua, porque en nuestras almas cantan miles de abuelas”, explica Anahi como concepto.
La cantora patagónica –autodefinida como “traductora de los sonidos que nos rodean”– de 44 años, que nació en Neuquén pero actualmente vive en San Carlos de Bariloche, se acompaña en su música de los instrumentos del pueblo mapuche: kultrun, kaskawillas, trutrukas, trompe, waza, pifilka, pilolo y ñorkiñ, los cuales mezcla con guitarra, bajo y piano. Guardiana de su lengua, compositora, en camino a doctorarse como antropóloga, docente de música y con una trayectoria reconocida por sus pares, Anahi Mariluan no es una artista al estilo convencional. Sus temas se escuchan en forma de plegarias, como experiencias de otro espacio y de otro tiempo, como reconocía Mercedes Sosa. “Es necesario amar lo distinto”, dijo una vez Mercedes, cuando conoció esas sonoridades por el dúo patagónico Chehébar Navarro.
Así por ejemplo, en el canto “Pire” –Nieve– de su segundo disco Amulepe taiñ purrun (2016), Anahi Mariluan opera como traductora de un ritual antiguo. Canta, en su idioma: “Vengo del agua/ Mi origen está en el agua/ Mi fuerza está en el agua/ Tierra/ En esta tierra hay arroyos/En esta tierra hay cascadas/ En esta tierra vive el guardián del agua”. Para los mapuches, la palabra dicha compromete a quien la dice, sin que los papeles obliguen ni recuerden. “Me expreso políticamente, por eso canto en mapuzungun”, se posiciona Mariluan. “Milito por la restitución sonora de mi comunidad ante la omisión y el silenciamiento. El mapuzungun ha pasado milenios sin necesidad de escriturarse, hoy tiene muchas personas que lo enseñan y que contribuyen a su permanencia. Pero nuestra lengua permanece en riesgo. La oficialidad de las lenguas originarias es materia pendiente del Estado, porque el pueblo mapuche prexistió a este y sufrió su genocidio”.
Inquieta y prolífica, Anahi Mariulan es la protagonista excluyente del documental Mankewenuy (Amiga del cóndor, de reciente estreno en festivales del país y en espacios INCAA), en donde despliega su tarea como música e investigadora. Suele visitar frecuentemente Buenos Aires, invitada por colegas. Hace poco participó de una charla en el Centro Cultural Borges titulado “Pueblo mapuche, nuevas persecuciones, la resistencia de siempre”, junto al fotógrafo Pablo Piovano y el escritor Adrián Moyano. Y tiene un proyecto con el pianista Horacio Lavandera, que la convocó maravillado por los instrumentos armónicos del pueblo mapuche.
Entre el primer trabajo solista de Anahi Rayen Mariluan, de 2015, y Ancestras –o "Futrakecheyem zomo"–, editado en 2021, mucha agua corrió bajo el puente. Así lo piensa Diego Lenger, del Club del Disco, encargado de editar su música. Cada álbum de la cantante mapuche es una suerte de misión, la de dar a conocer su cultura en todo el mundo. Algo que la llevó a estar presente en conciertos, festivales y exhibiciones documentales en Estados Unidos, Alemania y América Latina. Premiada por la musicalización del cuento para niños “Ufiza” –Oveja–, ilustrado por la artista plástica Alicia Pez, suele mezclarse con otras disciplinas, como el espectáculo que dio en el CCK junto a las poetas mapuches Liliana Ancalao, Vivi Ayilef y Vanesa Llancaqueo. Incluso se atrevió a la dirección cinematográfica en su otro documental Cantos de la memoria, cantos con sentido, sobre la tradición de las cantoras del norte neuquino. “La poética de Anahi se nutre de la cancionística actual y es un puente entre los ritos de su pueblo, en el que la música no es algo que esté separado del rezo, de los cuentos, del baile o del trabajo. Tiene algo de letanía, y también suele incluir sonidos de la cordillera, de la costa o de la ventosa meseta patagónica. Concibe su música incluyendo el paisaje, y eso es lo que fascina a los oyentes de todas partes”, apunta Lenger.
Mientras los mapuches suelen sufrir el estigma de comunidad violenta en los medios, para Mariluan es un pueblo de futuro porque, enfatiza, enseñan a cuidar el aire, el agua, la montaña. “Deseo reconocer el pasado originario en el futuro. La música reactualiza el mensaje ancestral, que siempre está en movimiento”, proclama, y cuenta que en las giras aprovecha para investigar el patrimonio cultural mapuche que forma parte de museos o colecciones privadas. Hay en ella, también, un trabajo de arqueóloga, de “lógica decolonial” en romper el canon occidental de la escucha y del concierto. “Atesorar a nuestras abuelas y a nuestras voces no humanas nos permitirá seguir creando cantos”, dice, hija de padres y de hermanos músicos, y no reniega de otras influencias, de Violeta Parra a Matti Bye, de Liliana Vitale a bandas de sonido cinematográficas.
Le gusta sentirse en un tejido de todos los colores musicales, aunque se inclina por las músicas marginales y en las historias despojadas que surgen de las raíces. “Yo no puedo vivir y crear en otro lugar que el territorio mapuche. Me alejan los sonidos urbanos, aunque hay algo de las poéticas que valoro como procesos únicos a un modo de vida y persigo muy a conciencia los espacios de canto colectivo. A toda escala y en todo sentido, pienso que nos ayudan a recomponer la vida comunitaria”, cierra la cantora que vive al pie del cerro Otto con su compañero y su hijo Ayün a cuestas, mientras espera ansiosamente el cultivo de papas en su patio.