El retorno del hombre invisible

“Soñaba con una prosa que fuera flexible y rápida como lo es el cambio estadounidense, que confrontara las desigualdades de nuestra sociedad con franqueza, pero que al mismo tiempo proyectara sus imágenes de esperanza, fraternidad humana y autorrealización individual”. Estas son las palabras que el escritor Ralph Ellison dijo cuando ganó el National Book Award en 1953 por su novela El hombre invisible. Allí complejizó la mirada sobre las comunidades afroamericanas en Estados Unidos y reivindicó una identidad propia de una manera no explorada hasta entonces. Por eso su influencia se extiende hacia escritores tan distintos como Toni Morrison o Kurt Vonnegut. Mientras escribía ese libro, Ellison trabajó como fotógrafo y muchas de las imágenes de El hombre invisible surgieron de su oficio. Son las mismas incluidas en el novísimo Ralph Ellison, photographer que se acaba de editar en Estados Unidos y que se publican en forma de libro por primera vez. Desde fines de los 40, Ellison se sumergió en la vida cotidiana de Nueva York para lograr fotos urbanas que fueron conformando auténticas narraciones visuales que rompían cualquier estereotipo previo. Para eso tuvo como mentor a Gordon Parks, el primer fotorreportero negro de la revista Life, cuyos herederos también colaboraron con este libro, coeditado junto a la organización civil Ralph and Fanny Ellison Charitable Trust. Mujeres detenidas por la policía o chicos huérfanos en un hospital mental son retratados con la misma silenciosa elocuencia que una línea de ropa colgando sobre la basura o que un grupo de personas corriendo bajo la lluvia entre marquesinas iluminadas. Varias de estas imágenes fueron a parar a dos ensayos que el dúo Ellison-Parks llegó a publicar en revistas especializadas. Con el tiempo, el escritor se hizo fan de las polaroid y fotografió en colores la vida cotidiana en el norte de Harlem, el barrio donde vivió hasta su muerte en 1994.

Sos como Snoopy, flotando...

Snoopy está muy lejos de su amigo Charlie Brown por estos días. Bueno, muy lejos de la Tierra en general. Sucede que una miniatura del perrito beagle (vestida con un auténtico traje de la NASA en el colmo del glamour intergaláctico) es parte de la tripulación inanimada de la cápsula Orión, que fue puesta en órbita el 16 de noviembre pasado. Esta cápsula, a su vez, es parte de la misión Artemis 1 para obtener imágenes precisas de la Luna con la idea de volver a hacer pie en ella. Eso no es todo: Orión acaba de batir un récord histórico al alcanzar 434.522 kilómetros, la máxima distancia lograda por nave alguna desde la Tierra. De esto modo, superó la distancia establecida por el Apolo 13, que el 15 de abril de 1970 había logrado alejarse 400.171 kilómetros antes de volver a casa totalmente averiado, tal como lo contó la mítica película de Ron Howard. Snoopy ha creado un vínculo perdurable con la agencia espacial desde 1990, cuando viajó a bordo del transbordador Columbia durante la misión STS-32. Esta vez, la NASA planea el regreso de humanos a la Luna tras la huella iniciática dejada por Neil Armstrong. Por eso Melissa Menta, vicepresidenta senior de Peanuts Worldwide, indicó que su equipo “quería ir por todas”. Así que el perrito viste un traje espacial color naranja a medida, el Orion Crew Survival System, hecho con los mismos materiales que usan los astronautas de la NASA. Es que él no va de decorado sino que tiene la misión de medir la gravedad cero, como lo aclaró la NASA desde su página web oficial. Los científicos estadounidenses explicaron que todos los cohetes que llevan una cápsula de tripulación cuentan con un indicador inanimado (en general, un peluche) para saber cuándo se pierde la gravedad tras abandonar la atmósfera terrestre. Así que mientras Orión sigue tomando fotos del paisaje lunar, adentro de la cápsula Snoopy mata el tiempo con tres maniquíes –llamados Moonikin Campos, Helga y Zohar– también enviados a la expedición.

El vestido de Bruce

Las discusiones entre fans pueden ser eternas. Por eso, nada mejor que ir a las fuentes para buscar la verdad. Eso fue lo que hizo Jimmy Fallon noches atrás, cuando se sentó a conversar con Bruce Springsteen, con la excusa de presentar su flamante disco de covers de soul, Only The Strong Survive. Pero no dejó pasar la opportunidad de preguntarle a Bruce por una vieja polémica que se ha vuelto a agitar en las redes, respecto a una palabra del primer verso del clásico “Thunder Road”, un tema del disco Born to Run, de 1975. “Algunos creen que la letra dice ‘El vestido de Mary se balancea’, mientras que otros dicen que ‘ondea’, ¿cuál es la versión correcta?”, preguntó el presentador, intentando saldar una confusión motivada por el parecido fonético de ambas palabras en inglés: “sways” y “waves”, respectivamente. Parece que a Bruce le habían soplado la pregunta, porque fue preparado: mostró la portada orginal del disco, destacó que se estaba cumpliendo ya casi medio siglo desde su aparición, y procedió a leer la letra tal como había salido publicada entonces, que decía que el vestido de Mary, efectivamente, “ondea”. La polémica podría haberse saldado en ese momento, salvo que, en realidad, ese testimonio –la tapa original– resultó ser el origen de la confusión ya que, señaló su autor, esa letra... ¡está mal escrita! “Por esa época yo era un sociópata obsesivo para cada detalle: la música, la portada, las letras... ¡Así que no entiendo cómo es que pudo pasar algo así!”, exclamó Springsteen, burlándose de sus obsesiones de juventud. Acto seguido, aclaró que lo que él cantó desde siempre, y repite en cada uno de sus shows, es que el vestido de Mary se balancea. Pero los fans, concedió, pueden cantar lo que les parezca. La portada del disco original los avala, al fin y al cabo.

Didion, la gran bestia pop

A pesar de medir 1,52 y tener una contextura diminuta, Joan Didion es dueña de una obra sólida y perdurable, con libros de esos a los que hay que volver como el final de la fiesta hippie en la costa de California retratado en Slouching Towards Bethlehem o la muerte de su propia hija Quintana Roo en el libro Noches azules. Pero también, se convirtió en una singular it girl de su época, posando a fines de los sesenta en fotos con vestidos lánguidos recostada en su Corvette Stingray o escondida detrás de lentes enormes que solo lograban resaltar su magnetismo levemente distante. A un año de su muerte a los 87 años (que casi coincide con su fecha de nacimiento, también en diciembre), Didion comienza a ser redescubierta por una nueva generación de lectores... y por el mercado de subastas, lo que hizo crecer aún más su popularidad. The Stair Galleries, en Hudson, recaudó casi dos millones de dólares al poner en venta un lote de 224 posesiones ordinarias de Didion por un valor que escaló mucho más allá que el estimado. An American Icon: Property From the Collection of Joan Didion, tal el título de la subasta, incluyó una serie de objetos de valor literario como los libros que Joan tenía en su biblioteca: Joseph Conrad, Joyce Carol Oates y Robert Lowell, entre otros. Además, ella y su esposo, el autor John Gregory Dunne, eran parte de un exquisito ecosistema de artistas. Así que también se pusieron a consideración obras firmadas por Annie Leibovitz, Richard Serra e incluso una foto de la máquina de escribir de Herman Hesse tomada por Patti Smith. Pero el boom de ventas vino por otro lado. La gran sorpresa fue el precio pagado por un par de lentes de sol de carey falso que la escritora usó para una publicidad de Celine, la casa de modas: 27 mil dólares. Un grupo de artículos de escritorio, incluyendo tijeras, una caja de bolígrafos y un sujetapapeles, recaudó 4250 dólares y un pequeño reloj de escritorio con un valor estimado de no más de 200 dólares terminó vendiéndose en 35 mil. “Hay muchos escritores increíbles de ese período, pero Didion parece ser la que realmente persistió. La gente lleva bolsos de mano en la ciudad de Nueva York con su rostro”, apuntó Kelly Burdick, editora de la revista literaria Lapham, en el marco de esta subasta que antes fue una exhibición abierta al público. Play it as it lays, pensaría la escritora dejándose llevar según viniera el juego, que ahora la sitúa como ícono pop.