Desde Londres
Sobre el mismo césped en el que empezó a construir su leyenda, el suizo Roger Federer saltó ayer a una nueva dimensión tenística, al obtener su octavo título de Wimbledon, el 19° Grand Slam de su carrera. Ni el paso del tiempo, rival de todos y cada uno de los deportistas, parece haber encontrado todavía la receta para frenar a Federer. Padre de cuatro hijos y a 23 días de cumplir 36 años, el helvético aplastó al croata Marin Cilic 6-3, 6-1, 6-4 para convertirse en el más veterano en ganar Wimbledon, desde que se inició la Era Abierta en 1968.
El reloj de Londres marca las 15.51 de la tarde -una hora y 41 minutos después de que la pelota se pusiera en juego- cuando la pista central del All England Club se viene abajo. Las 14.979 personas que colman las gradas saltan, brincan y se rinden ante Federer. Lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a ganar Wimbledon. Ha vuelto a asombrar al mundo.
“Creo que cuando era pequeño soñaba a lo grande. Veía como posibles ciertas cosas que quizás otros las imaginaban inalcanzables”, señaló el primer hombre que gana ocho veces en el césped de Londres. Hasta ahora estaba empatado a siete con Pete Sampras y William Renshaw, y ya sólo tiene a la legendaria Martina Navratilova, nueve veces campeona en el sureño barrio conocido como “SW19”. “Lo deberían llamar ya RF19”, bromeó el alemán Tommy Haas.
Al estirar su record de grandes a 19 -abriendo una brecha de cuatro con Rafael Nadal-, Federer empató con Helen Wills Moody y únicamente le superan Steffi Graf (22), Serena Williams (23) y Margaret Court (24). Y todos esos números toman una magnitud mayor si se tiene en cuenta que llevaba desde 2012 sin triunfar en la catedral del tenis, y que en los años posteriores muchos temieron que no volvería a levantar la copa. Tras perder las finales de 2014 y 2015, en 2016 cayó en semifinales, y después se tomó una pausa de seis meses para recuperarse de sus problemas en la rodilla y en la espalda.
Desde entonces, Federer vive en una nube. Ganó Australia, Indian Wells, Miami y Halle antes de llegar a Wimbledon. Y en la hierba más famosa del mundo, donde ganó su primer grande en 2003, se hizo gigante.
“Luché mucho para estar aquí. Ganar el torneo sin ceder un set es mágico, no lo puedo creer. Es demasiado. Lo que hice fue seguir creyendo, seguir soñando. Siempre creí que podría volver. Si crees, puedes llegar muy lejos en la vida”, dijo el jugador que, si nada raro ocurre, peleará con Nadal por el número uno en los próximos meses. Hoy, de momento, subirá al tercer lugar.
Muchos dicen que estas dos semanas jugó el mejor tenis de su carrera. Hay una cosa clara: no dejó un set camino al título, algo que sólo había conseguido una vez en un grande, hace diez temporadas en Australia.
Mente libre, piernas frescas y una mochila cargada de confianza, Federer no deja de asombrar a nadie. “Wimbledon fue siempre mi torneo favorito y lo será siempre. Mis héroes pisaron estas pistas y es por ellos que me convertí en un tenista mejor. Así que hacer historia aquí significa mucho para mí por todo eso. Es así de simple”, dijo.
Las ampollas, muchos problemas para Cilic
A las dos en punto de la tarde, los casi 15 mil espectadores que llenan la central desde muchos minutos antes se levantan para dar la bienvenida a los finalistas. Todo muy británico, lejos de los shows de Nueva York y Melbourne. Aquí no hay humo, no hay extravagancias. Federer pisa el césped e instantes después se coloca la mano izquierda en el bolsillo. Está relajado. Es su casa, es su undécima final en Wimbledon, la vigesimonovena de Grand Slam. Está más que acostumbrado, ésta fue su rutina durante años. La rutina que después se convirtió en un recuerdo hasta que “reseteó” las cuentas con su título de enero en Australia, esa copa con la que despegó su maravilloso 2017.
Pero Cilic, campeón del US Open 2014, arranca fuerte, valiente. Y con 2-1 a favor se procura la primera pelota de break, pero su resto se queda en la red. En una final, cazar las oportunidades que se presenten es primordial. Mucho más si es en un Grand Slam, el rival es Federer y lo que está en juego es la de Wimbledon. Así lo demuestran los juegos siguientes. Federer rompe a su rival de forma inmediata, y poco después estaría celebrando el primer set con una doble falta de Cilic.
“Sé que es una montaña muy alta de escalar”, había dicho Cilic sobre el reto de medirse a Federer. Y la montaña cada vez era más grande, más empinada. Por si eso fuera poco, una ampolla en el pie izquierdo no le permite competir al cien por cien. Con 3-0 abajo en el segundo set, pide la asistencia del médico y se echa a llorar.
“Fue muy, muy difícil lidiar con ello. No me dolía tanto como para hacerme llorar, lloraba porque no era capaz de dar lo mejor de mí. Es uno de los peores días para que te ocurra algo así”, comentó después.
El partido se le escapa definitivamente en el séptimo juego del tercer set. Con break point en contra, deja una derecha invertida en la red y dimite. Escalar esa montaña era ya un Everest sin oxígeno.
Con bolas nuevas, Federer se dispone a sacar para ganar el campeonato. Sin atisbo de duda alguna, lo cierra con un ace y alza las manos al cielo de Londres. Lo ha vuelto a hacer.