Almudena Hernando es profesora titular en el Departamento de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid, pertenece al Instituto de Investigaciones Feministas de esa universidad, y es miembro del grupo de trabajo Archaeology and Gender in Europe (AGE).
La investigadora realizó trabajo de campo con los Q’eqchí’ de Guatemala, los Awá-Guajá de Brasil, y los Gumuz y los Dats’in de Etiopía. Sus trabajos reflexionan sobre el modo en que se construye la identidad humana, tanto en sociedades orales como en la modernidad.
En Buenos Aires para impartir cursos especialización en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y de doctorado en la Universidad de Buenos Aires (UBA), Hernando dialogó con PáginaI12 sobre la relación entre cuerpo, cultura material y construcción del género, la identidad de las mujeres a lo largo de la historia, sus proyectos actuales en Etiopía, y las lógicas absurdas que reproducen la desigualdad de género en sociedades que aún tienen mucho de patriarcales.
–¿Cómo surge en usted el interés por ahondar en la temática de la identidad?
–Lo descubrí de manera imprevista. En el 90 me fui con una ONG a Guatemala, con la necesidad de salir de Europa y de la universidad. En Guatemala me destinaron a una zona en donde vivían los Q’eqchí. Aprendí que ellos tenían una manera de entender el mundo y de entenderse a ellos mismos que era muy distinta de la mía. Noté que tenían una concepción diferente de lo que es el espacio y el tiempo. Así empecé a investigar qué es el espacio y qué es el tiempo. Hasta ese entonces, como historiadora, había dado por sentado que el espacio era algo objetivo, algo que está ahí fuera, igual para todo el mundo, pero con ellos advertí que hay maneras de entender esas dimensiones que varían culturalmente. Me di cuenta entonces de que lo que estaba estudiando era cómo se construye la realidad, y que dependiendo del modo en que una persona construye la realidad, se hace una idea distinta de quién es. A partir de esto entendí que me estaba metiendo en el estudio de la identidad y cómo se construye. Al mismo tiempo descubrí que cuando los Q’eqchí’ entran en contacto con el mundo occidental, quien tiene el poder es el mundo occidental. Paralelamente, a medida que avanzaba mi vida personal, me daba cuenta de que hombres y mujeres tenemos y hemos tenido históricamente distintas maneras de entender la realidad y distintas reacciones emocionales, y que esa diferencia se expresaba en una desigualdad de poder a favor de los primeros. De a poco me pregunté qué tenía que ver esa relación entre los indígenas Q’eqchí’, el mundo capitalista, y las relaciones de género. Las cosas se fueron conectando y terminé estudiando cómo se construye la identidad en el presente y en el pasado.
–¿Qué arrojó esta experiencia?
–Lo que veía es que los hombres, en el mundo occidental, habían desarrollado una identidad del Yo, una identidad individualizada, que es una identidad que se asocia a una desconexión emocional del mundo, y eso sólo sucede cuando uno tiene la sensación de controlar parte del mundo. La idea del Yo se asocia a la idea de poder. Las mujeres no han tenido esa identidad del Yo hasta la modernidad. En los grupos indígenas veía que no había individualidad, que en ellos no se había desarrollado la idea del Yo como la entendemos nosotros. Para ellos la identidad era básicamente relacional, una identidad de adscripción al grupo que es la identidad dominante, a diferencia de la identidad del Yo y la individualidad que caracteriza al capitalismo. Así fue que empecé a estudiar estas dos categorías, la individualidad y la identidad relacional. A partir de esto advertí que ni las mujeres del mundo occidental habían desarrollado la individualidad hasta llegar a la modernidad, ni los pueblos indígenas como los Q’eqchí’ (que son agricultores de roza) lo hacen hoy en día.
–¿Por qué no?
–Las identidades son todas operativas, porque tienen como principal función devolvernos la sensación de que estamos seguros en el mundo. Que no hayan desarrollado la individualidad no significa que debían hacerlo y no lo hicieron. Tampoco significa que sean más atrasados o menos valiosos, como mucha gente piensa. Justamente, esto es lo que confunde, porque tenemos una mentalidad propia de la Ilustración, donde la individualidad es el objetivo del progreso. Se trata de un pensamiento muy evolucionista, y absurdo. Lo que creo es que cada grupo humano desarrolla un tipo de identidad que le garantiza una sensación de seguridad. Todo depende del grado de control material que una persona tenga del mundo: a más grado de control material, más individualizada será la identidad. Si tienes poco control material, la identidad será más relacional, de adscripción a tu grupo, pero esto te devolverá la misma sensación de estar seguro en el mundo.
–¿Cómo se vinculan sus estudios sobre la individualidad con la violencia contra la mujer?
–Es importante decir, para empezar, que la individualidad que el hombre occidental fue construyendo es una fantasía. Ningún ser humano puede prescindir de la vinculación a un grupo de pertenencia; es decir que en ningún caso, aunque vayamos teniendo grados distintos de individualidad, podemos prescindir de la identidad relacional, porque sin sentirnos vinculados a un grupo, a una comunidad, se nos haría evidente la impotencia personal. Sin embargo, a medida que los hombres desarrollaban la individualidad dejaban de prestar atención a su necesidad de establecer vínculos, considerando a quienes se dedicaban a ello como inferiores, más atrasados o menos inteligentes. Pero el caso es que no por considerarlo así esa necesidad dejaba de existir en ellos mismos. Lo que sucedió, en mi opinión, es que a medida que se individualizaban, los hombres del mundo occidental fueron depositando la función de construir los vínculos que ellos necesitaban en mujeres a las que impedían individualizarse, y con quienes por tanto, establecían relaciones desiguales de género a través de una heterosexualidad normativa. Un hombre que no ha cultivado en sí mismo identidad relacional, que no ha dedicado esfuerzo y emoción a construir sus vínculos, necesita inexorablemente que alguien se los garantice, y ese alguien va a ser alguien tan necesario para él como despreciado por los valores que encarna.
–Al analizar los orígenes de la desigualdad sus trabajos parten de las sociedades cazadoras-recolectoras. ¿Por qué?
–Porque no creo que se puedan entender procesos complejos sin analizar su origen y trayectoria, y al principio de todas las historias las sociedades eran cazadoras-recolectoras. Si se comprueba que existe alguna regularidad en todas las actuales, podemos atrevernos a pensar que también debía existir en las del pasado. Y esa regularidad existe. En todas ellas, debido a la gestación y al amamantamiento inicial –de los que se encargan las mujeres–, se observa una división de funciones en que los varones realizan las actividades que más riesgo y movilidad requieren. Como en las sociedades orales la realidad sólo está integrada por aquellos fenómenos y parte de la naturaleza que uno ha recorrido personalmente –ya que no existen los mapas–, si los hombres iban un poco más lejos o se enfrentaban a riesgos un poco mayores, construirían el mundo de manera sutilmente distinta al modo en el que lo harían las mujeres. Tendrían que tener un grado ligeramente superior de asertividad o de capacidad para tomar decisiones, y creo que esto pudo marcar el inicio del proceso de su individualización. Se iría asumiendo que ellos tenían más capacidad para tomar decisiones, y ocuparían posiciones de progresivo control material del mundo, lo que se traduciría en un mayor nivel de individualización. Y a medida que esto ocurría, irían dejando de conceder importancia a los vínculos dentro del grupo.
–¿En lugar de eso, a qué adjudicaban importancia?
–Ya no consideraban que la clave de su fuerza y de su seguridad estuviera en la pertenencia al grupo y los vínculos establecidos dentro de éste, sino en su particular capacidad para pensar y actuar sobre el mundo de acuerdo a la razón. De esta manera se acabó constituyendo progresivamente una identidad de género masculina basada en rasgos como la competitividad, la priorización de los propios deseos, o el dominio y el control de uno mismo, de las propias emociones y de los demás, que sin embargo necesitaba relaciones desiguales de género para poder sostenerse. Y estos ideales de lo que es un “hombre” y lo que es una “mujer” se perpetúan hoy en día.
–¿En qué situaciones cotidianas se refleja la presencia de estos ideales?
–Creo que estos “ideales” se perpetúan a través de la socialización en el hogar, los juguetes, los medios de comunicación. Las ficciones audiovisuales educan a los varones para que no sientan interés ni empatía por las mujeres, o para que desliguen el deseo sexual de las emociones, entre otros ejemplos. Los valores y atributos masculinos se relacionan con el individualismo, la autosuficiencia, la dominación, la falta de empatía y el poder, es por ello que la lógica del patriarcado está en estrecha alianza con el capitalismo. Por ejemplo, a través de la publicidad de juguetes, de los colores, los objetos, a través de lo que es sensorial, lo que es objeto y lo que es acción, en todo eso también se trasmite muchísima información, mucha socialización, mucha identidad. Otro ejemplo cotidiano: en todo el mundo de los youtubers, que es algo competente entre los adolescentes y las adolescentes, hay un claro sesgo de género. Las youtubers que más éxito tienen entre las adolescentes lo que hacen es reproducir ideología patriarcal. Son programas de belleza, de moda, que siempre tienen que ver con volver a colocar a la mujer en posición de su identidad de género tradicional, aunque esto disfrazado de aparente posmodernidad.
–¿La violencia machista aumentó o finalmente empieza a tener visibilidad?
–Posiblemente ambas cosas. Creo que la mujer se está animando a denunciar más. Es probable que la violencia contra la mujer haya crecido porque las mujeres se están yendo de ese lugar subordinado en el que habían estado históricamente y se están yendo porque se están individualizando; ya no se conforman con ser el apoyo emocional de un hombre que es el que tiene el poder, sino que ellas se están empoderando. Lo que está pasando ahora es que estos hombres con masculinidad hegemónica, patriarcales típicos, están empezando a experimentar que las mujeres a las que necesitan para que les garanticen el vínculo se empiezan a ir, se corren de ese lugar, y entonces se encuentran con que ellos no se pueden sostener. Los hombres patriarcales desvalorizan a la mujer que posee una forma de identidad que ellos no valoran, y que por eso no desarrollan, pero como decíamos antes, cuanto más se desprecia, más se necesita. Y cuanto más se necesita, más se desprecia. Así que cuando esa persona se va, el resultado suele ser el maltrato, e incluso, como se observa a diario, el femicidio.
–De cara al futuro, ¿qué sociedad imagina en términos de igualdad de género?
–La igualdad entre hombres y mujeres no se va a conseguir cuando las mujeres seamos como los hombres, sino cuando los hombres reconozcan la importancia que tiene para ellos la identidad relacional, o sea, cuando los hombres sean como las mujeres individualizadas de la modernidad y den tanta importancia a lo relacional como a lo individual. El cambio viene del lado de las mujeres. Los hombres no van a cambiar por sí mismos porque implicaría perder su posición de privilegio. Sólo lo irán haciendo cuando se vayan encontrando con compañeras y madres que busquen ellas mismas la igualdad. Así que solamente con el apoyo, y con la complementariedad de mujeres que tengan en claro lo que es la igualdad, ellos irán cambiando. ¿Esto se hará rápidamente? Creo que no, porque cada vez que se da un paso adelante, el sistema patriarcal da dos pasos para atrás, el sistema reacciona, brutal o sutilmente, pero reacciona. La violencia machista es cosa de todos los días. Hay una cantidad creciente de femicidios, en el mundo entero, pero también la violencia se da en otras escalas, a través de la publicidad, del cine, y a través de una a infinidad de dispositivos que siguen reproduciendo ideología patriarcal, de formas que a veces es difícil discernir. La mujer puede ir ganando terreno en puestos de poder, pero eso no implica necesariamente poner en juego la mentalidad patriarcal. Es muy deseable que haya más mujeres en el poder, pero lo esencial es acabar con la mentalidad que idealiza sólo lo asociado a la individualidad (la razón, el poder, el control tecnológico) y no valora lo asociado a lo relacional (los vínculos, la comunidad, etc.). Ambas cosas deben ser igualmente valoradas en una sociedad de iguales. Por eso sostengo que más mujeres en el poder no acaba con el orden patriarcal.
–En los últimos años surgieron en el mundo colectivos sociales, como el Ni Una Menos en Argentina, cuyas denuncias marcan un antes y un después en la sociedad. ¿Qué sucede en España en términos de violencia machista?
–Sin ninguna duda creo que todos estos movimientos, como el Ni Una Menos, son muy importantes porque lo que hacen es ir extendiendo la conciencia de que la lucha por la igualdad de género es una lucha básica de la justicia. Sin embargo, como decía recién, veo un futuro difícil, porque el orden patriarcal es el que rige el poder del mundo; el orden neoliberal es un orden básicamente patriarcal y sus adherentes van a resistirse al cambio. Lo que veo a futuro es una lucha que va a ser dura; creo que yo no voy a ver una sociedad de iguales pero también pienso que cada vez estamos un poquito más adelante en la igualdad. En España la violencia machista registra cifras alarmantes de femicidios. Esta situación cada vez se visibiliza más, porque las mujeres están saliendo del lugar de la subordinación, de ese lugar en donde garantizaban el apoyo emocional a los hombres. Cuando el hombre patriarcal no se puede sostener, en una cantidad considerable de casos su respuesta es el femicidio.
–¿En qué consiste su trabajo sobre género en Etiopía?
–Me interesa investigar a través de qué mecanismos se construye la individualidad y la identidad relacional. Pienso que básicamente la individualidad se construye a través de la mente, y sobre todo se desarrolla cuando tenemos escritura; es una identidad del Yo, es autoreflexiva, sabemos quiénes somos porque nos pensamos: yo soy lo que siento, lo que pienso, la que hizo esto o aquello, la que se dedica a esto… De esta manera, organizamos la idea del Yo en el tiempo, pasa por la conciencia de los pensamientos y las emociones y reside en la mente. La identidad relacional, en cambio, no es reflexiva, sino que se construye a través del cuerpo, de nuestra apariencia, acciones, objetos, y sobre todo, a través de los vínculos que establecemos. En este momento estoy trabajando con dos grupos indígenas, en la frontera entre Etiopía y Sudán, los Dats´in y los Gumuz. La bibliografía los define como sociedades igualitarias, pero existe una clara subordinación de las mujeres frente a los hombres, que se construye a través de estrategias corporales. Justamente tengo interés en entender cómo se construye esa subordinación a través de dispositivos corporales, del tipo de objetos o espacios que cada género utiliza.
–¿Cuáles son estas evidencias que marca?
–Me interesa analizar cuál es el dispositivo que opera para que las mujeres asuman como natural su inferioridad respecto de los hombres. En el caso de las Dats´in y las Gumuz esta subordinación se observa a partir de objetos y marcas en el cuerpo. Por ejemplo, a través de collares, desde que nacen hasta que mueren, fabricados con cuentas de colores que los varones llevan cuando son bebés, porque estas cuentas de colores los protegen de los riesgos del exterior. Pero cuando aprenden a caminar a los varones se las quitan, y a las niñas se las dejan hasta después de la muerte, transmitiendo el mensaje de que las mujeres son más vulnerables que los hombres. Esta costumbre va transmitiendo mensajes al grupo. Del mismo modo, tanto hombres como mujeres Gumuz tienen escarificaciones (o adornos corporales a base de cicatrices muy voluminosas); pero los hombres sólo las tienen en la cara, indicando, como sucede también con las mujeres, que son Gumuz. Las mujeres, sin embargo, también las pueden tener en brazos, cintura o espalda, asociando así el sufrimiento a la belleza. Hay una apropiación del cuerpo de la mujer por parte del grupo, a través de marcas indelebles, que pueden llegar a ser muy dolorosas y que hacen del cuerpo de la mujer un cuerpo apropiado por el grupo. No hacen falta mayores comentarios para concluir que esta apropiación, de manera mucho más brutal, ocurre en el caso de las Dats’in, que desde su islamización seguramente, sufren ablación del clítoris hasta el día de hoy.