Para algunos medios, la noticia fue que las listas de candidatos se llenaron de “esposas de”. Que la ley de paridad estrenada en la provincia de Buenos Aires para las próximas elecciones legislativas solo sirvió para que mujeres “de” intendentes, concejales, y demás hombres de la política accedieran a un lugar en las boletas por el solo hecho de contar esa relación.
En primer lugar, el planteo parece negar explícitamente que algunas de esas “esposas de” tengan sus propias trayectorias políticas previas o a la par de las del hombre en función del cual son citadas. Conozco por lo menos a una que sí la tiene, lo cual rompe con la máxima que intentan instalar con este tipo de discursos. Cristina Fernández sería el ejemplo más contundente del error de basarse en estos atributos para darles un lugar noticiable a las mujeres. Pero no vale la pena personalizar porque justamente los avances de las mujeres van más allá de los casos excepcionales.
Es probable que alguna de esas mujeres nombradas como “esposas de” no tenga recorrido político. Lo curioso es que eso mismo no ha sido obstáculo a la hora de ubicar a “hermanos de”, “padres de”, “hijos de”, “yernos de” y otras tantas líneas de parentesco, en distintos puestos políticos y estamentos del Estado. ¿Por qué a las mujeres se les sigue exigiendo que presenten sus avales cuando logran ocupar un lugar? Y en todo caso, que esas mujeres –estigmatizadas con ese mote– hayan ocupado esos espacios es responsabilidad de quién sino que de aquellos –nótese el masculino que en este caso no es genérico– que llevan adelante los tradicionales manejos de la política, acostumbrados a intentar eludir la ley cuando ésta exigía ampliar las posibilidades de un sector oprimido (en las elecciones de 2015, el 10 por ciento de las listas no cumplieron con la ley de cupo femenino).
Pero además, aún aquellas a quienes el sayo de “mujeres de” les calzara a la perfección –también sabiendo que las mujeres no garantizan mejores políticas ni gestiones en el poder–, ocupan ese lugar en las boletas legítimamente porque una ley así lo establece, resultante de décadas de batallas del movimiento feminista en Argentina y en el mundo y porque el consenso internacional estableció que estas normas son acciones positivas necesarias para un sector que históricamente ha estado postergado. Sin olvidar que esta porción representa en términos demográficos más de la mitad de la población.
Entonces ¿qué es lo que se quiere comunicar cuando la noticia es que las”esposas de” llenaron las listas? Convengamos que esta práctica de nombrar a las mujeres según sus parentescos no es nueva y tampoco es exclusiva de los medios de este país. En el último Monitoreo Global de Medios, que abarcó más de cien países, uno de los hallazgos fue que las mujeres son identificadas en las noticias a través de sus relaciones familiares cinco veces más que los hombres.
¿Y esto qué efectos tiene? Simbólicamente, reducirlas al estereotipo, todavía vigente, que podríamos rastrear hasta el origen bíblico de Eva salida de la costilla de Adán. En este caso concreto, algunos de los posibles mensajes son: que fue un error “darles” la paridad; que las mujeres no tienen derecho a ocupar esos lugares; y que deben dar cuenta de por qué están ahí.
¿Acaso no deberíamos preguntarles a todos los candidatos sus herencias políticas? ¿No deberían dar cuenta todos de sus actos públicos? ¿Por qué somos las mujeres quienes seguimos estando en el banquillo de los acusados?
El Índice de Paridad Política, presentado por el PNUD Argentina, ONU Mujeres e Idea Internacional en el Congreso de la Nación dice que la representación política de las mujeres ha encontrado un techo que parece difícil de superar sin nuevas normas paritarias superadoras del cupo y que alcancen a todo el país. En ese índice, Argentina obtuvo 44,7 puntos en una escala de 100.
Esto obviamente no es responsabilidad de los medios de comunicación, la desigualdad es un problema estructural.
En una entrevista, la experta feminista Line Bareiro recordaba que para las mujeres todo pasado siempre fue peor. Pareciera que algunos parecen resistirse a esa evidencia y pretenden que lo femenino siga anclado a ese pasado pegajoso, sosteniendo narraciones sobre la vigencia noticiosa de las “mujeres de” para evitar que rompamos el techo.