Cuando se enteró de que Pablo Javier Gaona Miranda había recuperado su identidad, el 7 de agosto de 2012, Erika Lederer festejó como lo hacía cada vez que Abuelas de Plaza de Mayo anunciaba la restitución de un nuevo nieto o nieta. Esta joven abogada que trabajaba en la Villa 31 sabía que su alegría era inversamente proporcional al sentimiento de su padre, Ricardo Lederer, quien fue segundo jefe en la maternidad clandestina del Hospital Militar de Campo de Mayo. Lo que no sabía es que esa noticia no sólo iba a cambiar la vida del nieto 106, sino que también impactaría en su propia intimidad: dos días después su padre se suicidó. El hombre no soportaba la idea de terminar sus días en la cárcel. Con la aparición de este nieto, se evidenciaba que él había participado de la maquinaria del terror, al haber firmado el acta de nacimiento falsa que facilitó su apropiación.
Pablo Javier Gaona Miranda, un morocho de ojos bien negros, que hasta ese momento se llamaba Leandro Girbone, había sido entregado por el coronel Héctor Girbone, camarada de Lederer, a su primo.
Casi cinco años después de aquella aparición y de aquella muerte, Pablo y Erika se encuentran por primera vez. Pablo se enteró de la existencia de Erika hace un mes, cuando leyó que la hija del hombre que había falsificado su partida de nacimiento era parte de una incipiente agrupación de hijos de represores, que repudiaban el accionar de sus padres. Desde que Erika supo de la existencia de Pablo, aún sabiendo que ése fue el detonante por el cual su padre se mató, siempre soñó con abrazarlo.
Eso es lo que hace apenas lo ve: le da un fuerte abrazo mientras se seca las lágrimas; y lo hará durante toda la entrevista con PáginaI12. Erika siente que abrazarlo es reparador. Desde que decidió hacer pública su historia pasó por un boomerang emocional, que aún siente en el cuerpo. Su familia dejó de hablarle, pero dice que encontró a su otra familia, a los otros hijos de represores, como ella, que se contienen y se cuidan mutuamente. Pero a lo largo del encuentro, Erika va a necesitar reafirmarle a Pablo que ella no es su padre, que está en contra de su accionar, que para ella no hubo una guerra ni dos demonios, que no se puede hablar de “reconciliación”, que se cometieron delitos de lesa humanidad y que ella, sobre todo, está del lado de la memoria, la verdad y la justicia. Lo señalará cada vez que pueda, y se lo dirá mirándolo a los ojos. Nombrará a los militares como “esos soretes”, “esos turros que lo único que sabían hacer era matar, torturar y violar”. Pablo, un tipo tranquilo y de sonrisa enorme, que hace un mes se convirtió en papá de Almendra, la escucha y le devuelve los abrazos.
Ambos quieren saber sobre sus vidas. Erika le pregunta a Pablo cómo fue que dudó de su identidad. Lo escucha con curiosidad, y hasta con una sonrisa de envidia sana; porque ella también se presentó en Abuelas para hacerse el ADN, pero dio negativo. “A mí me hubiera gustado ser hija de desaparecidos, siento que hubiera sido menos pesado de llevar. Pero bueno, cuando confirmaron que era hija de Lederer dije: ahora me tengo que hacer cargo de la mierda que me toca. Y también fue reparador”.
Pablo cuenta que había algo que no le cerraba de la historia que le habían contado sus apropiadores, le habían dicho que era adoptado y que lo habían traído de Misiones. Cuando tenía 30 años y empezó a ver la historia de otros nietos recuperados comenzó a armar su propio rompecabezas. “Era muy común que el entregador se convirtiera en el padrino de los bebés”, explica. Y también aclara que tardó mucho en tomar la decisión, y que no se quería hacer cargo; era un peso grande para él porque sabía lo que implicaba. Es más, también cuenta que en 2001 estaba sin trabajo, y le pidió a su padrino que lo hiciera entrar al Ejército, donde estuvo dos años. “Jodeme”, le retruca Erika, y estalla de risa: “Faaaa, es que claro, estos hijos de puta son así”. Erika le pregunta cómo encaró a sus apropiadores. “La senté a la que entonces era mi vieja y le pregunté si yo podía ser hijo de desaparecidos. Ella se puso a llorar y me pidió por favor que no fuera a Abuelas”.
Ahora es Pablo el que quiere saber. Le dice que él nunca se preguntó si Lederer tendría familia, y que le sorprende gratamente que ella piense así, porque en general está acostumbrado a que los represores vayan acompañados por su familia a los juicios y los apoyen. Pablo quiere saber si su papá contaba las cosas que hacía y se jactaba de eso. “Sé de algunos milicos que les contaban a sus familias cómo torturaban gente, por eso te pregunto.”
Erika piensa antes de responder: “El tipo se jactaba de haber exterminado a la guerrilla, o sea, lo hablaba en términos muy amplios. Presumía de ser un sorete, de ser rubio y superior. Me acuerdo que contaba cuando habían reventado a la mujer de Santucho, era muy morboso. De hecho, cuando se fue de la Fuerza y entró a la policía bonaerense, laburaba en el sector de autopsias: nosotros comíamos con las fotos de los fiambres que él traía y colgaba en casa”.
–¿Qué creen que tienen en común?
Pablo Gaona Miranda: –Creo que los dos tenemos un fuerte sentido de que lo que buscamos es justicia. Fue ese sentido de memoria, verdad y justicia lo que hizo que yo fuera a Abuelas, y que ella se animara a hacer pública su historia y repudiar a su padre. Y no es fácil esa decisión para ninguno de los dos.
Erika Lederer: –Yo descubrí que el amor no tiene nada que ver con la idea de pedir justicia. Yo no podía ni decir la palabra “papá”. No me preguntaba si lo quería. Sólo decía “no lo odio”. Ahora entendí que podía quererlo, aunque eso implicara no perdonarlo. Yo creo que esos tipos tienen que estar presos porque cometieron delitos de lesa humanidad.
–La historia de Erika y la de la hija de Etchecolatz salieron a la luz a raíz del fallo del 2x1, ¿cómo analizan la política de derechos humanos del gobierno de Cambiemos?
E. L.: –El 2x1 nos revolvió el estómago a todos porque es consagrar la impunidad. Y que Garavano y Avruj recibieran a los familiares de la Pando para mí fue espantoso. Por eso queremos ratificar que estos tipos eran unos soretes, y que tienen que estar presos en cárceles comunes.
P. G. M.: –Con este gobierno los milicos están envalentonados y sacaron la cabeza de abajo de la tierra. Porque un gobierno que pone en duda el número de desaparecidos y deslegitima a los organismos de derechos humanos, los legitima justamente a ellos. Entonces creo que la aparición de Erika, como la de los demás hijos, es muy importante; porque incluso los propios hijos de ellos ratifican que lo que hicieron fue una mierda. Una cosa es que nos pregunten a nosotros que somos las víctimas. Pero que lo digan ellos es aún mejor. Queremos que sean más.
E. L.: –A mí lo que me llamó a contar mi historia es eso. Hay que construir un sentido colectivo. Los milicos siguen tejiendo redes y siguen sin hablar. Por eso es importante que nos sigamos conteniendo entre nosotros y creando lazos, como el que hoy armamos con Pablo.
El grabador se apaga. Erika le pregunta si puede darle otro abrazo, y nuevamente, se escapan algunas lágrimas de sus ojos. Pablo le susurra al oído: “Quedate tranquila, Erika, vos no sos tu viejo, quedate tranquila”.