“¡Esto es para la historia!”, se entusiasmó el ex capitán de la Armada Randolfo Agusti Scacchi. “¡Necesitaríamos dos días más!” De traje impecable y un cuaderno con dos hojas en blanco en las que no anotó nada, acaba de levantarse tras escuchar su historia trastocada en clave de bronces en boca de su defensor Guillermo Fanego. “¿Te traigo un cafecito?”, le preguntaron a Fanego los familiares del marino. “Prefiero un chocolate”, pidió. Segundos después, la sala de audiencias de la AMIA de los Tribunales de Retiro quedó vacía y se abrió paso a un nuevo cuarto intermedio del juicio ESMA unificado, histórico ya no sólo por el número de 789 víctimas que esperan justicia, sino por los plazos de más de cuatro años y medio de debate.
Fanego es abogado particular de 15 de los 63 imputados en el juicio. Comenzó su alegato el 8 de marzo como en un cuento de Las mil y una noches en las que siempre encuentra la forma de continuar. Usando el legítimo derecho a la defensa –en ocasiones– como herramienta de presión sobre los jueces, dedicó semanas enteras a dar alucinadas explicaciones de una guerra sin cuartel y pasar revista a las estructuras de las organizaciones revolucionarias a las que llama, por supuesto, terroristas. Dice que el centro clandestino de detención, tortura y exterminio de la ESMA con más de 5 mil desaparecidos era un lugar donde se privilegiaba la vida. Acepta información que le pasa el marino Ricardo Cavallo en un pendrive. Y conocido por su tono provocador, especialmente con las víctimas, fue hombre capaz de decir que una de las detenidas mujeres sonreía ante una violación sin que nadie en la sala, además, oponga algún tipo de intervención para acallarlo.
El 15 de junio, el TOF 5 emitió una resolución para ponerles límite a las palabras y avanzar hacia la clausura del juicio esperada por víctimas y querellas. Luego de numerosos ensayos, el TOF contó las horas de su alegato: sumó 63. Las comparó con el Ministerio Público Fiscal, que alegó sobre todo el juicio: 109 horas. Con otros defensores. Y resolvió que ya estaban superados todos los plazos, pero le dieron 17 horas más de extensión.
–¡De acuerdo con mis cálculos me quedan 9 horas y 50 minutos de alegato! –dijo apenas empezó la última audiencia. Enfrente suyo escuchaban como acostumbrados los jueces Leopoldo Bruglia, Adriana Palliotti, Daniel Obligado y el juez sustituto Pablo Bertuzzi. Fanego siguió. “Le pido a la secretaría del tribunal que me confirme el número para estimar el tiempo de defensa que me queda para destinar a mis asistidos, porque todavía tengo doce defendidos más”.
Randolfo Agusti Scacchi se sentó a su derecha. Fanego inició la defensa. En la sala estaban las querellas de la Secretaría de Derechos Humanos y el CELS, el fiscal Abel Córdoba del MPF, esta vez en compañía de Angeles Ramos y Jorge Auat, de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad. El abogado dijo que era un “disparate” el número de casos que originalmente le habían imputado a su defendido, ahora acusado por 57 hechos. Criticó a las víctimas por lo que llama la “metodología de la memoria colectiva” que podrá servir para las ciencias sociales, pero no para la prueba de justicia, dijo. Y repartió acusaciones a fiscales, organismos de derechos humanos y el Equipo de Antropología Forense por el trabajo de reconstrucción de los casos. Para Fanego, el Placintara de operaciones de la Armada para la represión era sólo un reglamento. Y a partir de ahí comenzó buscar formas de convencer a los jueces de que la Escuela de las Américas, donde estuvo su defendido, destinada a la enseñanza sobre la tortura y la represión a los ejércitos del Cono Sur, era prácticamente una escuela de carmelitas.
–¡Eso que acá parece una mala palabra! –dijo–, en realidad se creó en la época del primer peronismo como una forma de integrar a los ejércitos frente al conflicto Este-Oeste. No iban a entrenarse para matar –agregó–, sino a capacitarse en formación y unificar códigos y tratamientos de las Fuerzas Armadas.
Randolfo Agusti Scacchi escuchó. No anotó nada hasta que de pronto despegó la birome del cuaderno y le hizo algunas marcas en su hoja. Fanego que no dejó de hablar entusiasmado a esta altura por desarmar la legitimidad de las condecoraciones, una de las pruebas más importantes que pesan sobre el imputado ex capitán de navío, condecoraciones cuyo valor de verdad fue confirmado por la sentencia de la causa 1270, vuelta a confirmar por Casación y la Corte Suprema.
“Pero además, a mi defendido dicen que le decían el Tano. ¡Mire si se va a poner ese sosías!”, se quejó. “Acá se ponían nombres de animales o de personas, ninguno tenía un sobrenombre así, ¡realmente no tiene lógica!”
Agusti Scacchi identificado por el nombre del Tano, estuvo en la ESMA entre enero y abril de 1977. De acuerdo a la acusación, cumplió funciones de inteligencia en el GT 3.3. y entre sus funciones se encargaba de instruir a miembros del GT en el diseño de las estrategias y los procedimientos utilizados en la represión.
Cuando pasó una hora de alegato, pidió un cuarto intermedio. Palliotti aceptó quince minutos. Auat intentó pedir la palabra, pero el defensor se enfureció.
–¡Me opongo! –saltó–. ¡Me opongo a que le de la palabra!
–No quiero la palabra –dijo Auat, que buscaba pedir al tribunal una reunión con todas las partes para analizar el comienzo del nuevo tramo de la ESMA, previsto para el 10 de agosto. La Procuraduría está convencida de que, si empieza ESMA IV en paralelo a este juicio, todo se va a demorar mucho más.
–No lo permito –insistió Fanego, sin dejar de hablar–. Y cualquier cosa que quiera alegar, la alega por escrito. Y si quiere hacerme una denuncia doctor, vaya a Corrientes 1441 sede del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal.
Palliotti ordenó el cuarto intermedio. Hubo finalmente un encuentro con defensor y acusación y tribunal sin acuerdos. Así que ESMA IV, si todo sigue así, empezará el 10 de agosto.