Como vengo prenunciando en estas columnas, no me sienta bien el traje de Casandra, aquella heroína troyana que, por haberle negado favores sexuales (que había prometido) al dios Apolo, fue condenada a ir por la vida prediciendo la verdad sin que nadie le creyese. No me autopercibo troyana, ni heroína, ni siquiera mujer. Solo soy un humorista sigloveintenial mal adaptado a este siglo XXI informático y febril, donde la justicia es tan virtual como los vínculos, y ahora se puede (como dijimos con Daniel Paz en este mismo diario) escribir primero el veredicto y luego dar lugar al juicio.
Tampoco me va el mito de Sandraca, o sea, el revés de Casandra: mentir, mentir y que todos crean que es verdad (bueno, “non tutti, ma Buona Parte”, como en un chiste que cuenta Freud sobre Napoleón Ídem). Quizás sea porque el Olimpo tiene ahora un solo dueño, que puede hacernos creer que los dioses existen, o que no, o que se volvieron sea-monkeys, o lo que sea, con sus medios de incomunicación.
Estamos, diría, judicialmente vulnerables. En cualquier momento puedo ser acusado de la bomba en Hiroshima –once años antes de mi nacimiento– o de la epidemia de peste del siglo XIV o por haber huido del antiguo Egipto y estafar al consorcio que estaba comprando una pirámide desde el pozo. Acusaciones similares las ha habido en la historia. Jamás se ha comprobado ninguna (porque eran falsas), pero esto no impidió que se persiguiese a los “acusados”.
“Justicia, justicia perseguirás” es la traducción castellana de la expresión hebrea “tzedek, tzedek tirdof” presente en la Torá, para ser más precisos en el Deuteronomio. Esta expresión, como ya comenté más de una vez, fue recontrainterpretada en todos los sentidos posibles, luego de que se hiciera visible a partir del nefasto ataque a la AMIA (mal llamado atentado), allá por 1994, donde lo único que ha sido esclarecido es que hay demasiada gente interesada en que jamás se esclarezca.
Según especialistas en Torá y en Talmud (textos sagrados hebreos), la tzedek está íntimamente ligada a la verdad, como que no hay una sin la otra. Bueno, tal vez fue así hace dos mil años, pero ahora…
Una interpretación de nuestros “Campeones de la Justicia” vernáculos (Tal vez Flecha Verde, Linterna Verde, Billete Verde, etc.), que se ve que desconocen el hebreo antiguo pero también el derecho moderno, es: “Justicia, justicia te perseguirá”, donde “te” no refiere a ellos sino al resto de los mortales, o sea, nosotres.
Como dije muy casandramente (no por tener el don de la predicción, sino porque era obvio), el problema en el juicio por Vialidad no fue el veredicto, sino quiénes eran los/la acusados/a. El Olimpo ordenó la condena de la mujer que demostró que “para dioses, les falta jugar en las inferiores”. Así lo diría el licenciado A. cuando alguien sacase a relucir su narcisismo “omniimpotente”.
El asunto es que el martes 6 de diciembre --como para que “causalmente” salga en los diarios el miércoles 7 de diciembre, aniversario de la Ley de Medios--, aquellos que ni siquiera lograron que el Liverpool ascendiera de la Primera Garca en la que juegan se quisieron hacer pasar por la Selección, la “Tribunaleta” (como también dijimos con Daniel Paz). Sin prueba alguna (ni siquiera de que hubiera habido algún delito), sin consultar el VAR, sin hacer un “tatetí suerte para mí”, se condenaron a figurar en el Guiness Desaforado el día que tal libro sea escrito (y ya es hora) como autores del fallo más fallado, fallido y falluto del que se tenga memoria. Bueno, quizá superado por la condena a Sacco y Vanzetti, y algunas más, pero es necesario rebuscar para encontrar algo de tal insustento.
También “casualmente” darán a conocer los infundios del fallo el 9 de marzo, aniversario de la proscripción del peronismo, allá por el '56. Habría que averiguar cuándo es el cumpleaños del Sumo Autoritario de los Medios Enfermónicos para ver qué le regalan ese día.
Es notorio que los sacerdotisos temen la ira popular. Y, quizá por primera vez en lo que va de esta columna, perciben correctamente. Se saben, o deberían saberse, candidatos a chivos expiatorios, emisarios o ingredientes principales en la parrilla de los mismos poderosos a los que apoyan.
Los dueños del poder, que siempre lo tienen, lo quieren todo y no temen indigestarse aunque se traguen 55 kilos de helado entre cuatro. Tampoco dudarían un instante en mandar a sus serviles emisarios a la papelera de reciclaje apretando una teclita. Por eso se escondieron en lago Ídem para camuflarse. Pero, muchachi: se escondan donde se escondan, la sombra de la vergüenza les llega hasta acá.
Sugiero al lector acompañar esta nota con el video Murguita de la justicia, de Rudy-Sanz (RS+):