Cuando Borges escribió “las manos que daban muerte/sabían templar la guitarra”, y aun cuando Silvio Rodríguez cantó “te doy una canción con mis dos manos/con las mismas de matar” nadie supuso las imágenes de ese momento. Y el día a día de estos pabellones no mira la poesía, sencillamente porque algunas realidades no la contienen.

Acá adentro el aire tiene una mezcla de bromas y tensiones. Casi no hay nombres aquí, solo apodos. Algunos para disimular y otros para reafirmar quien se es. Tampoco es cierto que todos proclamen su inocencia: ese es un relato de quien nunca paso por acá: “Fue una estupidez. Discutimos, lo empujé, cayo mal y listo, ahora soy asesino culposo. Quince años. Mirá que lindo”. Todo dicho sin sacar los ojos de la mano que lija lo que será una cuna.

El programa funciona. Cuatrocientos cincuenta presos trabajan para recuperar el Qunita, un proyecto que fuera importante en la ayuda a las familias de escasos recursos, creado por el joven Santiago Ares durante el gobierno de Cristina Kirchner, anulado durante el gobierno de Macri y que el gobierno de las Provincia de Buenos Aires se embarcó en reflotar.

Cada uno allí tiene su historia. Algunos la cuentan, otros prefieren no hablar. Todos encuentran la forma de esquivar la foto “si encima de estar acá nos vas a dejar pegados para nos vean…no, ¿no?”. El tono es de un tipo de amabilidad que obliga a decir de forma urgente, “no, no, claro que no”.

En esto trabajan hombres, mujeres y trans. Algunos solo van a las tareas, otros se entusiasman con la idea en general. Bicha es una de ellas “está muy bien rearmar eso, ¿sabes? Hay mamás que por falta de una cuna ahogaron a sus bebés por dormir en la misma cama. Los cogotudos no saben de esto, pero pasa, y es muy horrible, ¿te imaginas? A mi si me pasara me mato, no se…”. Finalmente desde su doble condición de presa y pobre, está haciendo algo que “es para los que son como yo: pobres y jodidos y está bien que el Axel haga esto, el gobierno está para ayudar”. Bicha no habla de su historia. Alguien comenta que fue en defensa propia y no le creyeron. Hay bondad en ella, se ve en sus ojos y en cómo, finalmente, construye para sus pares.

Cuatro cárceles forman el circuito llamado Polos Productivos, “no importa el tipo de condena porque el proceso de selección pasa por las habilidades que traen, o las ganas de aprender. Claro que también hay un cálculo de cuánto tiempo de condena tiene, o cuanto le queda”, aclara Marcelo Iafolla, director Provincial de producción, mientras se saluda con Gringuito, un preso de larga data que sonríe saludando y de quien recuerda que cuando hacían la planta de producción, Gringuito se reía mucho construyendo las mesas de trabajo y ante la pregunta de la causa de tanta risa, la respuesta fue un casi infantil “es que es muy lindo tener todo para armar algo!”.

El ministro Julio Alak, hombre de extenso recorrido en derechos humanos, lo piensa en profundidad: “"El trabajo y la producción en gran escala contribuyen a visibilizar las cárceles como instituciones integradas a la sociedad y posiciona a las personas privadas de la libertad en un rol productivo, un hecho que deconstruye prejuicios y procesos de estigmatización.", mientras Pancho se siente orgulloso de ser presentado como una suerte de director de fábrica “no es difícil, estoy hace cuatro años y me faltan cinco. Toda mi vida fui textil, así que les enseño a los muchachos un oficio que sirve aquí y les va a servir cuando salgan. Lo hago a la vieja escuela: pasan por todos los pasos de la producción y todas las maquinas. Algo voy a dejar.”

Este pabellón es un lugar tan iluminado, ordenado y limpio, que bien podría compararse con un extenso quirófano, por donde pasa un pellirrojo rapado a cero que lleva un rollo de telas “si me vas a sacar una foto aguantá que me peino, eh?” la carcajada del resto acompaña un “mejor sin peinar, a lo loco!”. El Joz, se ve a si mismo sobre su propia historia “me dieron diez años, así que trabajo acá y estoy estudiando profesorado de historia. Tengo familia, hijos, y me engancharon por boludo. No importa si culpable o inocente. Era metalúrgico. Hay que cambiar y listo, ya está”. Atropella las palabras para contar el futuro que imagina bueno. Después, cuando salga, con un título y un oficio nuevo.

Cuando salgan es una pregunta que me hago todo el tiempo. Sabemos cómo es buscar trabajo para un ex convicto. Las condiciones acá son amables, afuera es la calle.

Agustina Larrouyet, una de las cinco coordinadoras que relevan internos, cuenta que el trabajo no acaba ahí “lo primero es entrevistarlos, saber de dónde vienen, si tienen oficio, contexto y cuidados médicos, luego asegurarlos, porque son trabajadores, luego asignarles un sueldo y finalmente, para después, saber si tienen alguna idea de montar algo propio cuando terminen su condena, y preparar un financiamiento para su proyecto cuando salgan” dice firmemente y de corrido esta persona que vive entre convictos con una sonrisa que bien podría ser de asistente de pediatría.

Así que ahí se quedan trabajando esas manos que tienen su propia historia. Finalmente son esas mismas manos las que construyen el Qunita, también para hacer realidad lo que dijo el Gobernador Kicillof: “nadie debe tener como destino su pasado”.