¿Qué lleva a un grupo de dirigentes políticos a hacer algo que está mal y, además, mostrarlo? O en todo caso, ¿qué lleva a hacer algo que está mal y ni siquiera cuidarse de posibles filtraciones?
Las expresiones en latín subyugan a los abogados. “Modus operandi”, o “modo de obrar”, alude a una manera especial de trabajar para alcanzar el fin propuesto.
A esta altura está claro que el modo de obrar del núcleo más cercano a Mauricio Macri consistió y consiste en mezclar una dosis de poder político (si se ejerce desde el Poder Ejecutivo mejor), una dosis de poderes fácticos (un grupo de medios, grandes empresarios o incluso un club de fútbol), una dosis de agentes de inteligencia y una dosis de funcionarios judiciales.
Una lista que no pretende agotar todo muestra el modus operandi. Uno, la designación de dos jueces de la Corte Suprema por decreto. Dos, el armado de la Causa Vialidad contra CFK. Tres, la promiscuidad entre los jueces que tienen en mano asuntos sobre la vicepresidenta y hacen fulbito en “Los abrojos”, la quinta de Macri. Cuatro, el viaje a Bariloche de fiscales, jueces y directivos del Grupo Clarín. Cinco, la reunión de espías, empresarios y políticos en la que el ministro de Trabajo de María Eugenia Vidal, Marcelo Villegas, soñó en voz alta con una Gestapo para pelear contra los gremios.
A esa lista acaba de agregarse, como lo revela este diario, que también el actual presidente del bloque PRO de diputados nacionales, Cristian Ritondo, cuando era ministro de Seguridad de Vidal tenía su propio Liverpool y su propia mesa. Y que lo integraban nada menos que dos de sus funcionarios de confianza, Marcelo Rochetti y Vicente Ventura Barreiro. Y que, para colmo, confraternizaba con ellos el fiscal Sebastián Scalera.
La exhibición de poder es indisimulable. Al revés de lo que ocurre a nivel federal, donde las causas las impulsan los jueces, en la provincia de Buenos Aires rige el sistema acusatorio, basado en que son los fiscales y no los jueces el motor de la pesquisa. El jefe de los fiscales con semejante poder de fuego es el procurador bonaerense.
Ese puesto lo ocupó desde 2004 a 2017 María del Carmen Falbo, alineada con Eduardo Duhalde. Según declaró Falbo a la web Infocielo, decidió presentar la renuncia “porque me sentía bastante presionada”, cosa que no había experimentado ni en la gestión de Felipe Solá ni en las de Daniel Scioli en la gobernación. Dijo Falbo que Vidal quería “conseguir el cargo, no había otra intención”. Y agregó: “La persecución era grande y no pudieron probar nada, no hicieron ninguna causa, ni un juicio, porque no tenían cómo probar nada porque ningún delito se había cometido”. El fin de la historia es que Falbo renunció y que Vidal entonces pudo reemplazarla con uno de sus hombres de confianza, Julio Conte Grand.
El procurador sigue en su puesto hasta hoy porque es vitalicio, porque no renunció como Falbo y porque para removerlo harían falta los dos tercios del Senado, una cámara donde el oficialismo de Axel Kicillof y la oposición están empatados en 23 votos.
Y entonces vuelve la pregunta sobre el exhibicionismo o a falta de cuidado. En Italia o los Estados Unidos, la mafia basa su poder en la omertà, una norma de silencio cuya violación se paga con la muerte. ¿Será que en la Argentina el compromiso de lealtad se prueba dejando rastros de la pertenencia a los grupos de poder?