En el camino hacia los cuarenta años de democracia, que se cumplirá el 10 de diciembre de 2023, el sociólogo, docente e investigador de FLACSO, Luis Alberto Quevedo, analiza las esperanzas del pasado, los avances y retrocesos. “Alfonsín hizo dos grandes operaciones políticas: la primera fue colocarse como verdadero punto de inflexión de un régimen autoritario para construir la democracia con un eje en la vida y la paz. Esa operación significó poner al peronismo en el pasado, en particular al peronismo de Luder-Bittel, Herminio Iglesias y los sindicalistas -recuerda Quevedo-. La segunda gran operación fue colocar el régimen político de la democracia no solo vinculado a un procedimiento de elección, sino también ligado a la promesa de que el sistema político iba a resolver cuestiones sociales y económicas estructurales de la Argentina”. Esta segunda operación quedó expresada en un fragmento del discurso de asunción de Alfonsín, que pasó a la posteridad: “La democracia es un valor aún más alto que el de una mera forma de legitimidad del poder, porque con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”.
De la estabilidad a la decepción
La hiperinflación desmoronó especialmente la promesa de que con la democracia se come. “Nadie sabe a cuánto están las cosas en el supermercado, se descalabra la vida cotidiana con la hiperinflación. El gran logro de (Carlos) Menem y (Domingo) Cavallo fue haber estabilizado nociones: aun ganando poco, sé cuanto gano; aun teniendo poca capacidad de ahorro, algo puedo ahorrar”, advierte Quevedo y precisa que el ataque de Menem al Estado que no resolvía los problemas para privatizar los servicios públicos fue acompañado por los medios de comunicación. “Los servicios públicos eran malos; había una experiencia de los argentinos que no podían tener teléfono o que la luz se les cortaba. Por más que yo esté en contra de las privatizaciones, el Estado no estaba dando respuesta a esas necesidades. El menemismo fue una especie de modernización con mucha exclusión, pero los que estaban adentro del modelo lo disfrutaban; se podía viajar al exterior y había una sensación de que el país estaba cambiando para integrarse a un patrón de consumo global. Esto explica por qué Menem fue reelecto en el 95, no solo por el Pacto de Olivos y la reforma de la Constitución”.
Quevedo admite que resulta complejo separar lo que inició Cavallo en el 91 y lo que desembocó en la crisis de diciembre de 2001, por más que haya habido dos presidentes y dos partidos distintos. “La decepción social con la democracia en 2001 se volvió muy profunda; fue el punto más bajo en la credibilidad de que la democracia resuelve problemas. Había quedado demostrado que la democracia llevaba a ese caos y que por más que haya cambiado de signo político, de Menem a (Fernando) De la Rúa, eso no modificó nada. Fue difícil volver a relatos esperanzadores que tuvieran como protagonista el discurso político”, repasa el sociólogo la insatisfacción que imperaba veinte años atrás. Ese desánimo se revirtió con la presidencia de Néstor Kirchner. “Kirchner viajó a Paraná para terminar con un conflicto docente y eso fue mitológico. La democracia ordena la vida de la gente; allí donde había docentes que no cobraban desde hacía muchos meses llegó el Estado y dijo: ‘venimos a solucionarlo’. Otra vez la política podía resolver problemas muy concretos. El kirchnerismo demostró que se podía tener crecimiento con distribución. Aquella promesa del 83 parecía que se empezaba a formular positivamente otra vez”.
La actual inflación impacta en la vida de millones de trabajadores que no llegan a fin de mes. “El gobierno no ha logrado explicar por qué la política no puede producir ninguna intervención en materia de redistribución del ingreso ni mejora en las condiciones de vida de las personas. Los grandes grupos económicos y financieros, la industria, los agroexportadores, los ganadores de este modelo, no pagan ningún costo respecto de la redistribución del ingreso; hacen lo que quieren. Esto retrae a la ciudadanía a decir que una vez más la política no está en condiciones de dar una respuesta”, subraya el sociólogo pero aclara que aunque el clima de desencanto es similar al 2001 no son iguales las condiciones económicas. “La gente que tiene un trabajo en relación de dependencia, esa gente que en los 90 con el 1 a 1 tuvo mucha certeza, hoy tiene la certeza de que su salario no le alcanza, que no sabe cuál va a ser su futuro. Los jóvenes no pueden soñar no solo con comprar una vivienda sino en alquilar una casa y no pueden irse de la casa de sus padres. Ese dolor de los incluidos es una novedad respecto de lo que fue los 90”, compara Quevedo.
El avance de las derechas
Muchos de esos jóvenes votan al economista y político libertario Javier Milei. “La experiencia kirchnerista es una experiencia de gente madura, no de jóvenes. Aquellos que tienen recuerdos de lo que fue la recuperación del 2004-2005 en ese momento tenían entre veinte y cuarenta años. Hoy tienen entre cuarenta y sesenta años. Los jóvenes que hoy tienen veinte años y nacían en esos años no pueden tener el recuerdo de que lo que significó el kirchnerismo en el cambio de las expectativas”, reflexiona el sociólogo. “Lo dramático es que el kirchnerismo forma parte de la memoria del pasado; los jóvenes, que es donde más centrada está la desconfianza y donde más prende un discurso como el de Milei, no tienen la experiencia de vida de los años kirchneristas. Lo que tienen esos jóvenes es una experiencia de frustración; la pandemia hizo mucho daño porque ‘la política me mandó a mi casa’. Aunque haya sido por protección de la vida, los jóvenes no lo ven así; tienen una decepción grande con la democracia por la falta de respuestas y se produce un desencanto que lleva a que aquel que quiere borrar a la casta política y tirarlos a la basura aparece como la rebeldía, como el único discurso que dice que hay que cambiar esto de fondo porque si es de forma no hay solución. Milei es un representante local de un fenómeno global, que es cómo avanzan las derechas y como empiezan a romper ciertas agendas que para nosotros son importantes”.
Aunque la polarización también es un fenómeno global, hay un personaje clave en el país. “Cristina Kirchner es la que ordena la polarización política, ella es la que retirándose de la candidatura para el 2023 crea el hecho político más importante porque hoy está todo el mundo discutiendo qué significa ese retiro. Cristina ordena todo el debate político con su palabra; por eso el intento de magnicidio hay que leerlo en ese contexto. Tratar de matar a alguien que es vicepresidenta de la nación es gravísimo -afirma el sociólogo-. La derecha decide minimizarlo, retirar el tema de la agenda y decir que fueron cuatro loquitos sueltos. Y lo van logrando porque la justicia no avanza en la investigación. Cristina Kirchner es el personaje insoslayable de la vida política argentina”, destaca Quevedo.
La recuperación democrática implicó extirpar la violencia política. “Cuando asumió Macri, llegó una novedad: la violencia forma parte de las reglas del juego; con violencia también se gobierna . Si vas a salir a la calle, tené cuidado porque te podemos gasear o matar. El macrismo y sobre todo el discurso duro de Patricia Bullrich como ministra de Seguridad trajo la idea de que la violencia está dentro del campo de la política y que ellos están dispuestos a ejercerla. Hay una parte de la sociedad que conecta con este discurso y entiende que la forma de resolver ciertos conflictos es con violencia”, alerta el sociólogo y traza una conexión directa con el atentado a Cristina, que lo ejecutó “un grupo de gente bastante marginal” bajo el argumento de que alguien “tenía que tener la valentía de matarla”. Este discurso, añade Quevedo, fue habilitado desde el macrismo. “El que quiera andar armado que ande armado, dice Patricia Bullrich. Esto implica un deterioro enorme respecto de lo que fue el clima del 83. La democracia retrocede varios pasos cuarenta años después. Y esto sucede porque ciertas dirigencias políticas habilitan la violencia”.