Omar y Lolita se conocieron en un barco que los llevó hasta Viena, al encuentro de juventudes comunistas en 1959. Antes de volver a Buenos Aires, visitaron Berlín y tuvieron como guía para cruzar al lado comunista a Tamara Bunke, quien se convertiría en Tania la Guerrillera en un futuro cercano. En 1964 llegó a Bolivia, bajo las órdenes del Che Guevara, y murió en una emboscada en la selva boliviana en agosto de 1967. El escritor Javier Argüello, el hijo de Omar y Lolita que nació en Chile durante el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende, narra la vida de sus padres en Ser rojo (Literatura Random House) con la esperanza de encontrar un sentido a esa historia familiar atravesada por la efervescencia política de los años 60 y 70. “Soy rojo porque creo en la herencia que me legaron, y que no tiene que ver con adscribir a consignas revolucionarias ni con votar partidos de izquierda –sea lo que sea lo que eso signifique hoy en día--. Soy rojo porque creo que la comunión de los hombres sigue siendo el objetivo”, revela el escritor al final de esta “novela sin ficción”, un libro coral que propone tejer una trama de diálogos posibles entre padres e hijos.

Argüello (Santiago de Chile, 1972), que vive en Barcelona desde hace más de veinte años, entrevistó a sus padres porque reconstruir la historia de ellos era desentrañar también lo más íntimo del autor de Siete cuentos imposibles (2002), El mar de todos los muertos (2008), La música del mundo (2011) y A propósito de Majorana (2015). “¿Qué celebrábamos cuando celebrábamos la caída del muro?”, se pregunta el escritor en Ser rojo. “El comunismo había fracasado. ¿Y el capitalismo había triunfado? ¿Era un triunfo esto que estábamos viviendo? El régimen comunista había oprimido y encarcelado y torturado y asesinado. ¿Y no habían hecho lo mismo los regímenes que el capitalismo había colocado aquí y allá para impedir el avance del temido enemigo? ¿Qué celebrábamos realmente cuando celebrábamos la caída del muro? ¿Que el beneficio económico se transformara en nuestra guía? ¿Que los mercados se convirtieran en oráculos y el dinero en el nuevo Dios? ¿Qué es lo que había fracasado en realidad?”.

Paisaje moral

-La historia de tus padres en “Ser rojo” es necesaria para mostrar que también había sectores de la militancia política en los 70 que se oponían a la lucha armada. ¿Te interesó escribir el libro para contrarrestar el relato hegemónico de la lucha armada?

-Me interesó escribirlo por algo bastante parecido a lo que decís y que tiene que ver con una militancia que ha podido reflexionar. Me parecía que es un buen momento para escribir un libro en el cual el mensaje sea "no es izquierdas o derechas, no es obrero o empresarios, no es musulmanes o cristianos". Tenemos que tratar de entender cómo es el ser humano y ver qué hacemos con eso; pero sacándolo de las polarizaciones en las que estaban metidos. A mi padre no le gustaban las armas y creía en la posibilidad de transformar las cosas dialogando y no agarrándose a tiros.

-¿Por qué decís que Maitencillo, en Chile, fue la patria de tu infancia?

-Hay algo que tiene que ver con el epígrafe del libro, que es una frase de Juan Marsé. La patria de la infancia es un paisaje moral. Esa idea me parece maravillosa. Lo te queda de la infancia son esos gestos que casi sin darse cuenta tus padres y tus abuelos te fueron dejando y a partir de ahí uno establece un paisaje moral sobre cómo se tienen que hacer las cosas. Y Maitencillo fue eso, en el sentido de que era un reducto dentro del Chile pinochetista en el cual se hablaba de política. El que nos alquilaba la cabaña elegía a la gente para que pudiéramos hablar de lo que no se podía hablar. De hecho, quien nos llevó a esas cabañas fue un gran amigo de mi padre, el español Carmelo Soria, a quien mataron en Chile y por el cual el juez (Baltazar) Garzón pidió la captura de (Augusto) Pinochet.

-En una parte del libro contás cómo tu papá, que tenía inmunidad diplomática por su trabajo en un organismo internacional, llevó a muchos militantes chilenos cerca de las puertas de distintas embajadas para que pudieran salvarse. ¿Cuánto tiene que ver esto que hacía tu padre con ese paisaje moral de la infancia, aunque te lo hayan contado porque eras muy chico cuando eso sucedía?

-Tiene mucho que ver, yo no me acuerdo de eso porque en ese momento tenía un año y medio. Cuando le pregunté a mi padre por qué no se fue de Chile, lo que me contestó es que no sabía por qué... Él sabía que eso era lo que tenía que hacer, intentar ayudar… y me sigue emocionando cuando lo digo. Ese era un tiempo en que lo correcto era más importante que lo conveniente; es algo que miro con nostalgia, no sé cuánto queda de eso. ¿Quién hace lo correcto por encima de lo conveniente hoy en día? No sé…

Bastardear las palabras

-Tu mamá te decía que no tenías que usar la palabra exilio, que esa palabra tenía que estar reservada para aquellos que estaban en listas negras y que se tuvieron que ir. ¿Coincidís con la advertencia de tu mamá?

-Sí, hay que tener cuidado con la palabra exilio. Un caso muy claro que me indignó un poco es con el tema independentista en Cataluña. El que declaró la independencia, (Carles) Puigdemont, se escapó a Bruselas y se llama exiliado. No es un exiliado, es un prófugo. Si yo quebranto la ley a conciencia y me escapo, soy un prófugo de la ley. No soy un exiliado. Hay que tener cuidado con las palabras. Lo mismo pasa con la palabra dictadura. En todos lados se dice muy fácil “esto es una dictadura” ante la primera cosa que no te gusta. Esto no es una dictadura; dictadura es otra cosa. En Cataluña muchos dicen “estamos oprimidos”. No están oprimidos; hablan en su idioma en todos lados, hacen lo que quieren. No me jodan; esto no se llama opresión. No hay que bastardear las palabras.

-¿Por qué se bastardean algunas palabras como exilio, dictadura, libertad?

-Por infantilismo… tenés derecho a no querer vacunarte, ahora la idea “no me pueden obligar”, ¿de dónde la sacaron? La democracia es derechos y obligaciones. “Si me obligás a algo, esto es una dictadura”, dicen. En democracia hay obligaciones, ¡claro que te pueden obligar! Ser infantil e irresponsable tiene consecuencias.

-“Ser rojo” es un título que se entiende mejor en España porque así llamaban a los republicanos (comunistas, socialistas y anarquistas); acá no se ha usado tanto “rojo” para definir a alguien como comunista. ¿Por qué elegiste ese título para el libro?

-El título original del libro era Soy rojo; pero era un título muy de barricada y el libro no es eso. ¿Qué significa ser rojo? Me parece que el libro busca más la reflexión que un grito de guerra. Cuando te preguntás por la historia de tu familia, en definitiva te preguntás quién soy. La respuesta más fácil es decir “soy rojo”, aunque ya veremos qué significa eso. Para mí no significa ni armas, ni revolución. Hoy en día significa que estoy dispuesto a trabajar por la comunidad y que todavía queda algún tipo de esperanza.