Abrázame Fuerte
(Serre moi fort)
Francia, 2021
Dirección: Mathieu Amalric.
Guión: Mathieu Amalric, sobre la obra teatral Je reviens de loin de Claudine Galea.
Fotografía: Christophe Beaucarne.
Montaje: François Gédigier.
Intérpretes: Vicky Krieps, Arieh Worthalter, Anne-Sophie Bowen-Chatet, Sacha Ardilly, Juliette Benveniste.
Duración: 97 minutos.
Disponible en MUBI
8 (ocho) puntos
A esta altura, la trayectoria de Mathieu Amalric se reparte, con talento similar, entre la actuación y la dirección. Verlo en pantalla es siempre un gusto superlativo, se trata de uno de los grandes intérpretes del cine contemporáneo. Su versatilidad va del nudo existencial de La Cuestión Humana (2007), de Nicolas Klotz, a los gestos mínimos de La Escafandra y la Mariposa (2007, Julian Schnabel); de la villanía en James Bond (Quantum of Solace) al alterego de Polanski en La piel de Venus.
Por otra parte, su carrera como realizador le abrió un panorama diferente, no siempre con participación actoral suya. En este caso, Amalric ya posee una puesta en escena que le distingue como un realizador de valía; desde la ebullición festiva de Tournée (2010) al policial de cuño Simenon en El Cuarto Azul (2014). Ahora, con Abrázame Fuerte (disponible en MUBI), el actor y director francés lleva a la pantalla la obra teatral de Claudine Galea (Je reviens de loin), y apoya en la actriz Vicky Krieps el desafío: comulgar varias capas de sentido a partir de la premisa supuesta en una separación de pareja.
En efecto, Clarisse (Krieps) abandona su hogar, mientras su marido e hijos duermen. Hay algo que la delata en esta decisión y es la mirada de su hija, que la descubre pero calla. Apenas amanece y Clarisse ya está en la ruta, lista para viajar hacia donde el devenir la lleve. De igual manera la anima su amiga, feliz de saber que ella, finalmente, tomó la decisión. Clarisse surca kilómetros con su auto vintage y escucha casetes. Mientras tanto, su familia despierta y con ella las costumbres de la mañana. Pero algo raro pasa.
De pronto, el padre interrumpe la música que ejecuta la niña al piano; pero al quitar la partitura y la niña dejar de tocar, la música sigue. ¿De dónde proviene? Tal vez del pasacasete de Clarisse. Quizás sea música extradiegética, como la que ponen en uso la mayoría de las películas. En ese gesto de ruptura –hay un verosímil que se rompe (y uno que se crea)– surgen otras posibilidades. No hay claridad, entonces, sobre lo que se está viendo, escuchando, y el relato no tardará en ofrecer otras soluciones formales, de índole similar. A la vez, construye su montaje paralelo entre el viaje de Clarisse y las vicisitudes de su familia.
Sin embargo, la lógica casual de los acontecimientos comienza también a resquebrajarse. No parece existir una correspondencia cabal en la sucesión argumental, y los saltos en el tiempo llevan a pensar ciertas secuencias como posibles flashbacks o recuerdos. ¿Dónde está Clarisse? ¿Qué es lo que realmente sucede en Abrázame Fuerte?
En función de tales preguntas, no tiene sentido desocultar cuestiones argumentales, cuya comprensión ofrece una solución no menos dolorosa. Lo que sobresale es la manera a través de la cual Amalric pone en escena un relato quebradizo, en donde el raccord se contradice y las imágenes provocan, en su ensamble, asociaciones irónicas. De este modo, el comportamiento de Clarisse resulta por momentos desconcertante, cuando pasa de la felicidad exultante a la tristeza, de la seducción con un extraño al recuerdo melancólico. ¿Cuántas horas hace que está en el comedor del hotel, desayunando? Como si reiterara una acción del pasado, en la que queda quieta, en la procura de recuperar un encanto ido. (No es lo mismo, pero hay un tinte similar, que recuerda la sensación de gota de tiempo detenida que Torres Ríos y Torre Nilsson filmaran en El crimen de Oribe).
En síntesis, bien puede decirse que Abrázame Fuerte es esa espera y quietud, y que los movimientos y acciones que ofrece no son otra cosa más que el resultado de la superposición caprichosa, amorosa y dolida, de recuerdos y fantasías. El límite entre tales instancias se vuelve una bruma que Amalric deposita en las confusiones narrativas, en los “errores” de continuidad, en el contrapunto que suscita el comportamiento de Clarisse. De tal modo, cuando ella no está en escena, lo visto bien podría ser consecuente con sus deseos antes que cierto, producto de su cariño afiebrado, de la desazón que la envuelve. Pero hay que ver la película completa y percibir, entonces, dónde encajan ciertas situaciones, para notar cómo una estructura cíclica es la que guía, en suma, al relato.
Entre las varias películas posibles con las cuales Abrázame Fuerte comparte vínculos –una de ellas es Pienso en el Final, de Charlie Kaufman–, hay una que es menester señalar, y de paso recordar a su director maestro, el polaco Krzysztof Kieślowski: en Bleu, Juliette Binoche debía afrontar el azar de una vida que la llevaba a transitar un dolor nunca pensado; Kieślowski supo decir que ésta era la manera a través de la cual podía poner en libertad a su personaje; la libertad, justamente, era el eje de esta película (las otras dos películas de la triada, dedicadas a la igualdad y la fraternidad, fueron Blanc y Rouge). ¿Es posible saber de felicidad y no de dolor? En ese matiz incómodo se sitúa Abrázame Fuerte.