Arabia 2 - Argentina 1

Me voy al bar, me dijo él. Café futbolero era el programa. De repente se acordó: ¡Uy, cierto que soy fierro! Mejor me voy, dijo. Y no hubo más mensajes, nada. No pregunté. Mi única preocupación era llegar temprano a la dentista. A lo largo de esas cuadras que fui caminando, el día se fue volviendo normal. Nada de silencios expectantes ni de rumores extraños. La gente estaba en la calle, haciendo su vida, como si nada. Claramente, algo había salido mal. Toda la parafernalia celeste y blanca en las vidrieras parecía desinflarse, quedar obsoleta, perder su sentido. De repente una voz en alguna radio o tal vez un dispositivo más actual, o quizás a viva voz de cuerpo presente, pero a lo lejos (como esas voces que aparecen de pronto de la nada en los sueños) dijo el resultado. Luego supe que ella había vuelto al consultorio con el primer gol. Hoy en Arabia es feriado nacional. Se sienten honrados de haber derrotado a un rival que, como ellos mismos dicen en la web, es un semillero de futbolistas y fue campeón mundial dos veces.

Argentina 2 - México 0

Viaje de vuelta desde CABA, ayer sábado. A las 2 de la tarde se rompió el aire en Campana y quedamos varados casi dos horas. Aprovecho para comer un sandwich de salame por ahí, tomar un café y descubrir uno de los baños más artísticos del país, un secreto bien guardado en un bar de la terminal cuyo nombre buscaré en el mapa en cuanto algo funcione. Arrancamos en otro vehículo de la misma línea y al ratito empezó Argentina-México. Los choferes, abajo, lo veían por TV. Un pasajero lo seguía por celular, arriba. Gritamos el gol de Messi y el gol de Enzo, ambos en dos oleadas, porque Internet tenía delay. Llego a la terminal de Rosario a las 18, calles vacías, fáciles de cruzar. Sonrisas: de los pocos que andaban por la calle, entre vecinos. Timing perfecto.

Argentina 2 - Polonia 0

No quedaba más que viento en el barrio de persianas bajas. La lluvia no vino. Sabía que el barcito de Ituzaingó y Rosas no me fallaría. Entro y me separan una mesa, gesto valioso. ¿Para quién jugaría Goyeneche? preguntan en el chat para matar el tedio de la planicie inicial, cero a cero. Todavía el relator pronunciaba apellidos terminados en "insky". Después ya no, después la máquina azul ya no la soltó más. "Absoluto monopolio del balón". Siendo o más bien habiendo sido un ser de feroces insistencias, de intentos inquebrantables, me quedé bien tranquila con cada pelota que fallaba: en algún momento iba a entrar. Para el segundo gol, me había cambiado la química. Con el grito me nació el aplauso, como si fuera el remate de un gran poema. Era esto. La razón por la que no nos suicidamos en masa los argentinos, ganar un partido de fútbol como salvavidas de masas. Cada vez más amargura en las caruchas de los lindos hinchas rojiblancos que me hacían acordar a mi gato el Colorado, mientras su seleccionado hacía la plancha. A los argentinos nos regula los neurotransmisores el fútbol.

Argentina 2 - Australia 1

Esta vez "aproveché" la distracción de los primeros minutos para realizar, sin ser vista, operaciones encubiertas de alto riesgo en mi antiguo domicilio, léase: regar las plantas. Disfruto unas cuadras del subidón de autoestima por la tarea cumplida y del efecto bomba neutrónica de las calles desiertas hasta que me cruzo con un hincha desesperado, más perdido que perro en cancha de bochas. Lleva un mástil con una bandera argentina enrollada y atina a balbucear: "calle Juan Manuel de Rosas. Un bar. Me dijeron". Le indico el bar del partido argentino anterior. Luego llego a lo de mi socia, me convida una prueba de artista de empanada de carne y me siento en el sillón ergonómico a mirar los puntos amarillos y albicelestes que corren sobre el verde, en la pantalla de su computadora. Un súbito plano cercano muestra la violencia del jugador de amarillo, la bronca de Messi, la ira apenas contenida del de amarillo contra el árbitro que dicta tiro libre, y el tiempo se acelera: algo empieza a ocurrir. Pase, pase, pase, pase y ¡goooool de Messi! Lo grito y mi socia me escucha desde la cocina, mira el replay. 

"Golazo", opina con serenidad imperturbable. Subo a baldear la terraza (estamos preparando la casa para una fiesta) y oigo subir ese rumor marítimo de la hinchada como fondo musical del solo de vientos de la voz del locutor. Siento que algo va a pasar, termino de baldear, bajo a seguir viendo el partido y me distraigo anotando los precios de nuestros libros en un cartoncito sin ver del todo cómo una vez más el tiempo se acelera, Messi y Julián Álvarez salen al área rival... ¡y crean un segundo gol! Miro el replay, no es lo mismo, pero no importa, dos goles son dos goles, es una maravilla, es el fin de la depresión. Mi siguiente tarea: escribir en tizas de colores los precios de las bebidas y de las comidas que está cocinando mi socia, en el pizarrón que me regaló el kiosquero de Cerrito cuando se fundió. Queda espacio libre y pongo ¡ARGENTINA VAMOS TODAVÍA!, alternando los colores de las tizas: celeste, blanco y celeste.

Croacia 1 (4) - Brasil 1 (2)  // Argentina 2 (4) - Países Bajos 2 (3)

No podía fallar. El toldito azul levantado se veía desde lejos. Al calor de los goles se cuece la conversación entre ya no tan desconocidos. La sequía queda afuera de este oasis donde el aire acondicionado es la única concesión al presente. El dueño del bar familiar y cabeza de familia opina; opina un señor en la mesa de al lado, que carga su teléfono en otra mesa, y opina el habitué de partidos anteriores, quien explica por qué Croacia tenía que ganarles a los brasileños: "así no nos cargan". Me dieron pena sus hinchas carnavalescos, alivio cómico del duro y parejo partido del mediodía, a quienes las cámaras tomaban primero rezando o cantando y al final llorando bajo sus tocados de plumas de caciques, verdes y amarillos como gigantescos loros amazónicos. Dejé de compadecerlos cuando supe lo del gato bajado de la mesa en la conferencia de prensa: no lo podés agarrar así. Al ratito, regreso. Gritamos todos el gol de Molina tras la jugada genial de Messi, festejamos el gol de Messi y el habitué se puso a gritarle ¡CALMATE, CALMATE! al hincha intruso en la cancha como si lo tuviera delante. Sufrimos cada segundo del parto de quintillizos que fue el resto del partido, en especial el segundo gol anaranjado en el instante final. Clamamos por el ingreso de Di María y deploramos cada gol suyo que no fue. Celebramos eufóricos cada atajada del Dibu Martínez y cada gol argentino de penal, sobre todo el match point. Salimos a festejar en la vereda y nos despedimos hasta el martes. Ahora la calle baila bajo la lluvia. Yo me vuelvo a mi casa y a mi gato, el rey de las mesas de mi casa. Y que a las plantas las riegue la tormenta.