Si algún punto de contacto tienen los seleccionados de la Argentina y Croacia es su fortaleza espiritual, su espíritu irrenunciable de lucha y el liderazgo indiscutido que ejercen, dentro y fuera de la cancha, Lionel Messi y Luka Modric, sus dos máximas figuras. Más que dos equipos de fútbol, jugarán la primera semifinal del Mundial de Qatar, dos grupos humanos sin fisuras, con jugadores que, más que circunstanciales compañeros, en muchos casos son amigos entre sí. Y saben hasta donde pueden llegar con sólo mirarse a los ojos.
Tal vez nunca Messi jugó un Mundial tan bien rodeado, tan comprometido con su grupo. Seguramente por eso, dio la cara el viernes y respondió como respondió a las provocaciones de los futbolistas de Países Bajos y su técnico, Louis Van Gaal. Messi sintió que a sus compañeros y amigos no los podía dejar a la intemperie y que, antes que cualquier otro, debía ser el primero que saliera a plantarse. Y así lo hizo. Pero algo debe quedar muy en claro: para ganarle a los croatas se necesitarán bastante más que bravuconadas y gestos tribuneros.
El Messi pendenciero deberá dejarle paso inevitable al jugador extraordinario. Aquel que con sus goles, abrió los partidos ante México y Australia, que con una asistencia sin par, le sirvió a Nahuel Molina el primer tanto contra Países Bajos y que cada vez que entra en juego, conmueve con su despliegue, su compromiso y desde luego, con la magia de su fútbol. Porque en el plano espiritual, no hay diferencias. Croacia se parece a la Argentina en el carácter, el orgullo, el pecho inflado y la convicción ganadora. Y también en la contingencia de un líder impar como Modric, enemigo declarado de la derrota y gran gestor de las emociones que suelen darse en las concentraciones, los vestuarios y los campos de juego.
Modric ha replicado en Croacia, aquella fuerza anímica indomable que le dio este año al Real Madrid la Champions League. Y como en su equipo, lo ha logrado trascendiendo lo futbolístico, haciéndo sentir importante hasta el último miembro de la delegación y armando con sus compañeros una comunión tan poderosa que involucra hasta sus familias. Además de la calidad técnica de sus jugadores, esta mística ayuda a entender el milagro de Croacia, un país de apenas 56,594 kilómetros cuadrados de extensión y 3.900.000 habitantes que, como en Francia 1998 y Rusia 2014 vuelve a llegar a las semifinales de una Copa del Mundo.
A este equipo indestructible se le deberá ganar echando mano al carácter que viene desde el fondo de los tiempos y al mejor Messi posible. Y desde luego, al mejor planteo y las ideas más claras que puede aportarle el cuerpo técnico que lidera Lionel Scaloni. Mente fría y corazón caliente en este caso no es una simple frase hecha. Es el estricto orden de prioridades que Messi y sus compañeros tendrán que respetar para que la Selección Argentina supere a Croacia y juegue la sexta final del Mundo de su gloriosa historia.