En el Museo de Arte Contemporáneo de la Untref, sede Museo de los Inmingrantes, se exhibe la muestra No es oro todo lo que reluce, de Karina El Azem, con curaduría de Florencia Battiti. La artista fabrica una obra que parece estrictamente ornamental aunque luego se revela que está construida, por ejemplo, con balas y perlas. Allí se produce una tensión entre lo decorativo y lo perturbador, que resulta un procedimiento en su trabajo. Entrevista con la artista.
-¿Cómo se te ocurrió usar balas para ornamentación?
-Mi primer encuentro con las balas usadas decorativamente fue en la vidriera de una armería del centro en los primeros años dos mil. Después las armerías un poco se escondieron detrás de casas de pesca, pero hace veinte años se exhibían en las vidriera, con criterio ornamental, las cajas con municiones derramadas en cascada. Y también balines de aire comprimido. Vi eso y empecé a combinarlo con el trabajo de perlas que ya venía haciendo. Perlas y balas. Hice algunos pictrogramas de perlas y en un momento comencé a incorporar las municiones y balines.
Tiempo después, Tiro Federal me encargó que diseñara un premio (una especie de obelisco) y yo les pedí balas usadas: me dieron kilos y kilos de cápsulas usadas. Tengo un montón de tachos llenos de cápsulas y distintas clases de balas, que fui traslado de casa en casa.
Usé también casquillos de cápsulas FAL que se usaron en Malvinas. Tuve unos casquillos de M16 que me dieron en Israel. Me compré catálogos y aprendí sobre balas y armas en internet.
Para experimentar, hice prácticas de tiro en Tiro Federal. Fue una experiencia fuerte. Las armas son muy pesadas para mi contextura; el sacudón durante el disparo es muy fuerte. Me prestaron lo que llamaban “una pistola de dama”.
-¿Qué te atrae de la violencia?
-Me llama la atención la violencia urbana y la doméstica en Buenos Aires, especialmente. Aunque es un fenómeno generalizado, mundial; pero nosotros hemos vivido una gran violencia de Estado, extrema, y hemos naturalizado un alto nivel de violencia. Eso se trasladó a los robos y los asaltos. En las culturas árabes, por ejemplo, no sucede que te maten para sacarte una bicicleta o un teléfono celular. El ensañamiento es cultural, del mismo modo que la necrofilia.
-En tu obra hay una estetización de la violencia.
-Sería una versión ornamental de un patrón reiterativo en el comportamiento. Como si fuera una ética pasada por la estética. Me llamó siempre la atención cómo el hombre/masa puede ser una representación, una hipótesis de la violencia: como en los desfiles nazis o en los desfiles militares en general. Hay una potencia en la que lo humano puede ser un engranaje de la violencia.
-Y con esa idea hiciste pictogramas.
-El pictograma es un idioma paralelo. Es la imagen que con menos elementos formales te da el máximo de significado. Y no hay dudas, para dar ejemplos, de que la imagen es un avión, una mujer, una valija… Esa combinación me sirve para contar historias. Y si por un lado se cuenta una historia, que también puede ser de violencia, al mismo tiempo se puede ver como un ornato. Hay una doble lectura.
-¿Una potencialidad de belleza en la violencia?
-No me atrevo a plantear esa hipótesis. Pero sí presento la violencia de una manera estetizada. Hablo de algo que es fuerte, pero lo “digo” de un modo armónico. Me resulta tan fuerte que genero imágenes para suavizarlo o digerirlo. Yo no puedo ver un noticiero: me resultan espantosos. Y lo hemos naturalizado. Ahora tienen un cartel que dice “Imágenes sensibles”. Cuando éramos chicos veíamos cosas terribles en los noticieros. Estaba en el aire ver cosas espantosas. Ahora por lo menos hay advertencias. Pero volviendo al uso de las balas: el diseño de las balas genera un atractivo. Parecen lentejuelas. Alguien se acerca a mirar esos puntos en las imágenes y ahí viene el impacto.
-En la muestra está el zapato con una pistola como taco, con incrustaciones de balas.
-Es una obra que hice hace como quince años. Y ahora volvió a llamar la atención. En el marco del empoderamiento femenino que se supone que es actual. Aunque también puede verse como parte de la mayor visibilización de la violencia contra las mujeres. El lugar de la mujer es muy diferente ahora comparado con lo que pasaba hace unos años. En la escuela de Bellas Artes los docentes te decían “cuando seas profesora….” o “total después se casan y dejan el arte…” Ese tipo de frases estaba presente diariamente. Hasta los años noventa había pocas mujeres en el mundo del arte. Esa generación, la de los noventa, es la que arranca para estar más a la par.
-¿Qué queda de los noventa en tu obra?
-De los años noventa me queda esta cuestión de la “unidad mínima”: usaba mostacillas y empecé también, apenas resultó posible, con la reproducción digital. En ese momento lo decorativo y lo ornamental empieza a resurgir como discurso, cuando todavía era denostado y estaba en discusión.
-El diseño y la ornamentación, pero también los patrones, la modularidad resultan constitutivos en tu obra para construir las imágenes.
-Creo que siempre fui proclive a eso, a ese ritmo, a esa repetición. Creo al mismo tiempo que hay algo del ejercicio de la meditación en mi trabajo, y que cada vez me interesa más, porque lo siento más necesario. Cuando pego una bala al lado de otra, o lo repito en la computadora, todo ese trabajo, con el paso de las horas, te lleva a un estado de meditación.
* En Muntref, Sede Museo de los Inmigrantes, Avenida Antártida Argentina (entre la Dirección Nacional de Migraciones y Buquebús), hasta fin de año.