Paradojas de la vida: quizás el momento profesional más importante de la carrera de Griselda Siciliani ocurrió durante la pandemia, uno de los periodos más oscuros de la historia moderna de la humanidad. Justo en vísperas del inicio de los aislamientos sociales en casi todo el mundo, la actriz recibió la confirmación de que había sido elegida por el director y guionista mexicano Alejandro González Iñárritu para coprotagonizar Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, que luego de su paso por las salas argentinas, a principios de noviembre, llegará a la plataforma Netflix el viernes 16 de diciembre. Fue, además, el punto culminante de un recorrido internacional que la había llevado también a España, donde integró el elenco de Sentimental, del catalán Cesc Gay, trabajo que le valió una nominación como Actriz Revelación en los Premios Goya. La última posta de ese recorrido es la entrevista de tapa, compartida con su colega Ximena Lamadrid, de la edición de noviembre de la versión mexicana de la revista Vogue

“No fue algo premeditado, fue dándose así”, cuenta a Página/12 la protagonista de la recordada tira Educando a Nina sobre el rumbo internacional de su carrera. “Primero me llamó Cesc Gay para ir a España, mientras filmaba allá empecé con los castings para hacer Bardo...y así fueron surgiendo cosas. Eran todos proyectos a los que era medio imposible decirles que no, porque había grandes directores detrás. No me hubiera ido para hacer cualquier cosa”, agrega Siciliani, una actriz con amplia experiencia en teatro y televisión, pero para quien el cine “apareció de golpe”.

“Había hecho algunas películas acá, pero me considero mucho más una actriz de teatro y por supuesto de tele. Yo era bailarina y jamás hubiera pensado en trabajar en televisión. Pero así como un día apareció la televisión, después lo hizo el teatro y ahora el cine, como si fueran instancias que me estaban esperando para que pudiera meterme de lleno. Ahora me siento muy metida en este lenguaje. El cine es otro planeta. Ya amaba el cine, El último Elvis había sido una película muy importante y hermosa para mí. Pero esto fue distinto, porque fueron rodajes en países nuevos donde tuve otra percepción de los demás y no conocía al equipo. Tuvo una cosa casi juvenil de renovar energías”, cuenta quien en la nueva película del ganador del Oscar a Mejor Dirección por Birdman (2014) y El renacido (2015) interpreta a Lucía, la esposa de un afamado periodista mexicano llamado Silverio (Daniel Giménez Cacho) que regresa a sus pagos luego de consagrarse internacionalmente como documentalista, y con ello, se enfrenta a una crisis existencial que lo lleva a confrontar con su identidad, sus relaciones y la locura de sus recuerdos.

-Mencionaste que empezaste con el casting de Bardo cuando estabas en España. ¿Cómo fue ese proceso?

-Lo primero fueron los "autocasting" en los que te grabás vos misma haciendo una escena que te mandan. En ese momento no sabía ni siquiera que era para una película de Iñárritu, solo que era para un proyecto muy importante. Hice varias escenas y mandé un material con un surtido de cosas que había hecho en teatro, cine y tele a lo largo de mi vida. Hice varios de esos, hasta que me dijeron que era para una película de Alejandro, a quien conocí en una video llamada porque estaba filmando en Barcelona. Cuando terminé, fui a un casting en Los Angeles bastante largo en el que hicimos un montón de escenas y hablamos mucho sobre el personaje. Terminamos eso el 28 de febrero de 2020, y ahí me dijo que le encantaría que lo hiciera yo. Había mucho apuro para empezar, así que fui a México a resolver algunas cuestiones técnicas, volví a Buenos Aires para prepararme y tomar algunas clases de acento, pero después vino la pandemia. A la semana me llamó Alejandro diciéndome que se iba a retrasar todo.

-¿Cómo tomaste ese parate obligado?

-Fue una cagada, obvio, pero me vino bien porque tuve toda la primera parte de la pandemia para entrenar el acento. Además, al no estar tan pegados los viajes podía organizar la cuestión familiar. Tuve suerte porque volví justo, cerraron todo apenas llegué.

-En la conferencia de prensa del Festival de Venecia, donde Bardo tuvo su estreno mundial, contaste que hablaste mucho con Iñarritu sobre el tono de la película y de los personajes. ¿Qué te dijo sobre eso? ¿Cómo definirías esos tonos?

-Lo que me contó en los primeros encuentros, incluso antes de darme el papel, fue que había visto algo en mi manera de trabajar que iba muy bien con el tono que necesitaba. Un tono que es como una línea divisoria, algo que se mueve en una cuerda floja entre la comedia y el drama sin caer de un lado ni de otro. Había algo de ese lenguaje que expresivamente me quedaba cómodo, es donde mejor me manejo, y me divierte. Ese era el tono por lo menos de mi personaje, que tiene escenas muy duales: por momentos cuenta cosas muy dolorosas desde un lugar casi humorístico. Alguna vez, respecto al tono, le escuché decir a Alejandro que, en lugar de estar buceando en lo profundo del océano, había que buscarlo viendo esa profundidad desde arriba.

-Lucía tiene un vínculo muy profundo con Silverio y los hijos. ¿Cómo trabajaste la química con tus compañeros de elenco?

-Daniel Giménez Cacho ya estaba dentro de la película y participó en mi último casting. Ahí tuvimos una conexión muy veloz. Enseguida tuvimos química y nos dimos cuenta que teníamos la misma manera de trabajar, algo alucinante porque hay muchas maneras de abordar la profesión. Después sí hubo muchos ensayos. De hecho, llegamos a irnos unos días a una especie de estancia en medio de la nada con Alejandro y los cuatro actores que componemos a la familia. Ahí investigamos, hablamos, comimos juntos, ensayamos escenas, vimos películas... fue una especie de empujoncito para crear un vínculo un poco más real.

-Esa experiencia debe haber sido muy útil, sobre todo tratándose de otro país y un esquema de producción muy distinto al que estás acostumbrada.

-Fue todo muy intenso, sobre todo para mí, que estaba metiéndome en una cultura muy distinta y tratando de conocer y empaparme de todo lo que me rodeaba. Estuve mucho tiempo en México, pero en plena pandemia, cuidándome mucho para poder filmar y que no se retrasara nada. Siempre digo que para mí México son los mexicanos que me rodearon. Primero estuve dos meses, entre el ensayo y una primera etapa del rodaje, después paramos para cuidarnos un poco de la pandemia y, finalmente, cinco meses más.

-¿Iñárritu es un director abierto a sugerencias? ¿Escucha a sus actores?

-Él tiene algo muy espectacular: es muy detallista, tiene todo en su cabeza, todos los rubros, una capacidad de trabajo inmensa. Pero a la vez tiene mucho respeto por el trabajo del actor, por el oficio de la actuación. No le da lo mismo lo que opinás de una escena, siempre está escuchando. Al tener todo lo que puede suceder en su cabeza, te deja tirarte a la pileta, jugar y proponer, porque hay una red muy grande y siempre caés parada. De repente me jugaba a hacer algunos delirios sabiendo que nunca la iba a pifiar porque había alguien que estaba en todo. Alejandro escuchó mucho lo que tenía para opinar sobre Lucía, lo que me pasaba con ella, y tomó todos los aportes. En ese sentido, él me decía y tenía muy en claro que yo era Lucía y que lo que hiciera iba a estar bien.

-Lucía es una suerte de cable a tierra para el protagonista. ¿Cómo definirías la relación que los une?

-El vínculo con él es de lo más lindo que tiene el personaje porque va llevándolo por lugares con mucha luminosidad y alegría, pero también le pone los puntos de una manera que nadie a su alrededor puede hacerlo. Y lo ilumina en esa especie de oscuridad por la que está pasando. Siento que cada vez que aparece Lucía le tira un rayo de luz, y creo que eso no fue casualidad: la idea de Alejandro era que ese personaje femenino fuera el que aportara luz a la película, a pesar de cargar con una herida y un dolor muy profundos.

-Varias veces hablaste de Bardo como “una experiencia de crecimiento como actriz, persona y mujer”.

-Es que la experiencia de filmar Bardo fue un all inclusive. No es que iba a filmar; iba a hacerlo en otro país y con un director importantísimo. Encima pasé mucho tiempo sola y encerrada, porque me cuidaba para que el rodaje no se retrase todavía más y poder volver a casa. Todo mi ser estuvo puesto al servicio de la película. Por eso siento que fue un crecimiento enorme. Tuve que trabajar mucho conmigo misma no solo para hacer un buen trabajo profesional, sino también para hacer un buen trabajo como persona en el transcurso del proceso. No poder viajar cuando tenía algunos días libres, algo que hubiese hecho sin la pandemia, hizo que tuviera que hacer mucho trabajo, mucha terapia y mucho de lo que tuviera a mano.

-¿Ese contexto afectó la composición de personaje?

-Totalmente, porque estaba en carne viva. Mantuve la dignidad los primeros meses, pero después era claramente una persona en carne viva. Cuando veo la película, me di cuenta de que eso está ahí, y sé por qué.