Pocos días atrás, en un partido de trámite infartante, la selección argentina logró el pase a las semifinales del Mundial de fútbol que se disputa en Qatar al vencer por penales a Países Bajos. Tras ir ganando por dos goles, la “Scaloneta” pudo superar el golpe anímico producido por el empate en el último minuto del larguísimo alargue alargado otorgado por el árbitro español. De esta forma, como reflexión previa al partido con Croacia, bien podemos convenir que si algún rasgo hay para destacar del equipo argentino es su capacidad para sobrellevar situaciones adversas. Una virtud que sin dudas se apoya en la cohesión grupal, condición eminente para un deporte de conjunto. En este aspecto se hace perentorio destacar la figura de su capitán Lionel Messi, el mejor jugador del mundo y alrededores. Un líder cuya presencia y modo de habitar el campo de juego propicia que sus compañeros entreguen lo mejor de sí. Es que doquiera recibe la pelota Lío la hace circular de modo tal que el balón encuentre los resquicios por donde quebrar la defensa rival. Una suerte de magia que el primer gol ante Países Bajos --al cargarse la presión de tres contrarios para luego servir un pase exquisito a Nahuel Molina--, ilustra de manera contundente. Este habilidad técnica no podría llegar a buen puerto sin la convicción anímica que el carácter agonístico [léase lucha] del juego impone. No por nada, Messi logró ganar siete Balones de oro y aquilatarse cuanto campeonato había para disputar vistiendo la camiseta del Barcelona. Sin embargo, con la selección el título recién llegó el año pasado al ganarle al país anfitrión --nada menos que Brasil--, la final de la Copa América.
Ahora bien, no son pocos quienes especulan que tal galardón solo pudo ser alcanzado en virtud de la muerte de Maradona, hoy convertido en símbolo nacional. De hecho, tras el histórico triunfo en el Maracaná circuló un meme --ampliamente comentado-- que muestra a Freud en plena tarea de escritura con la inscripción de una leyenda según la cual: “Messi ganó un título con Argentina después de la muerte de Maradona”. Con probabilidad, la referencia apuntaba a la muerte simbólica que el hijo debe imprimir al Padre para así trazar su camino en la vida. Sin embargo, tal como se ve, aquí ya no se trata de metáforas sino de la efectiva muerte de una persona --la de Diego-- que habría habilitado el acceso de un título con la camiseta argentina al actual astro rosarino. Incluso hoy que el fuerte temperamento del capitán argentino se hace sentir adentro y fuera de la cancha, se especula que esta supuesta actual firmeza se debe a la ausencia física de Maradona. Por nuestra parte, opinamos lo contrario: somos nosotros --los que constituimos la afición al fútbol (es decir, la inmensa mayoría del pueblo argentino)--, quienes sólo tras la muerte de Maradona podemos advertir la capacidad de mando de Messi. Nos explicamos.
El aspecto canibalístico
El “Diego” es la máxima estrella que --al menos hasta ahora-- la historia aportó a este deporte. Un nombre cuya resonancia trasciende por lejos el ámbito del fútbol para así insertarse en el mito, allí donde la pasión, el talento, la gloria y la tragedia dibujan el derrotero de la existencia humana. Por su genialidad y por haber siempre reivindicado su humilde origen, Maradona es un símbolo nacional. La centralidad y el peso de la figura de esta persona --de cuya muerte se cumplieron dos años hace pocas semanas-- se hizo y se hace sentir para todo hablante argento. Es que, para bien o mal, Maradona está en el discurso, su nombre, su drama y recorrido impregna un tramo crucial de nuestra historia que trasciende los límites de una cancha de fútbol. Una presencia cuyo peso y significación hizo que algunos le atribuyeran, tras su retiro de las canchas, el efecto de inhibir la obtención de nuevos títulos a nuestro seleccionado. Tras su muerte fue elevado al carácter de poco menos que Padre de la Patria. Después de ser condenado por muchos con todo tipo de críticas; insultos e intromisiones en su vida privada (para no hablar del descuido que precipitó su muerte); los argentinos --“asesinato” mediante-- hemos encontrado un emblema que nos une en el talento, la creatividad, y la belleza de ese pequeño cuerpo superdotado responsable de llevar nuestro fútbol a la cima.
No sabemos qué pudo transcurrir en la subjetividad de Lío tras el fallecimiento de Maradona y bien lejos estamos de enhebrar conjeturas al respecto. Lo que sí podemos señalar es el aspecto canibalístico que las comunidades hablantes suelen desplegar con sus ídolos, a quienes demandan todo tipo de exigencias, sacrificios y condiciones mientras caminan junto al resto de los mortales. Ambos --Maradona y Messi- -constituyen excelentes ejemplos al respecto. La Providencia, en un gesto que recién ahora parece ser reconocido por quienes habitamos este suelo criollo, nos ha provisto de otro increíble genio a quien, tal como era esperable, se le ha dispensado un trato similar. Esto es: críticas que van desde el clásico “pecho frío” hasta el delirante diagnóstico de Asperger, pasando por el ridículo “miedo a ganar” que le imputara un neurólogo con ambiciones políticas para vergüenza de todos aquellos que sienten algún respeto por las disciplinas psi. De hecho, bastó que en su momento Lío anunciara su renuncia a la selección para que un coro compungido rogara por su vuelta, no está claro si para disfrutar de su fútbol o para poder continuar con el ruinoso goce de la crítica.
No creo que la actual selección campeona al mando de Lionel Messi haya logrado la Copa América ni sus actuales triunfos en virtud de que Diego ya no está, mucho menos que el firme carácter de Messi demostrado en Qatar constituya una novedad. Sí me parece que los argentinos pueden disfrutar mucho más de los logros de la selección a partir del símbolo en que aquel pibe de Fiorito se constituyó luego de que partiera de esta tierra. Es decir, una vez que la condición transitoria y finita del héroe se hace efectiva.
Quizás no se trata de maldad sino de la necesidad que una comunidad experimenta de sacrificar sus seres más notables o, en todo caso: una muestra del nivel con que hoy nuestra sociedad, afectada por el odio, necesita de la muerte para reflexionar sobre la nefasta deriva a la que algunos pretenden llevarla. Desde esta perspectiva, vale redoblar esfuerzos para hacer de este suelo un lugar menos injusto y cruel. Por lo pronto, mientras que un sector de la prensa argentina trata de “vulgar y pendenciero” a Messi por su decidida actitud frente a los comentarios patoteros del técnico neederlandés, vale citar el título del elogioso artículo que el diario inglés The Guardian dedicó al actual capitán argentino tras el partido con Países Bajos: “Un emblema de la fragilidad transitoria de la belleza humana”. Disfrutemos de nuestros genios sin necesidad de la muerte. Hagámonos cargo de nuestra propia fragilidad. ¡Y vamos Argentina!
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Profesor Nacional de Educación Física. Exentrenador de equipos deportivos.