Su apellido conlleva en sí una señal de atención. Es que Juanjo Mosalini no solo es hijo de Juan José, bandoneonista y compositor fallecido recientemente, sino que lleva en sus venas el tango de aquel. Mucho de eso emerge entonces cuando se le hace un análisis -de sangre y de sonido- a Entre pliegues, disco flamante de Mosalini hijo que resume en quince piezas un latir existencial de treinta años. Sobre todo cuando se repara en “Canción para un hijo”, registro a dúo entre padre e hijo que, dado lo dado, ha adquirido un plus emocional. “La versión de este tema está escrita para que mi padre pudiera tocar… tocarme a mí esa melodía”, se traba Juanjo (a propósito . “La canción ya existía con una versión cantada, pero yo quería que la tocara él conmigo, a dúo de bandoneones. Por supuesto, no sabía en ese momento que sería su último tema, pero lo fue, y por eso ha tomado una dimensión inesperada, arrasadora”, explica el bandoneonista, que acaba de presentar su trabajo en el Théâtre de la Ville, de París.

-¿Qué tenés de tu viejo?

-Es un poco la pregunta que se hace todo hijo, sobre todo cuando tiene la misma actividad que su padre. En este sentido, diría que tengo todo, porque fue él quien me enseñó y me mostró cómo dibujar con el instrumento. Aunque también es cierto que, dentro de la lucha que uno tiene por imponerse en la vida frente a los padres, o de realizarse y demostrar a sus ojos que uno es uno, también están las ganas de hacer las cosas a nuestra propia manera.

-¿Cómo fue tu vida a su lado en medio de esta “tensión” que marcás? ¿O cómo la resignificás hoy que él ya no está?

-Bueno, hubo momentos de distancia y otros de acercamiento, pero en los últimos años tuvimos una gran complicidad.

En noviembre de 2021, de hecho, los "Juanjos" tuvieron la oportunidad de compartir una reveladora velada de concierto y conferencia en Avignon, invitados por la bandoneonista Yvonne Hahn, alumna de ambos. “Fue un encuentro que duró dos horas. Hablamos hasta por los codos y contamos justamente cuáles eran nuestras visiones”, evoca el hijo. “Fue un gran regalo esto de poder compartir ese momento único con mi padre, de subirnos al escenario de un teatro y brindar una exposición sobre lo que es hacer música padre e hijo. Nos dio la oportunidad de decirnos todo lo que quizá durante los primeros años de convivencia uno había estado tapando y frenando para no herir… hablo de eso que a veces explota y crea cicatrices”.

Fue aquel, tal vez, el corolario de un camino conjunto que había tenido como mojón musical cero la participación del hijo en la orquesta del padre. “Ahí me enseñó de todo, desde cómo comportarse en un escenario hasta cómo gestionar un proyecto. Su forma de enseñar siempre fue muy rica pero quizá la particularidad de ser su hijo hacía que se diera también con una cierta espontaneidad. Me acuerdo de estar tocando un tema con él y dos compases antes de entrar me miró y me dijo 'mandate vos en el solo' (risas)".

-Buena postal. ¿Qué tema era?

-Era un solo de mano izquierda de “Danzarín”, en la versión de la orquesta de Troilo. En fin, mi viejo tenía esa forma que hoy veo como una demostración de esa confianza que tenía de empujarme espontáneamente hacia lo que yo veía como un vacío.

Además de “Canción para un hijo”, Entre pliegues no solo porta piezas propias, sino también de compositores que acompañaron a Mosalini hijo en su trayecto. Entre ellos, Gerardo Le Cam, Leonardo Teruggi y Tomás Gubitsch, aquel guitarrista de Invisible que un día -plena dictadura- voló a París para tocar con Astor Piazzolla en el Olympia y no lo dejaron volver por años. “Al principio, el disco fue pensado para bandoneón solo, pero después me dieron ganas de invitar a todos los que terminaron participando de él, además de tener obras con canto, dúos y el cuarteto de cuerdas”, refresca Juanjo, cuyo referentes al bandoneón son Dino Saluzzi, Leopoldo Federico, Osvaldo Pugliese y Piazzolla. Tampoco está ausente el repaso de temas que hacen al mejor acervo de la música popular argentina. Entre ellos, “Quejas de bandoneón”, “La última copa” y una atrevida incursión por la folklórica “Zamba del adiós”. De su propia inspiración compositiva, en tanto, resalta la columna vertebral del trabajo, dada por las cinco partes de “Evidencias repentinas”.

Nacido hace 50 años en Buenos Aires, aquerenciado en París desde que tenía 11, Juanjo compone, interpreta y da clases, hoy, en Paris. También ha tocado para solistas de la talla de Romain Descharmes y Ophélie Gaillard, y en agrupaciones como las sinfónicas de Londres y Berna; y las filarmónicas de Rotterdam y Seúl, además de haber publicado ya cinco discos, más allá del flamante, al que vuelve a referirse ahora: “Le puse Entre pliegues porque me parecía que era el título que más se adaptaba al concepto del disco. La imagen me viene del lado del tema epónimo, que nació de una experiencia con mi abuelo, un carpintero en cuyo taller había dejado mi bandoneón para hacerle ciertas reparaciones. Y pasó que cuando retornó a mis manos, lo abrí y cerré, y el aire que me llegó a las narices era el del taller de mi abuelo. Eso me generó una emoción muy intensa”.

-¿Estás cómodo con el rótulo de músico vanguardista bajo el que algunos te sindican?

-Muchas veces me doy cuenta que lo que hago viene de aquí o de allá, y que no tiene nada de original o de único… Hay tanta música por detrás nuestro que autocalificarse como vanguardista me parece algo pretencioso. Sí me gusta intentar ser yo en el sentido de moverme en algo que realmente me represente y creo que algo de eso hay en lo que hago.