¿Quién nos volvió al revés, para que siempre,/ por más que hagamos, tengamos el gesto/ del que se marcha?

La casa parecía modesta pero extensa y estaba a la altura de Carriego al 900. La precedía un patio con un emparrado y un tinglado de chapa vieja que amontonaba un caos de cosas en desuso. La sala donde Vadoma recibía estaba atrás y ostentaba una cierta reserva. Sounya, la mujer que oficiaba de secretaria, presentaba un aspecto descuidado, como de mujer de la vida entrada en años y resignada a esa condición que suele afectar los tramos finales de ciertas experiencias. Sin embargo, cuando guió a Iole con cierta cortesía ante Vadoma, a quien llamó Veduny, desalentó la primera impresión que produjo, ya sea porque intentaba cuidar un castellano asediado por términos romaní de Moldavia o Macedonia.

Iole consultaba a Vadoma o Veduny porque estaba cansada de ser como era y ceder en su deseo por pura aquiescencia, a cualquiera de sus amigas. No se atrevía a decirlo pero le gustaba un compañero que había venido de Entre Ríos y que había ingresado como docente en la carrera de sociología. Iole era lo suficientemente atractiva como para no necesitar ayuda en conquistar a un joven, pero ese no era el motivo de la consulta sino que quería asegurarse del futuro que le aguardaba con él, ya que hacía un tiempo había noviado con Linos, un joven que murió trágicamente y que seguía viendo de tanto en tanto, imprevistamente. Iole temía que esa aparición entorpeciese la relación que comenzaba.

En medio de una sala colmada de libros orientales, Veduny le sirvió un té, no sin antes extenderse en la consideración de su propio oficio. Hay que conocer, dijo, el alma de aquel a quien uno se dirige y no se limita a una cuestión de piel, solamente. Si lo pensamos… hay tantas almas de los que han partido que nos visitan a diario, como habitantes del planeta… Eso ocurre porque tienen a su alcance nuestros sueños o simplemente los recuerdos que se reiteran, tal vez porque no supimos qué era lo que deseaban o necesitaban mientras vivían… Es cierto, asintió Iole, El domingo en que partí para Buenos Aires… Linos decidió morirse exponiendo la precariedad de sus pulmones a la impiedad de la pandemia… Yo ignoraba esa voluntad y ahora, que vuelvo a interesarme en otra persona…

¿Cómo se llama? Interrumpió Veduny.

Titubeando Iole tardó en decir: Casualmente, como el otro…Linos

Entiendo, dijo Veduny, pero, saldar las cuentas con Linos es imposible. Ni siquiera aquí es posible todo, y mucho menos llegar a la profundidad de la noche en la noche. La única manera que tienes de atraerlo hacia ti es apartarlo; ese rodeo es el único medio para aproximarte y perder lo que aparecía como la necesidad de tu propósito. Tal vez, aunque sea una apariencia, dejarlo ir… Poco sabemos de las almas aquí, menos sabemos…más allá…

Necesito saber…insistió Iole, agachando la cabeza con un resto de rubor en las mejillas.

Veduny mirándola fijamente, dijo: Es un error querer poner término a lo interminable. Tu inquietud y tu impaciencia es querer sustraerte a la inclemencia del tiempo, impaciencia de un deseo que olvida lo que enarbola su existencia, su límite, su borde…

Ocurre dijo Iole, que cuando duermo, Linos vuelve y me habla, mejor dicho… me recrimina: Dormís ahora, y entre todos los muertos, yo soy despreciado porque no soporté cuando te fuiste y decidí morir, desaparecer, sabiendo que eso no se perdona. Por eso ando errante entre las sombras. Contempla mi espectro, míralo con los ojos del alma, más despiertos en el sueño que en la vigilia ya que tantas veces coincidió nuestro deseo. Es de mí de quien te hablo, aunque aquí soy una sombra…

No sabe, dijo Iole, que lo que me impulsa es aquello que él amaba y cuya ausencia me intima a buscar una nueva trascendencia para poder sobrevivir. Cree que duermo demasiado, pero es lo único que calma lo que por él, le falta a mi vida. Ya no soy la misma, un dolor persiste en mi ventana.

Veduny la interrumpió: tal vez no has perdido algo, solo has despertado porque es lo que suele hacer el dolor…nos despierta.  Por lo demás, el sufrimiento no tiene un sentido en sí mismo… También amando abarca el silencio en la habitación la sombra de los ausentes, estimulando al desvarío aún en el luminoso declive de las estaciones. Tenemos la manía de considerar la prevalencia del tiempo en el pasado, cuando es pasado presente y aún más, presente futuro, puesto que nuestra vida es inconcebible sin proyecto y sin una verdad, que por suerte, un griego sumamente imaginativo y arriesgado situó en un lugar muy lejos, una idea en la eternidad o en lo infinito…en lo abierto desde donde se ejerce la fuerza de lo que deseamos por ser inalcanzable…

Pero dejemos eso, dijo Veduny y tratemos de invocar a la sombra de Linos. Por de pronto, nos favorece que su ausencia parece ser vibrante...

Salieron a la parte trasera de la casa que pasaba la mitad de manzana. Unos árboles y plantas de distintas especies se agrupaban sin un orden preciso y la copa del laurel, que predominaba en la entrada, parecía temblar por la brisa ligera que intensificaban en el crepúsculo la sensación de algo muriente…

Veduny tomó una hoja de laurel y la dejo flotar sobre el agua de un recipiente. Al mismo tiempo, de la copa del Laurel se desprendió levísima una hoja cual signo trashumante de inmediata hojarasca y Veduny con una mirada consternada por un secreto dictamen miró con indulgencia a Iole quien, como si se asomara por primera vez a una certeza, en el fulgor repentino de un instante, comprendió no solo que Linos vagaba por allí sino en el seno de cualquier lugar al haberse fugado de la fugacidad permanente.

Al despedirse, Veduny dijo: Trata de encontrar lo que buscas, bordeando la ribera hacia el sur de la ciudad, donde transcurre vuestra infancia.

Los días siguientes, parecían los habituales, pero Iole desanduvo las calles pensativas a lo largo y a lo ancho de su amada ciudad aunque en realidad progresaba a una profundidad inesperada, secreta, tal vez difícil de soportar. Sin percatarse había llegado a la entrada de la fluvial, en la avenida costanera. En ese punto, donde reconocía algo grávido de su vida, recordó las palabras de Veduny y decidió caminar hacia el sur, hacia el ámbito más pobre, donde late un secreto corazón de la ciudad, desprovista de cuidado, cuyo tiempo eterno propicia la noción de un universo que acumula residuos inútiles y favorece la idea de un eterno retorno de lo mismo. En la desembocadura del Saladillo, ascensión mediante del murmullo de las aguas y el ramaje de los sauces, volvió a sentir la sensación que la embargó en la casa de Veduny, pero esta vez la imagen momentánea de Linos se presentó ante sus ojos, para perderse definitivamente al inaugurar la despedida.