El golpe en el piso es como otra música. La suela o el pie descalzo. Cuerpos enfundados en un rojo punzo que salen al ruedo como quien se adentra en la llanura. El gesto de montar es la síntesis: las piernas abiertas, la pelvis que empuja pero el territorio está corrido de la historia.

Pablo Rotemberg le da al malambo una impronta futurista pero este montaje de temporalidades no evita la tradición. El pasado está allí, en las voces de los bailarines de malambo que se preguntan por Rosas, Sarmiento y Facundo Quiroga, claro que lo hacen en inglés como Sarmiento describió una escena en Facundo donde en una pared se leía "las ideas no se matan " en francés.

El gesto de unir el fin del mundo, el ritual punk de no futuro con un grupo de bailarines y bailarinas endemoniadxs que van hacia el malambo para hacer de la distorsión una suerte de expresionismo criollo necesita pasar por una serie de procedimientos que buscan destruir y masacrar los géneros, o al menos someterlos a una hibridación que es tan critica como irónica. El baile de los machos tiene demasiados movimientos de caderas, piernas que se doblan, se desarticulan, golpean el piso en una sensualidad que podría devenir en fuerza marica. 

Las mujeres, las bailarinas de danza contemporánea Carla Di Grazia y Carla Rímola, que ya participaron en varias coreografías de Rotemberg y que además de la destreza técnica tienen una impronta interpretativa que las hace únicas, también montan a estos hombres y hacen del gesto mismo de la cabalgata y la jineteada, una secuencia donde cada movimiento contiene la dimensión de una escena. En contraste con la fiereza del malambo (aquí los bailarines que lo ejecutan vienen de la tradición más rigurosa y es necesario aclarar que esta danza no es muy propensa a la innovación) despliegan una dramaticidad neozombi propia de un film donde una lluvia radiactiva se mezcla con alguna imagen de la película Metrópolis de Fritz Lang.

Rotemberg encuentra en el malambo un clasismo que no surge en La era del cuero, el título de esta obra que puede verse en el Teatro San Martin, como una estética. De hecho lo que hace con este baile es desplazarlo, llevarlo a una convivencia, con el flamenco, con la distorsión macabra del expresionismo alemán, con la oscuridad del punk pero lo hace desde un lugar magnánimo, ambicioso, especialmente cuando este baile se une con la música de Alberto Ginastera. Allí entramos en una batalla, como si un cuadro de Cándido López soltara sus riendas en el escenario. 

A esas imágenes futuristas que se proyectan en el fondo del escenario, la tradición las marca en el relato que hacen los cuerpos de una contienda. Es imposible hablar de la historia, parece decir Rotemberg, mientras la estrella federal se multiplica como una insignia montonera, sin dar cuenta de una colonizaion que continúa hasta nuestros días. Cuando todo se termina lo único que queda es el zapateo sobre la tierra.

Las melanas largas y morenas como una réplica incesante de Facundo Quiroga, escenas cortadas donde la brutalidad se hace cuerpo, contienda entre hombres y mujeres enfurecidxs. La referencia a una danza etérea mientras los machos sacan la lengua, las tetas al viento cuando los hombres piden leche (también en inglés) si ya no hay mundo ni tiempo lo ancestral se mezcla con lo desmesurado. Para Rotemberg es justamente en esa tradición donde hay que ir a buscar la vanguardia y la incorporación de la música de Ginastera esta planteando un diálogo con un artista que penso la música contemporánea para disputar el canon de lo clásico.

Cuando los intérpretes bailan con un atuendo dorado y un bonete, que es en realidad el envoltorio de las galletitas Tita, lo escolar (ese universo en el que el malambo suele aparecer por primera vez) es invocado como un show, contado bajo una lógica espectacular que está señalando el nivel de domesticación de una danza que es violenta, maciza, completísima en su estructura técnica. Lo salvaje allí se encabrita, el gaucho asume la barbarie y la baila en un lenguaje que requiere un virtuosismo, un aprendizaje. Allí radica el idioma de nuestras pampas la forma elaborada de la barbarie , en una danza que seguirá con sus bramidos ( y con sus grititos histéricos) hasta que el mundo se termine.

La era del cuero se presenta de jueves a domingos en el Teatro San Martín.