Habían pasado 10 o 15 minutos del pitazo que marcó el pase a la final del Mundial, y Rosario abandonó los televisores en estampida y se lanzó en caravana interminable hasta el Monumento y otros puntos de la ciudad. Una verdadera explosión de júbilo popular que solo en el Parque Nacional a la Bandera juntó a 24.000 personas, según la estimación municipal. Sin incidentes, pura algarabía popular, convocatoria genuina, espontánea. Como dijo un hombre que llegó en familia desde zona oeste: "Cómo no venir a festejar, pase lo que pase. Este es un desahogo del pueblo".

La bajada entre Laprida y Rioja hacia avenida Belgrano ayer al atardecer fue la punta del embudo de la ciudad. En colectivo, autos, motos, bicicletas, como fuera, invadió un enjambre albiceleste sin exclusividad de edades, género o clases sociales, y copó todo, igual que en todas las ciudades. Pasadas las 20, el peregrinar hacia el Monumento todavía continuaba y pocos pegaban la vuelta. 

El oleaje de un mar de banderas que nunca cesó de flamear confirmó la autenticidad popular de la fiesta. Y el merchandising al palo, como nunca. Espumas, cornetas varias. También aparecieron las primeras remeras con la frase estampada "Qué mirá, bobo". 

Decenas de vendedores perdidos en la muchedumbre aprovecharon la euforia. Uno en plaza 25 de Mayo destacó que no aumentó los precios de su mercadería respecto de cuartos de final: $1.500 la bandera, $2.500 la camiseta de la Selección. Ahora, para el domingo, no sabe si lo sostendrá o no. "Se vende bien, hoy y la semana pasada también. La gente está como loca", acompañó. 

Un Spiderman albiceleste arengaba y contagiaba fiebre scalonetera como estrategia de venta de sus máscaras. Buen olfato de venta luego del partidazo y los goles de Julián "La Araña" Álvarez.

La muchedumbre no paró de agitar todos los cánticos que la hinchada corea en los estadios de Qatar. Y la más trillada, la de La Berisso, ayer dejó de cansar y pasó a tener sentido. "¡Ahora sí que nos volvemos a ilusionar en serio, viejo!", bramó desencajado de júbilo un señor pisando los 60, con la cara pintada de celeste y blanco y la voz ya destrozada de tanto festejo.

En medio del delirio, muchas selfies y videítos caseros para recordar una tarde tan emotiva y tan colectiva, ajena a cualquier otra convocatoria de índole política, social, de protesta o de reclamo. En general, mucha gente lucía maravillada de su propia convocatoria.

Solo los balcones en derredor al Monumento parecían algo distantes al festejo popular. Como siempre.

—¿Y ahora que volvió el covid, qué hacemos acá con este amontonamiento? -punzó alguien, para provocar. Es obvio que nadie entre las 24.000 almas tenía tapabocas.

—¡Al covid me lo como, como hace el Dibuuuuu!" -le contestó uno que hasta imitó el teñido de la bandera en la sien, como luce el arquero de la Scaloneta.

Fue en vano pedir análisis al gentío. Todo fue emoción y descarga. Un grandulón con su hijo sobre los hombros explicó su porqué: "La del '78 no la viví, en el '86 yo era chico. Después me amargué en las finales del '90 y 2014. Por eso hoy lo disfruto a pleno. Esta Selección me hace feliz. Y Diego desde arriba, ayuda seguro". 

La bandera más grande se instaló al pie del Monumento: "Barrio Acindar, presente". Para entonces, algunos comentaban que el festejo además cundía a esa misma hora en otros puntos de la ciudad.

La secretaria de Control Urbano, Carolina Labayrú, estimó la concurrencia central en 24.000 personas, y al anochecer seguía llegando gente. No se habían reportado incidentes ni emergencias. Lo más parecido fue el asedio de unos hinchas a una camioneta municipal, en la pretensión de que los acercara hasta el festejo. Y el paso de una Caddy que parecía desarmarse de un momento a otro por la vibración de dos baffles gigantes con el estribillo "Muchaaaaaachos, ahora nos volvimo' a ilusionar...", y un VW Vento tuneado, colmado de pibes asomados por el techo y las ventanillas. "Ese (auto) tiene captura, seguro", murmuró una agente policial del operativo. Pero la fiesta terminó en paz y cada uno subió la cuesta a lo suyo.