De un episodio al siguiente, podía hacerse pasar por un siniestro agente de inteligencia de Europa del este, por un fanático general nazi sobreviviente de la guerra o un sufrido campesino mexicano, luciendo todos los disfraces e imitando todos los acentos posibles. Pero detrás de las infinitas máscaras de látex de su famoso personaje en la serie Misión: imposible –una de las más populares de la historia de la televisión estadounidense– estaba siempre el mismo gran actor, Martin Landau, fallecido el domingo por la noche en la ciudad de Los Angeles, a los 89 años.
El cine nunca le dio la popularidad que le dispensaron aquellas tres temporadas iniciales (1966-1968) de la serie creada por Bruce Geller y musicalizada por el argentino Lalo Schiffrin, fatigadas por la televisión local hasta el hartazgo y que con el tiempo se convirtieron en una referencia de la cultura pop de la época, cuando la guerra fría podía interpretarse como lo que quizás siempre fue: una mascarada. Pero, a cambio, en la pantalla grande consiguió la satisfacción y el prestigio de trabajar a las órdenes de directores de la talla de Alfred Hitchcock, Francis Ford Coppola, Woody Allen y Tim Burton, quien finalmente consiguió para Landau el Oscar al mejor actor de reparto por su entrañable composición del agónico Bela Lugosi en Ed Wood, en 1994.
Nacido en Brooklyn, Nueva York, el 20 de junio de 1928, Landau se inició a los 17 años en el New York Daily News como caricaturista, un oficio en el que quizás se podría rastrear su capacidad de interpretar los más variados rasgos. La actuación, sin embargo, pudo más y a mediados de la década del ‘50 se formó en el legendario Actor’s Studio creado por Lee Strasberg, siendo uno de sus alumnos más consecuentes, al punto de que años después allí mismo fue docente de figuras como Jack Nicholson y Anjelica Huston. Hizo teatro en Broadway, pero no tardó en cruzarse a Hollywood, donde hacia 1959 participó de un episodio de otra serie de televisión legendaria, Dimensión desconocida, y tuvo un destacado secundario en Intriga internacional, de Alfred Hitchcock.
Allí era el fiel adlátere del híper villano James Mason, por quien parecía sentir algo más que admiración. “Elegí interpretar a mi personaje como si fuera gay, lo que era todo un riesgo en aquella época”, recordaría Landau años más tarde. “Mi lógica era que si quería eliminar a Eva Marie Saint con tanta saña tenía sentido que estuviera enamorado de su jefe, Vandamm, interpretado por James Mason. Mis amigos pensaban que yo estaba loco, pero a Hitchcock le gustó la idea. Un buen director arma la situación y te deja jugar un poco dentro de ella”.
A pesar de este promisorio debut, el cine le fue esquivo en las dos décadas siguientes, con apariciones esporádicas y menores, lo que llevó a Landau a refugiarse en la televisión, primero en un par de episodios de Rumbo a lo desconocido (la serie rival de The Twilight Zone) y luego en Misión: imposible, donde compartió elenco con quien fue su mujer durante 35 años, Barbara Bain. La serie le valió en 1968 su primer Globo de Oro como mejor actor de TV, pero decidió abandonarla, para no terminar encasillado. Antes había rechazado otro personaje que llegaría a ser famoso en la pantalla chica, el Spock de Viaje a las estrellas, que finalmente fue a parar a Leonard Nimoy, quien nunca se lo pudo sacar de encima, como si hubiera nacido con esas orejas en punta para toda la vida.
Hacia 1973, Landau participó como villano invitado de un episodio de Columbo y su reaparición en cine se daría recién en 1988, cuando Francis Ford Coppola lo convocó para la espléndida (y olvidada) Tucker, un hombre y su sueño, donde era el amigo leal del visionario protagonista, interpretado por Jeff Bridges. Este trabajo le valió su segundo Globo de Oro, esta vez como mejor actor de reparto, y su primera candidatura al Oscar, en el mismo rubro.
Al año siguiente, Landau fue convocado por Woody Allen para una de sus películas más celebradas, Crímenes y pecados (1989), donde a pesar de haber sido nominado por segunda vez al Oscar al mejor actor secundario su personaje era casi protagónico. El era el potentado oftalmólogo judío que mandaba a matar a su amante (Anjelica Huston) para conservar su matrimonio y su vida de privilegios, el hombre que primero es atormentado por la duda y luego por la culpa para finalmente concluir que, si Dios existe y fue testigo de su crimen, no hace nada por castigarlo y él puede disfrutar tranquilamente del resto de su existencia.
La estatuilla dorada llegaría recién en 1994 por Ed Wood, la película de Tim Burton dedicada al “peor director de la historia del cine” y en la que Landau componía a Bela Lugosi en sus días finales, cuando disfrutaba de una enternecedora amistad con Wood y rodaba a sus órdenes escenas inconexas que luego terminarían en la famosa Plan 9 del espacio sideral (1959), cuando el ex Dracula ya llevaba tres años muerto y aparecía resucitado caminando sin rumbo por un cementerio de utilería. “Es el papel de mi vida” reconoció Landau en la ceremonia del Oscar, donde fue ovacionado. Pero cuando su discurso de agradecimiento amenazaba con extenderse más allá de los escasos minutos otorgados por la producción del show y la orquesta intentó interrumpirlo, se fue visiblemente molesto del escenario, sin haber podido homenajear como hubiera querido a Lugosi, a quien dijo que llegó a “quererlo y comprenderlo”. Y también a imitar a la perfección su inglés de acento centroeuropeo, a la manera de Misión: imposible.