“Nos conocemos hace rato, entonces es difícil encontrar el punto de novedad cada vez. Bueno, la novedad es que nos volvemos a encontrar”, apuesta el cantautor y escritor Luis Pescetti. El “padre” de los libros de Natacha y de Frin y de los discos El empezó primero, Bocasucia y Que público de porquería, entre otros, recibió a PáginaI12 en su estudio para hablar sobre su nuevo trabajo, Queridos, que presenta los sábados y domingos de julio a las 17 en el Teatro Liceo (Av. Rivadavia 1499). Por la ventana se ve el jardín, y en la sala hay dibujos pegados en la pared. En la pieza de al lado, un piano, una guitarra y un bombo están acompañados de una biblioteca llena. “Estos shows son para presentar a la novia, que es el disco Queridos, y al novio que es el libro Magia todo el día, que salen al mismo tiempo”, bromea. “Para niños tenés que ser muy directo, aunque sea complejo. Tenés que ser muy legible”, afirma. Luego de este ciclo, llevará sus canciones a la Feria del Libro en La Rioja y a México.

Durante la entrevista Pescetti mencionará a Julio Cortázar, Ítalo Calvino, a la Orquesta Sinfónica de Boston, el sello Deutche Grammophon y Monty Python. Y aunque tenga discos, libros y espectáculos para adultos (que también están en www.luispescetti.com), su principal auditorio está conformado por chicos, a los que les habla de Facebook, les cuenta sobre una asamblea de monos para discutir el costo de las bananas, la “aventura” de cómo los padres despiertan a sus hijos o el disfrute de compartir viajes, libros y música entre grandes y chicos. Todo en ritmo de rock, jazz, polka, balada o rap. ¿Qué genera este cóctel arriba y abajo del escenario? “Que nos divirtamos”, arremete, “con las cosas que nos pasan, que haya juegos, que haya risas, que haya sensibilidad. Lo que buscaba como maestro, cuando empecé en esto como profe de primaria: quería que les abriera la cabeza conocer canciones de otros lugares y que los chicos se rieran”.

–¿Por qué que se rían?

–Porque el humor es una manera muy inteligente, directa, de contagiar vitalidad. No es que la risa sea buena en sí misma. Vamos a simplificarlo: el humor sano expresa vitalidad, felicidad, alegría de vivir. Eso es muy buena guía para los chicos. Una vez, cuando mi hijo era chiquito, lo llevé a vacunar y la pasó pésimo porque el técnico tuvo el descuido de dejar las dos vacunas a la vista. ¡Tenían una aguja gigante! A la hora de ponérselas ya estaba en llamas... Cuando volvimos a casa me decía que no le gustó. Al otro día yo tenía que hacerme unos estudios, y le dije que a mí tampoco me iba a gustar. Entonces, cuando volví me puse una cruz de cinta de pintor en el brazo y le dije “¡Mira lo que me hicieron!” (risas), y se rió muchísimo. Después me la iba cambiando a otras partes del cuerpo, y terminamos jugando con eso. Le estaba transmitiendo que entendía lo que le pasó, que yo también lo viví, y que estaba contento de verlo bien. Que estoy contento.

Pescetti reconoce que le gusta jugar con las palabras, usarlas como cosas, ponerlas en estantes como si fueran objetos. De eso se trata la literatura, la poesía, las canciones y los chistes: darle sentido a lo que se ve. El lenguaje es una forma de conocer el mundo, y es más divertido si se lo conoce jugando. “¿Qué es lo básico de jugar? Es investigar para que sepas que eso sirve para otra cosa”, dice Pescetti, y ejemplifica: “El chico agarra un celular y no sabe para qué se usa, ve a los papás y sabe que se habla y juega con eso porque está investigando sin todavía saber usarlo en su ´finalidad real´. Lo mismo con las palabras”, destaca. Pescetti cuenta que escribió un cuento en ese sentido para jugar en torno al tema del género “nada más que invirtiendo. ´Les enseñamos a todos las niñas...´, y todo el texto es con el género invertido. Es un moño leerlo. Ahí estás jugando. Les estás enseñando a los chicos con eso un sentido de autoridad más blando, que se puede jugar con las reglas, con los principios, y no pasa nada.” 

–¿Se les puede hablar de todo a los chicos?

–Como todo lo que se dirige a chicos, si les caés con temas sobre los que no preguntan es invasor. No podés bajarles línea porque lo que les decías forma parte de tu ideario programático. Eso es secuestro ideológico. Ni bien intencionado, porque no tienen herramientas para defenderse en dónde los estás metiendo. Entonces, yo prefiero hablar de lo que van preguntando para acompañarlos. También a veces, aunque no hayan preguntado, les decís que se cuiden con algunas cosas. Pero hasta ahí.

–¿Y si preguntan sobre algo que vieron en la televisión o Internet? Porque pueden preguntar desde por qué sale el sol todos los días hasta por qué alguien mata...

–Creo que hay que cuidarlos de la exposición a pantallas y a noticias abiertas. Por eso está mal el noticiero en el almuerzo o la cena, va a ver muchas cosas de las que no querés hablar. ¡Además, tampoco la vida es ese recorte de cosas! Pero si ven eso, como vieron lo de las Torres Gemelas o noticias grandes, sí hay que nombrarlas. ¿Y qué decís en un caso así? Tenés que pensar cómo respondés: algo que le dé una explicación sin producirle desencanto. Por ejemplo: ¿Por qué pasó lo de ayer? “Porque acá no hay justicia”. No. Si sabés por qué pasó lo sabés, y si no sabés, no. Lo básico es no desencantar. Los adultos no tenemos derecho de transmitir desencanto a los chicos, ni tampoco tenemos que tener respuestas para todo.

–Lo que logra en sus espectáculos es un grado de complicidad con los chicos muy grande, una complicidad en la que parece que dialogan entre pares.

–No sé si pares, pero sí que dialogan con alguien que conoce y respeta el código. Un adulto frente a un niño siempre ocupa un lugar de autoridad. Lo que busco es la complicidad a través de insinuar que sé lo que esperan de mí y sé lo que yo debería esperar de ellos, y muchas bromas sobre eso. Pero llevo el espectáculo adelante. Tengo un querido amigo que se fue a vivir a Canadá, y me decía que cada vez que vuelve allá tiene los hombros tensos cuando maneja porque sabe que a alguna regla le está pifiando, pero no sabe cuál porque hay muchas. ¡Porque son distintas a las de México! Bueno, a los chicos les pasa eso. Cuando estás en una situación de constante aprendizaje de reglas, y sabés que el mapa es más grande y no lo conocés, muchas reglas se pierden... Si alguien te hace bromas sobre las reglas, sobre la autoridad, sobre tu desconocimiento, pero a la vez lo hace con buen oficio de llevar adelante el show, vas a sentir complicidad. Como alguien que te dice: “La verdad que está difícil esta, pero ahí vamos”.

–Se dedica a esto desde hace ya muchos años. ¿Encuentra diferencias entre los chicos de hoy y los de épocas anteriores?

–Si, de muy distintos tipos. Por ejemplo, una enorme cantidad de competencias entre entretenimiento, comunicación y aprendizaje estallaron, y eso propone muchos desafíos: antes alguien que había viajado traía un disco y te volaba la cabeza. La dificultad para conseguir eso le daba una tensión. Hoy la accesibilidad y la disponibilidad son tan grandes que todo da lo mismo. La sorpresa que acompañaba ese evento ya no existe. Que todo sea accesible no quiere decir que todo se pueda hacer igual de fácil. Por otra parte, si antes querías hacerte visible, primero lo podías hacer a una muy pequeña escala y haciendo algo. Hoy lo podés conseguir a escala mundial subiendo un video a Youtube, haciéndote un dibujo en la camisa. El motivo ya no implica destreza de ningún tipo. Y el entretenimiento es tan fácil que puede que no tengas ganas de “perder” tiempo en un aprendizaje. Todo eso cambió. 

–En sus trabajos hay una observación de lo cotidiano muy parecida a los espectáculos de stand up. ¿Dónde encuentra esa inspiración de lo cotidiano?

–La vida cotidiana está plagada de anécdotas, y depende de qué quiera cada uno hacer de eso. La penicilina, porque viste el hongo ahí o tirás el pan y listo; o una historia policial... Cada uno lo procesa según el instrumento al alcance. Hoy desde que me desperté hasta ahora podría hacer un manual de pediatría, un cuento con el acto del colegio de mis hijos, tres frases que mandó mientras lo llevaba al colegio que eran desopilantes. Un amigo está yendo a karate, y yo que le quiero inculcar el deporte le pregunto si quiere ir, y me responde: “No te preocupes, papá, yo sé karate italiano”. (risas) ¡Mandó fruta porque no quería que lo mandara a una clase! Desarrollás eso y ya tenés para un cuento.

–Pero hay que tener una sensibilidad para “leer” esos códigos que son diferentes en chicos y grandes. Implican distintas visiones del mundo, y también variadas formas de moverse en él. En el teatro pasa lo mismo: hay códigos del hecho teatral que los chicos no conocen...

–Los que vienen al teatro conocen muchos códigos pero no todos, y a la vez que hacés la obra se los vas enseñando. A veces, en broma, me tomo eso muy en serio y les digo “Ahora les voy a enseñar cómo hay que reírse” o “Cómo se aplaude”. Como las Instrucciones para subir una escalera de (Julio) Cortázar. Es una oportunidad. Un chico es lo más frágil, está muy expuesto, se tiene que poner en tus manos para que lo quieras, eduques y hasta le des de comer... Es infernal e infinito el grado de exposición que tienen los niños en relación a los adultos.