El economista argentino Julio Olivera (1929-2016) explicaba la inflación estructural como la consecuencia de cambios permanentes de los precios relativos en situaciones de rigidez a la baja de algún precio esencial. Así, por ejemplo, durante la etapa de industrialización sustitutiva que predominó en la segunda mitad del siglo pasado, el valor del dólar en relación al salario solía descender durante la fase ascendente del ciclo económico, y a ascender bruscamente cuando este alcanzaba su límite y sobrevenía una parálisis de la actividad.

Ese cambio de precios relativos correspondía a una mejora en los ingresos de quienes consumían en el mercado interno durante la fase ascendente, permitiendo una expansión de la demanda que estimulaba la producción. Pero como la fase expansiva desequilibraba el comercio exterior - dado que las importaciones tendían a superar el leve crecimiento de las exportaciones-, llegado cierto punto se producía una devaluación que derrumbaba el poder adquisitivo del salario y deprimía la demanda interna.

Tanto en la fase expansiva como la depresiva, el nivel general de precios tendía a subir. La clave de ello era que en el ascenso del ciclo donde había un saldo externo favorable, el banco central solía intervenir en el mercado de cambio acumulando reservas y evitando la apreciación del tipo de cambio. En consecuencia, el valor del dólar se tornaba rígido a la baja y la mejora de los ingresos se daba por aumentos nominales del salario. Como en la crisis la moneda se devaluaba bruscamente, se aceleraba la inflación y provocaba una baja del salario real sin que se requiera que desciendan nominalmente. Por lo tanto, todo el ciclo económico era acompañado de una inflación que se denominó “estructural”.

En regímenes de alta inflación como los que atraviesa la economía argentina en la actualidad, todos los precios aumentan permanentemente por razones inerciales. En consecuencia, los cambios de precios relativos ya no se producen por la vía del aumento de un determinado precio, sino por la aceleración de la tasa a la que aumenta. Es decir, si la inflación general es del 100 por ciento y los salarios quieren aumentar su poder adquisitivo, deberán acelerar su tasa de incremento por encima del nivel general de inflación. En forma análoga, si se busca aumentar la competitividad cambiaria, deberá acelerarse la tasa de devaluación de la moneda por encima del 100 por ciento.

Así, la “alta inflación estructural” que se produce cuando se quieren cambiar precios relativos en regímenes donde las tasas de aumento de los precios son rígidas a la baja (inercia inflacionaria), tiende a generar una aceleración permanente de la tasa de inflación. Ello debería ser tomado en cuenta por quienes, procupados por el retraso del dólar, las tarifas o los salarios, plantean programas económicos de bruscos reacomodamientos de precios relativos. La peligrosa consecuencia de ello puede ser una brusca aceleración en la ya de por sí alta tasa de inflación que derive en un escenario de desestabilización económica y social.

@AndresAsiain