Me desperté a la madrugada y no podía volver a conciliar el sueño pensando en la Selección argentina de fútbol y su actuación en Katar. Me venían a la imagen dos momentos, uno el gol que hizo Julián Álvarez, llevando para adelante la pelota sin perderla para terminar haciendo un gol: no controlaba muy bien la pelota –él mismo lo dijo-, si hasta la intervención de los contrarios que querían detenerlo no podían impedir, casualmente, que él siguiera adelante llevándola como podía hasta la valla contraria. Dijeron algunos, un gol estilo Kempes (“el matador”, por parecerse a un torero) en el mundial del 78.

El otro momento que me venía a la mente fue el tercer gol, en especial cómo llevaba la pelota Messi, en tres piques en los que dejaba un poco atrás a su perseguidor, el defensor emblemático del equipo contrario, el de hombre de la máscara, pero sobre todo una y otra vez recordaba ese momento en que Messi parece volverse dando un giro pero retoma la marcha y lo pasa definitivamente a Josko Gvardiol para darle el pase a Julián y hacer otro gol. Una jugada extraordinaria en la que me pareció sorprendente ese viraje inesperado de Messi cerca del área chica que desorienta al defensor, llevándolo de un lado al otro. Ese viraje me hizo pensar en esos dribling velocísimos e inesperados que hacen algunos basquetbolistas o algunos animales cuando están siendo perseguidos por su presa y hacen trastabillar a ésta para así poder liberarse de ella.

Vi sonreírse a Messi como nunca lo había visto, era evidente que gozaba no sólo de lo que había hecho, sino también con sus compañeros al final del partido, sonriendo, gozando y haciendo gozar.

Esta Selección muestra un camino a seguir, el resultado sobre todo del trabajo mancomunado, del estudio detenido, el tratar de captar “la inteligencia del otro”, Messi en la entrevista ulterior al partido lo escuche usar dos veces la palabra “inteligencia”. Dijo que estudiaban con inteligencia los movimientos del otro. El uso de la palabra inteligencia no es menor. Freud escribía en sus famosos historiales clínicos sobre la “inteligencia” del caso, trasmitir la red significante en la que se sostiene el mismo. Es decir, anticipar con inteligencia las jugadas posibles del otro. El juego del par e impar en el cuento La carta robada de Edgar Alan Poe, muestra que el juego implica la posibilidad de suponer la jugada del otro, no sólo en el acierto propio. Eso es inteligencia, leer en los movimientos del otro, entendiendo que todos los hechos son hechos de discurso.

En esta Selección hay un discurso que la sostiene, es el resultado de una operación de discurso, que no es cualquiera, resultado del trabajo en todos los sentidos de la palabra, no es producto de la casualidad ni de la gracia divina, es la consecuencia de darle a cada uno el lugar que corresponde a sus recursos, a su síntoma en el buen sentido de la palabra, a cada uno en su singularidad, son singularidades articuladas en el juego, en un discurso potente por su consistencia. No se trata de mociones de anhelo, sino del trabajo del deseo, porque el deseo requiere trabajo, el deseo no se logra sólo por ser deseo, el deseo es movimiento, es trabajo, y requiere un trabajo permanente porque como decía Lacan huye siempre como el hurón por los pasadizos de su madriguera. Aquella pirueta, aquel viraje inesperado, es el deseo huyendo del otro para lograr su objetivo. No es sólo un mecanismo innato, es más que eso.

*Coordinación Página de Psicología de Rosario12. [email protected]