La transitoriedad. Sospecho que todo psicoanalista que haya leído la nota “Lionel Messi: un emblema de la fragilidad transitoria de la belleza humana”, de Jonathan Wilson (The Guardian), se habrá preguntado si el autor se inspiró en el célebre artículo de Freud, La transitoriedad, de 1916. En efecto, en ese texto Freud examinó las incidencias subjetivas de la trilogía fragilidad-transitoriedad-belleza; más precisamente analizó las reacciones posibles frente a la caducidad de lo bello. Algunos --sostuvo-- vivencian una pérdida de sentido, sienten que todo carece de valor y exhiben un dolorido hastío. Otros se revuelven contra ese hecho inevitable y se afanan en exigirle una eternidad que no sería más que ilusión. Por su parte, Freud toma distancia de ambas perspectivas. No reclama perpetuidad, ni consiente que el carácter efímero suponga desvalorización. Sin embargo, comprende que hay una razón común para ambas reacciones: el duelo necesario del que tendemos a apartarnos. Simultáneamente a la reflexión freudiana, había estallado la Primera Guerra Mundial que, según sus propias palabras, “robó al mundo sus bellezas”, no solo las de las creaciones artísticas sino también las de los valores éticos y la esperanza;“nos mostró la caducidad de muchas cosas que habíamos juzgado permanentes”.
El Dibu Martínez. Si Wilson no se basó en Freud, al menos el Dibu Martínez sí nos hizo ingresar a la cancha a todos los psi. La fábrica de memes alusivos no tuvo descanso. El arquero habló del sufrimiento, propio y comunitario, singular y nacional. Si bien se repitió que el Dibu se refirió a “la presión de 45 millones de argentinos sobre su espalda”, lo cierto es que él dijo otra cosa: “sé que tengo 45 millones de argentinos atrás mío”. Previamente, afirmó que el hecho de que pateen dos veces y le metan dos goles es “algo difícil de tragar”. Es decir, no planteó que estaba sosteniendo a los millones de hinchas, sino que estos estaban detrás de él, tal vez mirando cómo ingresó dos veces la pelota. El Dibu miró la escena desde la perspectiva de los hinchas. “Algo difícil de tragar”, que en la jerga nacional condensa dos sentidos: difícil de creer y de digerir. Popularmente se dirá que se “comió” dos goles, él, que ya se había comido a un tirador de penales. Como sea, sabemos que la competencia excita los sentimientos de vergüenza y humillación.
Lionel Messi 1. Luego del partido con México, Messi tuvo un lapsus, “cuando nos caga…, nos calmamos”. No podemos más que jugar con las conjeturas que hagamos, ya que comprender la profunda significatividad de un lapsus requiere de algunos pasos que no tenemos disponibles. Muchos, desde luego, tomaron su fallido como expresión del “cagazo” que tenían los jugadores durante el partido. No era para menos, ya que allí se definía si Argentina quedaba afuera del Mundial.
Me pregunto si “cagamos” refiere solo al miedo o, también, a la toma de decisión inherente al acto defecatorio. Posiblemente refiera a ese momento en que el equipo salió de cierta parálisis en que se lo vio durante el primer tiempo de aquel partido.
Por otra parte, si recurrimos a la química silábica, “caga” está en lugar de “calm”, es decir, que lo que quedó transitoriamente suprimido fue “lm”, iniciales de quien hablaba.
En suma, lo que está en juego es el conjunto de factores insondables que determinan la aparición, o no, de la decisión de jugar, de hacerse presente en el partido. Tal vez, como en la política, se trate de lo impredecible del acontecimiento.
Lionel Messi 2. “¿Qué mirás bobo?”, lanzó el 10 a un holandés; pregunta que de inmediato se constituyó en lema nacional, se hizo remera, taza y pasacalle. La rivalidad, con lo que tenga de hostilidad, no se dirigió contra el pueblo holandés (nadie cantó “el que no salta es holandés”), sino contra el equipo de Países Bajos y sus provocaciones no sancionadas. Sin embargo, no se demoraron los ataques contra Messi por parte de la derecha vernácula. A ellos podemos preguntarles qué miran, qué ven cuando ven la emoción de un equipo y de un pueblo.
La derecha y el sentimiento de inferioridad. Nos debemos un estudio sobre la relación de la derecha argentina con el sentimiento de fracaso y sus variaciones. No me refiero a los fracasos que dejan cuando gobiernan, pues esos no son fracasos, son objetivos que, tristemente, cumplen sobradamente. En todo caso, apuestan a que el país quede cada vez más destrozado, a que haya cada vez más pobres, excluidos y muertos, y, en simultáneo, no tienen el más mínimo sentimiento de orgullo nacional, el más mínimo atisbo de amor a la patria. Todo lo contrario: detestan al país y a sus habitantes. Sufren por no ser europeos pues, tal como lo manifestaron, sienten que hay una raza superior (europea) y se autoperciben poseedores de una superioridad estética. Les duele la argentinidad y, por extensión, la pertenencia latinoamericana. Sufren porque sienten que son “el culo del mundo”, no pueden soportar el sentimiento de inferioridad que vivencian. Todo eso es la derecha argentina: no solo mafia y corporaciones abusivas, sino también la profunda herida narcisista que imaginan en el ser argentino.
El psicoanálisis, junto con la historia, la antropología y la sociología podrán arrojar luz sobre este fenómeno que, sin duda, no es sino expresión del profundo rechazo que la derecha tiene hacia la genealogía, los orígenes y el pasado. En suma, ser de derecha constituye la expresión política del egoísmo y, además, la reacción mortífera del narcisismo herido.
Suspender las sesiones. Un colega escribió en Facebook: “Decirle al analizante que el martes a las 16 hs. no lo podés atender es una señal de que el analista no está completamente loco”. El debate acerca de si un analista puede (o no) suspender las sesiones por un partido de fútbol resulta demasiado endogámico para desarrollarlo aquí. Sin embargo, señalemos una pregunta fundamental: ¿cómo ingresa la realidad en los consultorios? Es inevitable, salvando las distancias, evocar la ocasión en que durante una reunión de la Sociedad Psicoanalítica Británica, mientras los analistas discutían sobre el texto de Freud de las neurosis de guerra, Winnicott advirtió: “me gustaría señalar que están bombardeando”. Según se cuenta, no le prestaron atención y el encuentro continuó como si nada sucediera.
No hay un consenso sobre cómo responder al interrogante, ni es preciso que lo haya, pero vale subrayar la relación entre el fútbol, en este caso el Mundial, y la realidad, a saber, lo nacional y su relación con el mundo.
El fútbol y la realidad. Ya es hora de abandonar un viejo supuesto: que el fútbol sirve para tapar la realidad o que es causal de alienación. Por caso, emocionarse con un partido y vivir preocupados por la inflación no es contradictorio ni se excluyen recíprocamente. Durante el Mundial ’78 no fue el fútbol lo que tapó la violencia de la dictadura. En todo caso, el gobierno militar con su censura mortífera, su propaganda a través de los medios hegemónicos y el negacionismo y la indiferencia de gran parte de la población fueron los responsables. Efectivamente, argumentar que se trata de una pasión que emboba las conciencias no es sino una expresión más del desprecio y la incomprensión de lo popular.
Intensidad sin consecuencias. Resulta notable la intensidad con la que millones de argentinos sufren y se emocionan durante cada partido. Y más llamativo aún es que se trata de un evento que, sentido con elevado ardor, al mismo tiempo no tiene ninguna consecuencia, se gane o se pierda. Termina cada partido y, luego, seguimos trabajando, y nada se ha modificado en nuestras vidas. La alegría o el dolor permanecen unas horas aunque, de nuevo, nada cambia ni nada ha sido tapado o negado. Quizá, lo más significativo sea que durante 90 minutos (o un poco más) todo un pueblo está haciendo lo mismo, con matices, pero sintiendo lo mismo.
Al final. El próximo domingo la Selección Nacional volverá a disputar la final de un Mundial. Las versiones sobre el desempeño del equipo no serán unánimes, dependerán de las pretensiones triunfalistas (que es la fachada del derrotismo) o de la capacidad de apreciar el esfuerzo de un destacado grupo de deportistas. Volvamos al comienzo: o aprendemos a disfrutar de la efímera belleza o nos resentiremos en la pérdida de sentido y en la impotente expectativa de una eternidad inexistente. El Mundial, que esta vez cobró mayor visibilidad pero no es novedad, operó como analizador social de lo nacional. En efecto, aun siendo un juego y no más que un juego, es un terreno más en que se expresan el amor y el odio, la ternura y el desprecio por la cultura popular y por el sentimiento de comunidad. Amar, incluir al otro y sentir que se forma parte de una comunidad son, sin duda, las premisas que, para decirlo en lengua freudiana, impiden que nos roben la belleza, la del arte del fútbol y, sobre todo, de la ética y la esperanza. Y sigamos con Freud, el odio nos enseña “la caducidad de muchas cosas que habíamos juzgado permanentes”. En suma, una nueva lección sobre la psicología de las masas.
Sebastián Plut es doctor en Psicología. Psicoanalista.