¿Qué más puede hacerse a esta altura de diciembre salvo armar, consumir y discutir listas de las mejores películas del año? Podrá pensarse que muchas otras cosas, pero la fascinación por los rankings –no sólo los cinematográficos, desde luego– suele aparecen con fuerza obsesiva durante los últimos dos meses de cada año. Casualmente, este 2022 culmina con dos listas de excepción, que van mucho más allá de la cosecha anual. Una es local, la otra internacional. La primera de ellas, un proyecto empujado por las revistas de cine La vida útil, Taipei y La tierra quema, cuyo resultado puede consultarse en encuestadecineargentino.com, incluyó entre sus votantes a una gran cantidad de críticos, cineastas y estudiosos de la historia fílmica argentina. La segunda, que tiene lugar cada diez años, los terminados con el número dos, viene llevándose a cabo desde hace ocho décadas gracias al mensuario británico Sight & Sound, y en esta última edición el top ten (y más allá) ofreció más de una sorpresa genuina, como puede confirmarse en el sitio del British Film Institute. Las preguntas que suelen hacerse en estos casos, de manera inevitable, tienen que ver esencialmente con la pertinencia de esas listas. ¿Para qué sirven? ¿Son necesarias? ¿Qué pueden aportar a la discusión estética? Las quejas van de lo superficial a lo estimable, e incluyen el ya clásico “no me representa”. Sobre gustos no hay nada escrito, como reza la famosa frase, y de ninguna manera se trata de complacer las preferencias de un individuo o las de un grupo de espectadores. En todo caso, las votaciones no tienen una misión específica, pero sirven como plataforma de discusión y delinean una “fotografía” de un momento puntual de la historia: cómo se ve y sopesa el pasado y el presente del otrora (mal) llamado séptimo arte. En palabras de Roger Koza, responsable del sitio especializado conlosojosabiertos.com, que desde hace más de una década organiza una votación anual llamada La Internacional Cinéfila, “los navegantes pueden lanzarse al mar sin ninguna cartografía, pero el coraje y el espíritu de aventura no resultan desmerecidos si llevan un mapa. Hacer una cartografía del cine contemporáneo, confeccionada por voces diversas, es el primer móvil de este ejercicio de memoria anual propuesto a los participantes y los lectores. Puede ser útil para anotar películas desconocidas y buscarlas, atendiendo las razones de quien las ha elegido. También se pueden establecer hipótesis sobre algunas respuestas y elecciones reiteradas que pueden ser un indicio, un signo. El mapa de La Internacional es una geografía estética con la que se pueda pensar el cine contemporáneo”. La reflexión puede hacerse extensiva a otras listas. A todas las listas.
LAS BUENAS, LAS MALAS, LAS FEAS
Desde el instante en que las dos listas de las mejores películas de la historia según la encuesta de Sight & Sound –una confeccionada por críticos, la otra por realizadores– se publicaron online comenzaron los disparos y la construcción de barricadas. Si en la primera de ellas, durante décadas, el reinado de El ciudadano parecía inamovible, y sólo en 2012 la ópera prima de Orson Welles fue reemplazada por una de las obras maestras de Alfred Hitchcock, Vértigo, la reciente aparición en el primer puesto de un film belga estrenado en 1975 y dirigido por una cineasta llamada Chantal Akerman, hizo celebrar a algunos, reír con mofa a otros y levantar los cejas con escepticismo a un tercer grupo. Cuando no las tres cosas al mismo tiempo. La importancia de Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles en la consideración cinéfila no es nueva. De hecho, el film de Akerman viene formando parte de esa misma lista desde hace bastante tiempo, aunque siempre aparecía en puestos alejados del top ten. ¿Qué cambió en estos últimos diez años para que un largometraje que no formaba parte del canon más férreamente establecido en la historia del cine pisara el acelerador y se encumbrara en el primer lugar de una lista cuya mutación es usualmente pausada, flemática? En una nota escrita a cuatro manos para The New York Times, dos de sus críticos más reputados, Manohla Dargis y A. O. Scott, discutieron el ascenso de Jeanne Dielman a la estratósfera. “Nunca imaginé que un film de combustión lenta, la película brillante, formalmente austera, intelectualmente intransigente de tres horas y veintiún minutos de Akerman sobre una ama de casa belga alienada que se prostituye –que la realizadora dirigió cuando tenía 25 años– podía tener más apoyo que los usuales favoritos de la vieja escuela. En otras palabras: ¡wow!”, escribió la primera. Su colega, en tanto, confiesa que “antes de que se publicara la encuesta estaba preparado para dejarme llevar y despotricar sobre la nulidad de estas listas de ‘las mejores de la historia’, el barbarismo de entender la crítica a partir de una votación y la vacuidad de la idea misma de que una película puede ser la mejor de la historia. Pero el ascenso de Jeanne Dielman al primer puesto es una bienvenida sacudida al sistema crítico”. En tanto, el primer puesto en la votación de cineastas volvió a poner de relieve la enorme influencia de 2001, odisea del espacio y la de Stanley Kubrick en general. Mientras que el clásico de la ciencia ficción siempre ha generado una grieta insalvable entre críticos y cinéfilos, divididos entre adoradores y abucheadores, el film de 1968 sigue siendo un faro inamovible y luminoso para aquellos que se dedican a hacer cine.
¿Es el film de la directora de Un diván en New York y No Home Movie “mejor” que las películas de Hitchcock y Welles, que quedaron ubicadas en los puestos número dos y tres, respectivamente? En realidad, la pregunta en sí misma está mal formulada. Es innegable que el aumento en la cantidad de votantes permitió una mayor diversidad en las urnas y resulta indiscutible que la impronta de las agendas políticas contemporáneas, en las cuales el concepto de diversidad resulta central, ayudaron a poner de relieve el film de una cineasta mujer que solía definirse como feminista. No es casual tampoco que Bella tarea, el largometraje de la gran Claire Denis, haya trepado hasta el puesto siete, aunque sería interesante viajar al futuro para dilucidar si la inclusión de Retrato de una mujer en llamas como una de las mejores películas de la historia sigue sosteniéndose de aquí a una década. Algo similar ocurre con Luz de luna, el film del afroamericano Barry Jenkins, que aparece en el lugar sesenta de la lista, justo debajo de La dolce vita y por encima de Buenos muchachos, El tercer hombre y Andrei Rublev. De todo ello podría deducirse que el apogeo de la ponderación de ciertas temáticas, ligadas ostensiblemente a minorías históricamente relegadas, ha tenido una importancia radical en la elección de muchos votantes, relegando incluso a un segundo plano las polémicas estilísticas. Gusten o no, son las reglas del juego de las votaciones. Se las toma o se las deja de lado. Si la elección de la mejor película de la historia fuera algo objetivamente mensurable el Libro Guinness de los Records ya tendría su propia entrada al respecto. Tan interesante como las cuestiones de género y las minorías es la falta de títulos de varios continentes, en particular de África y Latinoamérica, pero ese es otro debate que señalaría la falta de conocimiento profundo de muchos de los votantes, cuyo origen coincide no casualmente con las potencias cinematográficas de ayer y hoy. Nada es sencillo en la tierra de las listas y las ausencias provocan tantos escozores y reacciones como las presencias. Sin embargo, esperar que una votación no refleje esos recortes y, en cambio, cumpla a rajatabla con cuotas de género, de color de piel, de origen geográfico, de preferencias sexuales de los protagonistas y de década de producción sería un pedido tan políticamente correcto como necio.
¿Y POR CASA COMO ANDAMOS?
En el caso de la lista local, otra película dirigida por una realizadora, Lucrecia Martel, terminó ocupando el primer puesto. Se trata, por supuesto, de La ciénaga. Pero la condición femenina no parece haber sido el elemento central a la hora de la elección. La ópera prima de Martel es no sólo un film insignia de la renovación del cine argentino de comienzos de milenio, sino también el puntapié inicial de una carrera cinematográfica indiscutible. La ciénaga es seguida en el listado por títulos como Invasión, de Hugo Santiago, Tiempo de revancha, de Adolfo Aristarain, y El dependiente, de Leonardo Favio, títulos esperables y lógicos, aunque la sorpresa en el Top Ten está dada por la inclusión, en el puesto siete, de Juan, como si nada hubiera sucedido, el inestimable documental de Carlos Echeverría estrenado en 1987. La votación nacional tampoco estuvo exenta de discusiones, en particular las ligadas a la ausencia de muchos títulos del período clásico, anteriores a los años 60, en los primeros lugares. Más de una voz relacionó con pertinencia esos “olvidos” a la falta de una política de conservación y promoción de los films nacionales producidos durante la primera mitad del siglo XX, que provoca la falsa sensación de que cine argentino nació después de tiempo . En su texto para la votación, el historiador y coleccionista Fernando Martín Peña escribió que su lista “no tiene ningún orden de mérito ni es el resultado de una ponderación rigurosa. Es la lista que puedo hacer hoy, a esta hora, y seguramente mañana podría haber otra porque así es el capricho del favoritismo. No incluí films posteriores a 1990 porque me interesa traer al presente un pasado que se vuelve cada día más lejano y vaporoso. Martel o Caetano no necesitan que yo reitere lo mucho que me gustan sus películas. Pero a lo mejor un joven curioso de 2022 busca alguno de estos títulos, lo admira, lo descubre y lo promueve, con lo que tal vez se demore un poquito su desaparición de nuestro imaginario cultural”. Nuevamente, tal vez el gran mérito de las listas de “las mejores” sea esencialmente ese. Un mérito pedagógico, didáctico, un pequeño aporte para picar el interés del lector a la hora de descubrir largometrajes (o cortos, por qué no) cuya existencia desconocía. Además de un llamado de atención, al menos en nuestro caso: la imperiosa necesidad de proteger el acervo cinematográfico ante las inclemencias del paso del tiempo, la desidia y el olvido.