Aunque le cueste otorgar semejante título, Los pájaros es su preferida. Martín Sichetti hace esa revelación algo culposo como si con eso le jugara una treta desleal al resto de las películas de Hitchcock. De chico vio Los pájaros muchas veces. Su mirada, como un radar camp, aterrizaba directo en todo lo artificioso: los decorados de fondo pintado, los cielos imposibles full color, la fábula exagerada de venganza entre especies.
La madre de Martín trabajaba en un local y en la hora del almuerzo se escapaba al cine. Tenía un álbum, un tesoro para sus hijos, con recortes de sus actrices y actores favoritos. “Bette Davis, Hayworth, Bogart, Lauren Bacall, Elizabeth Taylor, Clift –recita Martín de memoria–. Se podría decir que tuve una infancia muy Puig.” En ese universo infantil, Hitchcock tenía un lugar privilegiado y es él también el tema de Microfilms, su muestra en la galería Hache. Martín conoce esas películas de memoria. Elige una secuencia, pone pausa y dibuja. Los objetos que rescata son hitchoteanos en el sentido más redundante de la palabra, es decir, rebasados de intriga, hablan solos: el sombrero con las iniciales del muerto reposando en el placard de los asesinos, el estuche de un anillo de compromiso sin anillo, la mano de una aristócrata que apaga un cigarrillo en la yema de un huevo frito.
Uno de los grandes mandamientos del Código Hays –que durante cuarenta años reguló las proscripciones de la sexualidad en Hollywood– era la prohibición de cualquier referencia a la homosexualidad. En ninguna película de Hitchcock se escuchan las palabras lesbiana o gay, pero lo innombrable vuelve en forma de objetos y de gestos. La soga con la que los dos protagonistas de Rope (1948) –encarnados por James Stewart y John Dall y enlazados entre sí con la lógica del amo del esclavo– ahorcan a su víctima. La película empieza con el hecho consumado, pero ¿a qué estaban jugando los tres antes de que la cámara llegara? O en Rebecca (1940), las ropas de la fallecida señora de la casa, contra las que se refriega su ama de llaves, la inquietante Mrs. Danvers, devota fervorosa de la muerta. En la muestra también hay videos: algunos son reconstrucciones de fragmentos clave de películas, otros son frutos de la mente del artista pero que bien podrían haber sido escenas con el sello H. Tal vez sea por eso, por tanta palabra y cuerpo contenidos, que casi al final del recorrido Martín Sichetti termina mostrándolo todo a través de un agujerito, ese que el asesino Norman Bates (Anthony Perkins) usaba para espiar a su presa Marion Crane (Janet Leigh), en Psycho (1960).
Alfred Hitchcock parece ser alguien a quien siempre hay que estar rescatando. De las miradas unilaterales, de las anteojeras de la corrección política volcadas en el arte, de los desconfiados de todo lo que el gusto popular ovacione. Su mayor rescatista tal vez haya sido Truffaut con El cine según Hitchcock, un libro/entrevista de quinientas preguntas al magnate del suspense. Truffaut quería hacerle justicia a su ídolo frente al vapuleo sistemático del que había sido objeto por populachero y exitoso. Lo reivindica y adopta como abuelo demasiado modernista para su tiempo, que incluso produciendo para el Imperio, había podido abrirle heridas al modo clásico de representación. También hubo que rescatarlo de todos los que leyeron homofobia en sus películas, en las que gays y lesbianas aparecen como asesinos o locos. Después, en 1998, a contramano de un gran sector del feminismo que señalaba en Los pájaros nada más que misoginia, Camille Paglia vio otras cosas: plasmación de los temores del inconsciente colectivo, batallas entre impulsos contradictorios y una ironía no siempre bien entendida. La muestra Microfilms se suma a un engranaje de relecturas en clave queer del cine con H: es un rastrillaje en busca de elementos, personajes y poses que se dejan leer a contrapelo burlando las mordazas morales de la época.
Microfilms se visita de lunes a sábados, de 14 a 19, en Hache, Loyola 32.