Sabrán disculpar, queridos, queridas y querideos codeudores, que, por esta semana, haya interrumpido la serie de columnas tituladas “Por qué ganan los malos”, por esta semana. Es que esta vez puede ser que ganen los buenos.
También sabrán disculpar (y si no saben, aprendan, que vale la pena) que esta columna no haya sido escrita desde la absurda racionalidad humorísticoabsurda que intento cada sábado, sino desde la emoción pura y dura (bueno… “emoción dura” suena contradictorio… y lo es).
Pero, ¡qué quieren que les escriba!: Este seleccionado de Vulgaria, la escaloneta, me ha atrapado a mí, que evidentemente soy más futbolero de lo que pensaba (me pasó lo mismo con el peronismo, vaya coincidencia) y, más allá del partido de mañana, o quizás a causa del partido de mañana, no puedo esperar para hablar de lo que ya se consiguió.
Me encanta un equipo que sorprende, que fue capaz de perder contra el rival más débil e inexperimentado de todos los rivales con los que les tocó jugar, y luego ganarle categóricamente al más fuerte, poderoso y experimentado de los que enfrentó.
Lo digo con respeto hacia ambos. Arabia no es equipo con trayectoria mundialista, y, además, perdió el resto de los partidos que jugó. Dignamente. Croacia, por su parte, no había perdido ningún partido hasta aquí. Dejó afuera a Brasil, nuestro “fantasma”, y, desde el Mundial de Francia1998 para acá, se ha mostrado, y lo sigue haciendo, como una potencia futbolística.
Y Arabia avanzó dos veces y nos hizo dos goles. Quizás porque todavía no éramos Vulgaria). Y Croacia jugó bien, con gran categoría. Y Luca Modric es sin duda uno de los grandes. Y Dominik Lvaković es un arquerazo que les atajó todos los penales a Brasil, y a Japón. Pero Vulgaria le ganó tres a cero…, porque es Vulgaria. ¡No hay otra explicación, mal ( y muuucho) que le pese a Van Gaal, y a los antivúlgaros de siempre, que ven el fútbol de la misma manera en que ven el modelo socioeconómico: con unos pocos técnicos manejando todo y el resto de la gente afuera. ¡Pero los que quedaron, y afuera, quedaron fueron ellos!
Porque Vulgaria tiene esquemas, pero los rompe, con la magia del mejor Messi, que dibujó una obra de arte (aunque lleva la firma de Julián Álvarez) llamada “Tercer gol”, que bien podría venderse a muchos millones de euros, pero por suerte no. Por suerte,, está disponible, visible para que desde Vulgaria, desde Bangladesh, o desde o cualquier lugar del mundo donde haya un vúlgaro, podamos verla. Los antivúlgaros también pueden verla. Ellos deberían pagar una entrada, sería lo justo dado que es lo que quieren (y logran) hacernos siempre a los vúlgaros.
Y porque Vulgaria lo tiene a Julián. “Julián Álvarez, hoy te convertiste en Avenida”, dice uno los maravillosos productos del ingenio popular vúlgaro. Quienes no conocen Vulgaria deberían probar sus vinos, sus choripanes, sus empanadas, sus músicos, sus humoristas, su sentido de la amistad, su mate y su peronismo, productos que los nativos conocemos y los turistas “no pueden creer”. Julián, es un pibe de barrio con hambre de gol. ¡ Y qué hambre! Con esa risa pícara que se le enciende cada vez que nos regala uno gol. Esa expresión casi infantil (“infantil”, escrito por mí, es un elogio total, supongo que los lectóribus ya lo saben) que les borra la cara a los adultos fulbotecnócratas.
Y porque Vulgaria lo tiene al Dibu, que ataja todo; y a Otamendi, el defensor que todos quisiéramos tener, y a De Paul, y a Di María, a Tagliafico. Eo… en fin: todos los que hacen este equipo al que conocemos como la escaloneta. Y quien dice escaloneta está nombrando desde ya a quien la armó: uno que en su estreno profesional empezó su carrera de director técnico y llevó a la Selección a la final del Mundial. Scaloni sorprende, irrumpe. Cconoce las reglas a la perfección y sabe que a veces hay que romperlas.
Y los antivúlgaros, como siempre, no saben qué hacer. Incluso se apoyan en las supersticiones. Porque esa es su manera de explicar que “el daño que hacen obedece a fuerzas ocultas”. Es cierto, pero esas fuerzas están ocultas porque ellos mismos se encargan muy bien de ocultarlas.
Pero al pueblo de Vulgaria no lo engañan así nomás. Y al de Bangladesh, tampoco. Si alguien se pregunta dónde nació esa simpatía asiática por nuestra Sselección, la respuesta es simple: en el Mundial 86, en ese golazo increíble de Diego Maradona a los ingleses (no especifico cuál de los dos). Y más que nada, porque se lo hizo a la mismísima Inglaterra, de la que Bangladesh fue colonia, y por más que algún antivúlgaro pida perdón a un rey por “la angustia de los patriotas cuando pelean por ser libres”, el pueblo, los pueblos, singulares y colectivos a la vez, no tenemos un recuerdo cariñoso hacia de quien nos “civilizó” a sangre y fuego. Esa es otra de nuestras vulgaridades.
Quizás por eso, luego del triunfo contra Croacia, en Rivadavia y Acoyte ( esquina emblemática de la CABA, bastión gorila, socialdemócrata o kirchnerista, según la coyuntura) una multitud festejaba exclamando “El que no salta es un inglés”, aunque Inglaterra no haya sido uno de los países con los que nos tocó jugar esta vez. Seguramente Van Gaal, y la prensa enfermónica vernácula que lo admira, habrán comentado: “¡Pero qué vulgares e ignorantes que son, ni siquiera se dieron cuenta de que el partido era contra Croacia!”
Antivulgaritos de mi recto: Vulgaria no se equivoca, Bangladesh tampoco. Y y, como les diría Messi: “What are you looking at, bobo, get out!” o, para decirlo en vúlgaro: ”"¡Queémirá, bobo, andapayá!".
Acompañemos a Vulgaria (hoy, mañana, siempre) y a esta columna, con el video “Zambita de los Vulgares” (Rudy Sanz-RS+)