Conti pintó Chacabuco, sus personajes, calles y arboledas como nadie.. Cada frase era una pincelada. Puig supo transmitir con maestría el tedio de la siesta, el clima opresivo de esa hora interminable en Villegas, su pueblo natal, a mediados del siglo pasado.

Los listados completos y exhaustivos son casi imposibles, así que mejor detenerse acá a hacer una primera reflexión. La provincia tiene quién le escriba y quién la escriba. O, a la inversa, cuántos de nosotros nos prestamos, nos ponemos a disposición, para ser atravesados por ella y sus relatos, para convertirnos en instrumentos de su riqueza narrativa.

Más allá de las identificaciones, casi simbióticas, entre determinados escritores bonaerenses, su obra y sus pagos chicos -o no tanto-, la provincia es rica en locaciones literarias míticas. La quinta en Temperley desde donde conspiraba el Astrólogo de Arlt en “Los siete locos” y “Los lanzallamas”. La biblioteca de Adrogué, no muy lejos de allí, que era para Borges una extensión de su casa de verano. Los campos de Maipú en los que Adán Buenos Ayres adquiere su nombre, al tiempo que descubre los caballos, otra gente y otra forma de vida. Tenemos, somos, una provincia literaria.

Más acá en el tiempo, también hay escritores indisociables de sus espacios vitales. Es el caso del siempre ácido Miguel Briante, el de “Las hamacas voladoras” y “Kincón”, cuya muerte temprana nos privó de disfrutar más libros suyos. Tenía una mirada corrosiva y penetrante, que le permitía atravesar la superficie de las cosas, para narrar la esencia, muchas veces oscura e inconfesable, que guía la vida pueblerina. O de Guillermo Saccomanno, geselino adoptivo, que le dedicó a la villa al menos dos de sus decenas de libros: “Cámara Gesell”, una mirada descarnada de aquello que ocurre entre temporada y temporada, cuando un pueblo turìstico se permite ser como realmente es y no como quiere mostrarse y una biografía del controversial y hemingwayano fundador de la villa, Don Carlos. También Leopoldo Brizuela, que aunque tiene textos situados en otras latitudes y muy buenos, deslumbra en los platenses “En una misma noche” y “Ensenada, una memoria”. Sólo le falta escribir “el” diagonal.

Y entre los que dejamos de ser jóvenes no hace tanto, hay algunos insoslayables. Mi amigo Félix Bruzzone y su non fiction de clase trabajadora en las piletas del conurbano norte, Hernán Ronsino y sus radiografías de Chivilcoy y alrededores o Pablo Ramos, casi un antropólogo de Sarandí. Todo esto tiene una explicación, claro.

Hace muchos años, cuando pisé por primera vez un taller literario, incorporé una máxima que guía a muchos escritores. “Escriban sobre lo que conocen, sobre lo que tienen a mano”. ¿Podría yo situar una novela en Alaska durante la fiebre del oro o en la París de entreguerras? Podría, sí. Pero, ¿valdría la pena el esfuerzo de documentación? ¿Tendría tanto para decir sobre esos lugares y tiempos como sobre las rutas que transito cada día? ¿O serían más las cosas que escaparían a mi mirada que las que realmente llegaría a captar? Puedo describir el reflejo del sol en el asfalto de la ruta 36 en un día de cuarenta grados. No sé cómo golpea ese mismo sol al Boulevard Périphérique.

Pero no escribimos sobre lo que nos rodea sólo por comodidad, lo hacemos también porque lo que nos rodea nos atraviesa, nos constituye y queremos dejarlo asentado, brindarle un tributo, aunque sea mínimo, de algún modo.

La Dirección General de Cultura y Educación se ha mostrado muy activa al respecto, con concursos literarios, planes de lectura y compras de libros para bibliotecas populares. Nosotros cantamos retruco.

Con ese mismo espíritu, con el que nació Buenos Aires/12, planteamos hoy un desafío colectivo: completar y actualizar el mapa literario de la provincia, de ayer y de hoy. Esto es, a los que le escriben a la provincia y a los que le escriben a los que le escribieron. 135 distritos, muchas regiones, realidades diversas. Infinidad de condiciones. Porque la literatura es, como la cocina, un saber local. Y una contratapa es un tentempié. “El hambre viene comiendo”, decían las abuelas. A escribir.