Las palabras, en la pluma de algunos hombres y mujeres del NOA, tejen personajes y reflexiones profundas, paisajes de antaño, sonidos siempre ligados a la infancia que se amplifican desde el mapa de lo íntimo hacia lo colectivo.
Eso sucede con Chacho Matthews, escritor salto jujeño, quien recientemente publicó “Mermelada de naranjas agrias”, veintiún cuentos que encienden los sentidos y también la memoria: sabores, melodías y recuerdos se que entrelazan y describen la esencia de la región que habita y conoce.
En sus inicios, pasó por escuelas del Ingenio San Martín del Tabacal (Salta), La Mendieta (Jujuy), La Trinidad, Lastenia y Concepción (en Tucumán) y de la ciudad de Córdoba. Con esa trashumancia, se inicia este diálogo.
--¿Esos “movimientos” de tus primeros años influyeron en tu literatura, en tu forma de ver la vida?
--Sí, por supuesto. Cada uno hizo su aporte, pero los recuerdos más estructurados son los del ingenio La Trinidad, en donde a la hora de la siesta me escapaba de mi casa para ir a Medinas, un pueblo fantasma que murió de olvido, porque el dueño de las tierras se opuso al paso del ferrocarril por su propiedad. Allí también se manifestó la pasión por el fútbol a través del Sportivo Trinidad, del que aún soy hincha. El cuento Maturana es una ficcionalización de hechos que ocurrieron en la cancha de ese equipo.
También recuerdo como si fuera hoy la muerte de la Eva. Mi padre había viajado y comenzó a sonar la sirena anunciando un hecho grave,con mi madre corrimos hacia el portón de la fábrica (“te recuerdo Amanda, corriendo a la fábrica…”) y el portero todo compungido, con lágrimas en los ojos, le dijo a ella: “Murió Evita, señora”. En el ingenio La Corona (que actualmente está incluido en el ejido de la ciudad de Concepción) por la radio y en onda corta, supe del bombardeo a Plaza de Mayo y la Revolución Fusiladora del 55. Esos hechos me marcaron fuertemente. De los otros lugares tengo flashes, por ejemplo, la llegada del Tren de la Evita a La Mendieta. En Lastenia recuerdo mi resistencia a ir obligatoriamente a misa, caso contrario nos dejaban después de hora en la escuela, allí comenzó mi alejamiento de la religión y de Dios. En la escuela industrial de Córdoba interactué fuertemente con el proletariado, porque mis compañeros eran obreros industriales que trabajaban en fábricas y estudiaban de noche. Como te imaginarás, fueron trece años moviditos… y, como podrás suponer, influyeron de manera superlativa en mi formación y, por ende, en mi literatura. No puedo separar el ser humano del escritor.
--El volumen “Mermelada de naranjas agrias” reúne cuentos que fueron parte de “El olor de la vida”, ganador del Certamen Literario Benito Crivelli, en Salta, en el año 2000, y “Ya no pasan más los trenes por Perico”, de 2020 ¿qué tienen en común o por qué reeditaste trabajos con dos décadas de distancia entre sí?
--Y porque durante ese lapso me desempeñé como Delegado Regional del NOA del INTI y con un grupo de compañeros del Programa de Extensión creamos las bases para la fundación de seis Centros del Sistema INTI y aquí, perdoname el chivo, “Al que le caiga el sayo que se lo ponga”. En el “Endemientras” escribí algo así como un centenar y medio de poemas, que publico, periódicamente, en una Lista de Distribución del WhatsApp para mis lectores amigos. Por otra parte, no vivo de la escritura, lo que me da una libertad de acción en la producción de mis textos.
La publicación de la Antología “Mermelada…” fue una idea de mi hijo Pablo, quien hizo un excelente trabajo de edición, de diseño de la tapa, y nos zambulló en una labor mancomunada de una “cooperativa” familiar y de amigos.
En cuanto a qué tienen en común, todo tiene que ver con todo en la obra, porque es algo así como mi cuaderno de bitácora o, si prefieres, los cuentos son la crónica de mi vida, porque cada uno tiene, aunque sea una partecita de ella.
--En las palabras introductorias das cuenta de una labor de edición, de “poda” de algunas historias publicadas en las revistas “El pájaro cultural” y “La Barraca” ¿cómo atravesaste ese “desmalezar” de tu propia obra?, ¿cómo te vinculás con la creación, por un lado, y la corrección por otro?
--Bien, soy deudor de reconocimientos: en "El pájaro”, de los hermanos Alejandro y Juan Ahuerma Salazar, publiqué por primera vez, y hete aquí que fue el cuento “Mermelada de naranjas agrias” hoy vuelve a la palestra, como cuento y nombre del libro.
Debo aclarar que la “poda” (¡Bien ahí!, linda figura la tuya) se hizo antes de la edición de “Mermelada…”. Fue en oportunidad en que “La Barraca”, revista del pensamiento crítico, editada en Tucumán y lamentablemente discontinuada, me diera un espacio para publicar mis escritos que debían ceñirse a mil doscientas palabras. Allí aparecieron las herramientas que me transmitió Marcelo Di Marco, a través de su libro “Taller de corte y corrección”, y un breve taller online. Y, aunque no lo creas, con esa “poda”, los cuentos ganaron fluidez al desprenderse de ripios y hojarasca.
Me atrevería a decir que el “Corte y Corrección” son parte del proceso de creación. ¿Cómo escribo yo? Es muy similar al trabajo del escultor. En algún momento se produce, o surge en mi memoria, un hecho que estimo es pasible de ser contado. Lo escribo. Tengo el bloque en bruto. A partir de allí comienzo a “burilar” cortando y corrigiendo, hasta que se manifiesta la figura y sé que el cuento está, cuando me invade una emoción profunda.
Escribir es una producción. Muchos creen que uno se sienta y Enki le “baja” un chorro de inspiración y no para de escribir hasta que termina la obra. Craso error, el trabajo literario exige “Hematíes, transpiración y llanto”, pa’ decirlo en sudaca básico.
--En las narraciones del comienzo, el dulce cítrico que nombra al libro, se describe con detalle y cruza la historia familiar, con la historia política de los 70 hasta hoy, se menciona a Bussi, a la CGT, la última dictadura y a Santiago Maldonado ¿concebís a la literatura como un espejo de la historia colectiva, o qué te motiva a transponer esas diferentes capas de significación?
--Por supuesto que sí, considero que el arte escribe la crónica del presente y en mi interior bulle toda la historia de los sesenta/setenta que sale a la superficie. Eso justamente es lo que me motiva. Quiero contar, antes de que no haya a quién preguntarle.
--¿Qué importancia tienen para vos las dedicatorias en esta antología, pareciera que allí se hermanan la ficción y la realidad?
--Y sí, es como un cable a tierra. “No nací de un repollo” (perdón por el lugar común), soy el producto de la interacción (incluidos mis escritos) con mis referentes, con mi familia, mis amigos y hasta con mis no amigos, ergo, con mi colectivo.
--Además de escritor, sos licenciado en física por la UNT, ¿qué elementos te aporta esa disciplina a tu proceso creativo?
--Te diría que muchos. La Universidad Nacional de Tucumán (Universidad pública y gratuita donde tuve la suerte de “caer”) y, en particular, el Instituto de Física, me facilitaron el acceso al pensamiento crítico y al método científico. Recuerdo que nos inculcaron algo así como: “ustedes tienen dos neuronas, úsenlas para pensar, no para guardar datos, esos están en los libros”. Ahora llevamos en el celular una universidad en el bolsillo (la frase es del Pepe Mujica). Esa formación me permitió la construcción de conocimiento en forma autónoma, como ocurrió con la literatura.
--En “Los trompos mágicos de Nico” se lee: “Su memoria registra la existencia, pero le esconde el lugar donde se encuentra”, en un poema relatás “adónde irán las palabras cuando se las dicen /Quizá a esconderse del olvido ¿escribís para dejar testimonio, para buscar verdades o por qué lo hacés?
--Quizá, por “ambas dos”, te diría en tucumano básico académico ¿Qué humano no quiere transcender? Seguir existiendo en la Memoria de los que quedan. Por otro lado: MEMORIA, VERDAD y JUSTICIA, ¿te suena?
--En tus textos se vislumbran ecos de grandes de las letras, como Julio Cortázar, Juan Rulfo o similitudes con Carlos Hugo Aparicio ¿te sentís cercano a esos nombres o qué autoras y autores te convocan?
--Sí, es verdad. Muy cercanos, desde ya el Gabo García Márquez, Laura Esquivel, Eduardo Galeano, Osvaldo Soriano, Mario Benedetti, José Pablo Feinmann, García Lorca …, Borges es insoslayable para aprender a escribir, pero letristas del NOA fueron piedra basal en mi formación literaria. En primer lugar, el Pepe Núñez. Y así siguiendo con el Barbudo Castilla, Nella Castro, el Cuchi Leguizamón, “Perecito” y la interacción con mis amigos con quienes bebimos el bagaje cultural del Tucumán de los sesenta/setenta, como el flaco Juan Falú, Coco Quintero o el Diablero Arias más todo un conglomerado de actores de la cultura del NOA.
--¿Imaginás tu escritura lejos del territorio de la infancia, de los afectos, los paisajes humanos y naturales o los considerás tópicos inherentes a tu obra?
--Creo que la respuesta anterior contesta en parte la pregunta. Además, vivo en un paraje que está a una legua de la ciudad de Salta, llamado La Isla, y no puedo soslayar a ese algarrobo “que le hace sombra a mi corazón”, que nombra Castilla en la “Marrupeña” y que está “Ahícito, nomás”. No me veo en “Las Europas”, pero sí fundido con el paisaje de la “Provincia del Tucumán, Juríes y Diaguitas” que es, dicho sea de paso, por donde comenzó la fundación del país.
--Tu editor asegura que tus cuentos “tienen la lógica de un hormiguero pateado por un niño” ¿coincidís con esa imagen, podrías ampliarla?
--Sí, creo que es así, quizá él captó esa imagen cuando en Maturana digo: “entre vinos desvelados y puteando al orden establecido”. Desde chico me tientan los hormigueros, pero ya aprendí que no hay que patearlos.