El modelo económico agranda la brecha entre ricos y pobres. El modelo cultural/comunicacional, en su necesidad de desviar ese eje, agranda la brecha entre pobres y pobres. La primera grieta se puede cotejar a través del coeficiente Gini, que mide la desigualdad de los ingresos. La segunda es intangible, solo se percibe en el terreno de la subjetividad.
Ante cada situación objetiva que marca la supresión de un derecho o la consagración de una injusticia, el aparato de propaganda oficial avanza en el otro frente, donde se dirime la batalla por el sentido.
Si las cifras indican que, en un marco de creciente exclusión social, cada vez hay más gente en situación de calle muriéndose de frío, el sistema incorpora el tema de la indigencia y la marginalidad, pero para invertir la carga de la sospecha: hay que cuidarse de esos pibitos que, a los 12 años, ya andan sueltos y armados. El foco de la operación, en realidad, no está puesto en los que roban y matan, sino en los otros, en los inocentes. Hay que evitar que los pobres sientan empatía con otros pobres. Los perdedores del modelo deben mostrar que se tienen miedo entre ellos, para que los ganadores permanezcan invisibles.
Si los números sostienen que cada vez son más las fábricas que cierran y los obreros despedidos, la máquina de la subjetividad no se amilana. Instala la idea de que la solidaridad gremial solo consigue espantar a los empresarios, que son los que invierten en el país y muy pronto, cuando haya leyes más flexibles, generarán miles de puestos de trabajo.
Hasta entonces, los propulsores de la grieta intentarán que los excluidos miren con recelo a los “privilegiados” que todavía tienen aguinaldo, obra social y vacaciones. Y buscarán convencer a éstos de que, si alguna vez pierden sus “prebendas” laborales, la culpa no la tendrán los empresarios, que hacen lo que pueden, sino los agitadores de siempre en busca de llevar agua para su molino político/sindical.
El crecimiento de la brecha entre ricos y pobres es un hecho. Su consolidación dependerá de que se concrete o no la utopía cultural del neoliberalismo: imponer las reglas salvajes de la competencia en los sectores donde deberían primar los criterios de solidaridad. Un ejército de potenciales “emprendedores” tendrá millones de enemigos, sin poder identificar nunca al verdadero.