Madrugada templada de viernes otra víspera de final futbolera, el mundial de Qatar omnipresente y atroz para un país de miserias múltiples, pobreza que se torna estructural.

Como canta León Gieco, otra vez el fútbol devorándoselo todo y esta ciudad con desempleo crónico y furias de incendios que no se apagan.

Más de dos décadas del estallido social con represión estatal, el tendal de muertos y la impunidad de los verdugos.

Multitudes festejando triunfos de otros que solo representan sus éxitos deportivos y cohortes empujando carros bajo los impiadosos rayos del sol.

Otras y otros hurgan los contenedores de basura en procura de algo rescatable.

Paso por la esquina de Córdoba y Maipú, el Jockey Club, reducto de los privilegios, de la burguesía, pienso en Raymond Carver observando el Paraná desde la terraza.

Este poeta y narrador de Oregón quizá no sabe que está sentado en un ámbito absolutamente ajeno a su condición social.

Está en una remota ciudad sudamericana que lo ignora y a la que solo evocará en un poema.

Rosario a orillas del río marrón cargando sus historias y leyendas, su proverbial humedad y sus flagrantes contradicciones con las que convivimos cada día procurando sobrevivir.

Aún con ímpetu rebelde y sin resignación.

Carlos A. Solero