Un país gigante con un pequeño bolsillo para los relatos de las comunidades de inmigrantes. Así define Sian Heder a Little America, la sentida antología cuya segunda temporada acaba de ser estrenada por Apple TV+. “La idea del título, obviamente, refiere a lo que se ve en las grandes ciudades de los Estados Unidos con los pequeños barrios como Little Italy, Chinatown o Koreatown. Yo vivo en Los Angeles a un par de cuadras de Little Armenia y de ahí puedo ir a Little Tokio. Lo mismo pasa en Nueva York. En medio de esa inmensidad buscamos a las colectividades y sus historias”, amplia la showrunner de una serie que arribó en 2020 y ahora ofrece ocho nuevos episodios.
Aquí hay lugar para que una oriunda de Sri Lanka compita por un coche en una concesionaria texana. Que una madre nipona dedique su vida a crear una liga femenina de baseball en Ohio. Al reencuentro de una bielorrusa con un viejo amor en la Gran Manzana. O enfocarse en un prodigio del piano afgano y su lucha por una green card para su madre. Del exilio al sueño americano en múltiples idiomas, Little America se destaca por su tono empático entre el drama. Hay un motivo para esa decisión. “La primera temporada salió justo en medio de la gestión Trump. Había un sentimiento antimigratorio muy fuerte que demonizaba a todo lo extranjero. Y ahí salimos con este programa que iba contra la corriente con estas historias muy humanas sobre inmigrantes. Creo que la segunda temporada no es tan optimista como la primera. En sí, mostramos el lado más bajo de lo que es venir a este país: los desafíos, lo que entregás, las rendiciones y lo que cuesta obtener la ciudadanía”, asegura su creadora entrevistada por Página/12.
Little America de esos trabajos que viene con una etiqueta de presentación inevitable. Su responsable es la misma persona que obtuvo numerosos premios por CODA en 2021 (entre ellos el Oscar como mejor guion adaptado y mejor película). Hay un encadenado, bastante visible, entre la película sobre una hija oyente dentro de una familia sorda y esta serie basada en casos reales. El golpe apenas por arriba del cinturón emocional, la puesta en escena simple y su destreza por sentirse auténtica y compasiva con las criaturas que aparecen representadas. “Me interesan los personajes que tradicionalmente han sido marginados o que, por lo menos, no suelen estar en el centro de la narrativa”, apunta Heder.
-La antología está basada en casos reales, ¿cómo fue la selección?
-Nos llegaron de todos lados. Hubo un conductor de Uber que nos compartió su historia, también está lo de “un amigo de un amigo”. Tras seleccionar el caso, teníamos entrevistas cuasi periodísticas para ir al fondo de su experiencia. Así fue con el episodio final de esta temporada (“The Indoor Arm”) que está basado en Ciela. Es una jardinera salvadoreña con un brazo amputado con una vida muy rica, que vive muy cerca de uno de los guionistas. A veces los entrevistados no se daban cuenta de la historia que te están contando; mejor dicho, destacaban algo que quizá no era tan interesante. Lleva un tiempo hasta que llegás al hueso.
-Cada episodio tiene la misma apertura de títulos pero una canción diferente. ¿Qué significa ese juego?
-Es un juego muy desafiante y entretenido. La música también tiene que ser muy específica. Eso funciona en términos históricos, regionales y temáticos. Nuestros musicalizadores tienen esta tarea de ir a la búsqueda de un loop de un tema coreano de los ’80 o un tema somalí de los ‘70. La música es muy importante casi como una pista y un destello de la cultura que vamos a trabajar. Resulta hilarante ir a la caza de esos temas imposibles. Nunca vamos a poner una canción pop simplona.
-¿Hay alguna historia que todavía no encontró el modo para contarla?
-Nos pasó con dos historias. Una fue la de un guardia costero que patrullaba el mismo lugar del que lo rescataron. Otra fue la de una mujer cubana trans que vino en un bote. Las dos necesitaban ser filmadas en el agua y no lo pudimos hacer por las restricciones del COVID. Espero que tengamos más chances para poder contar estas historias muy bellas.
-El lenguaje, en tanto frontera o potencial, une a Little America con CODA. ¿Está de acuerdo?
-Sí. Me gusta la idea de ver a la persona que está en escena como un otro, que pueda contar su historia tan específica e íntima que luego se apropie de esa historia. Lo que se veía de verdad en CODA es verdad en Little America: buscamos el máximo detalle y atención a esos pequeños elementos que la vuelven universal. Son personas que podrían pasar por desvalidos y de repente decís “a mí me pasa exactamente lo mismo con mi papá” o “mi familia es así de disfuncional en esa forma”. Todos sentimos que para alcanzar un objetivo hay que resignar un imposible. Y eso va a ser, inevitablemente, tu familia. Para mí, lo más importante es usar tu voz como guionista para crear experiencias catárticas y sensibles en los que cualquiera pueda sentirse un personaje. Y eso es muy poderoso. Lo que nos conecta con alguien que pondrías en otra categoría, habla en otro idioma o se ve distinta, es mucho más fuerte que lo que nos divide.