Después de un partido tremendo, mucho más parejo en el resultado que en el desarrollo del juego, Argentina ganó merecida y sufridamente el Mundial. Nuestro mereciómetro marcaba que lo justo era que el partido saliera dos a cero o tricota en una de esas. Esa máquina, añosa, es menos precisa que el VAR pero la superioridad no la discutía ni el presidente francés Emanuel Macron. Sucede que este equipo adoptó la costumbre de “encajar” dos goles contrarios en pocos minutos: con Arabia Saudita, con Holanda, con los galos. Aunque Lionel Scaloni es un capo disiento con ese hábito. Tiene sus virtudes, claro que sí. Engendra partidos inolvidables que van como en tubo para programar series en Netflix: Holanda y Francia. Conduce a los adversarios a la emboscada de la definición por penales en las que el Dibu Martínez es amo y señor. Un poco más en serio: revela el temperamento, la convicción, la concentración del equipo para recibir golpes de K.O sobre la hora, recobrarse y volver a imponerse a su rival. No se dan por vencidos ni aún vencidos, poetizaría Almafuerte. O con más rigor estadístico: no se dan por vencidos aún ante esos empates que te ponen los dos ventrículos de moñito.
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La hinchada se enamoró de la Selección. También es hincha de sí misma. Autocelebra(mos) el desborde, la profusión de cánticos y canciones nuevas, la multiplicación de camisetas que recorren una gigantesca escala de precios. La costumbre de no dormir, las veladas eternas. Incorporamos palabras nuevas al vocabulario o las reponemos como tendencia: “estar manija”. “Scaloneta”, de aquí a la eternidad.
La Selección se enamoró del público. Reciben el aliento, se revivifican. Celebran después de cada partido, enriquecen su repertorio con la genialidad de “La Mosca”.
Messi inspira a los compañeros. A dar lo mejor de sí, a pedir la pelota en los momentos más aciagos, a inventar espacio u oportunidades de gol donde no hay.
Los compañeros adoran a Messi. En la Copa América parecía que querían la victoria para que Lio fuese feliz. Al público le ocurre algo similar. Se expandió un deseo nacional: que Messi no sufriera, no errara ningún otro penal de los chiquicientos que ejecutó. Que se relajara, que gozara. Lo cumplió de rechupete con una sonrisa dulce, plena, de oreja a oreja.
Mucho semblante lindo en el equipazo y el cuerpo técnico. Años atrás proliferaban los defensores patibularios, los laterales que tiraban un saque lateral con cara de odio, apretando los dientes como si fueran a ocupar por la fuerza la sede del FMI. Mala onda o arrogancia a menudo.
Los que ayer se calzaron la camiseta con “la tercera” sonríen o sueltan carcajadas. Una prueba lujosa entre tantas; las risas de Julián Alvarez mientras avanzaba hacia el arco en su primera pepa contra Holanda.
La palabra y el concepto “cuidado” arraigaron durante la pandemia. Respeto al prójimo, acciones nobles. Daba la impresión de ser un avance, quizá se marchitó en el camino. Durante el Mundial todos nos cuidamos, nos autoestimamos, nos encontramos. Afloraron recuerdos de otras competencias, de hinchas adorados que ya no están. En carne viva atravesamos la celebración. La merecíamos. Mi mereciómetro lo registra con precisión. Pudo sobrevenir un desenlace trágico que Dibu Martínez impidió sobre la hora. Una injusticia pudo consumarse. Menos mal que la tragedia se resolvió en el campo de juego y no intervino la Corte Suprema de Justicia…
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A Scaloni le encanta hablar de fútbol y sabe un montón. Dos diferencias rotundas respecto de una caterva de periodistas deportivos que transforman relato y conferencias de prensa en trances autorreferenciales y preguntas repetidas. Ayer se ingenió para compartir dos gemas. La primera: que en los días próximos volverá a ver el encuentro, a repasarlo, para revisar qué se hizo y que fallas existieron para que nos metieran dos goles boludos según el castizo Dibu Martínez. El DT es sobrio ante el éxito, sensible para no robar cámara a los jugadores, humanísimo al referirse a familia, amigos y su ciudad. En su métier es laburador y heterodoxo (con perdón de la palabra). Incita a jugar, tocar, atacar y defender poseyendo la pelota. Y planifica los partidos, adecua tácticas ante cada rival, cambia jugadores en consecuencia. Ni bilardismo extremo ni menottismo dogmático: scalonismo del siglo XXI. Con ese bagaje Argentina fue principal protagonista de todos los partidos que jugó aún con aquellos que nos complicaron.
La segunda pieza fue centrarse en un hecho, que sus interlocutores dejaron pasar hace unos días. Informó, exaltó, que en las dos definiciones por penales contaba con más voluntarios que los cinco imprescindibles para la primera tanda. Hay que tener los ventrículos bien puestos para hacerse cargo de tanta responsabilidad, recorrer media cancha que ha de parecer una estancia soportando la presión. Fe y compromiso y fomentados por el técnico haciendo sinergia con Messi, De Paul y Di María, los tres artífices de la Copa América.
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Somos campeones otra vez, como en 1978 y 1986. Mario Kempes y Diego Maradona los artífices principales de esos éxitos. Zurdos ambos como Messi. Licencia poética: añado al Parnaso mundialista a otro zurdo, el Fideo Di María. Un fenómeno que convirtió goles que valieron campeonatos varios, jugador emblema. Maltratado por críticos infatuados que no conocen su materia y abusan de su poder.
Cuando se repase la trayectoria de Messi habrá que revalorizar finales perdidas por penales, a menudo después de haber predominado en el juego. La suerte es casquivana, nos desairó ante Chile o Uruguay, evoco de memoria.
En Qatar tuvimos la suerte del campeón. Usted me dirá que deliro, que me pierde el alcohol. Que Arabia embocó los mejores goles de su historia. Que Holanda nos empató en tiempo de descuento XXL. Que Francia duplicó el portento.
Recapacitemos: tuvimos la suerte del campeón. El mayor romance hinchada-equipo. El golero que salvó dos catástrofes sobre la hora y se magnifica en los penales. El mejor jugador del planeta que contagió a cofrades y a pibes que recién arrancan. Un equipo con mística y solidaridad. Un técnico inteligente y sensato.
Vi los tres campeonatos, otro día me dedico a comparar. Para el futuro me alegra que hijes y nietes hayan vivido el primero de sus vidas. Aunque Qatar enseñó que ganar es difícil es factible que los nietes supongan que Argentina es imbatible, que vencerá siempre. Ya aprenderán que no es así. Serán más sabios desde 2030. Porque en 2026 pintamos para el tetracampeonato con Enzo Fernández, Julián Alvarez, Alexis Mac Allister y varios más fogueados que seguirán en condiciones. ¿Messi? Quién sabe. Empiecen a desempolvar cábalas después de las fiestas. En una de esas…
Abrazo De Gaulle.