La temperatura marca 8 grados bajo cero de térmica pero a casi nadie parece importarle. “Es el calor”, dice señalándose el pecho un militar que salió tal cual se levantó de la silla, sólo con la camiseta de Argentina en el torso. Cuando el triunfo de la Selección es un hecho el festejo en base Marambio se traslada al exterior, con una enorme bandera celeste y blanca, que es la que se usa “para todas las fiestas” --dice un hombre--, sostenida entre todos, y con gritos y cánticos.
“Pierda o gane Argentina vamos a festejar. El resto si quiere se suma”: con estas palabras Federico Vassallo, jefe de la base Marambio, había recibido a un grupo de personas que llegó en el Hércules a este atípico lugar en un día por demás atípico. En el grupo hay militares y científicos que pasarán meses y hasta un año en la base, periodistas, funcionarios, ingenieros y otros invitados que están de paso. Horas más tarde ven el partido en el comedor con buena parte de la dotación, presente aquí desde el 8 de noviembre.
Cuando Montiel patea el penal que da la sufrida victoria personas que acaban de conocerse se fusionan en un abrazo como si fueran amigos o familiares. Los abrazos entre militares y civiles diluyen cualquier prejuicio. Al grito de “dale campeón” todos corren por el pasillo del edificio principal de la base para salir. Frente al Mar de Weddell con sus imponentes témpanos y sobre el suelo de permafrost --nevó más temprano, pero el sol atenuó los rastros-- saltan, cantan “Muchachos...” y otros himnos y agitan la extensa bandera. Un chico trepa al conocido cartel de la base que lleva su nombre sobre los colores de la bandera nacional. Un hombre pide un paseo en helicóptero para celebrar. El festejo más alocado lo protagoniza Lucas, un investigador de rayos cósmicos, “fanático del fútbol”, que llegó esta madrugada. Lucas ya lloraba en el entretiempo, cuando Argentina ganaba 2 a 0. Se arroja sobre la nieve sólo con la camiseta de Argentina puesta; otras dos personas se abalanzan sobre él. Alguien bromea: "¿dónde están las bocinas?". Pero salvo por esta eufórica celebración, alrededor todo es calma y silencio en esta tierra inhóspita. Siquiera se ven animales.
“De los 75 que somos entre militares y científicos 25 ó 30 venían a ver los partidos a este sector frente al televisor”, cuenta Vassallo antes de que comience el partido. “El resto estaba en sus habitaciones por cábala o porque no les gusta que les griten en el oído. Cada uno tuvo su emoción, su vivencia, pero al final todos festejábamos saliendo del edificio para hacerlo a lo grande.” Agrega que el video que se hizo viral de festejos en la base correspondía, en realidad, a Rusia 2018. El comedor es amplio. La decoración de la Navidad se combina con la del Mundial (dos banderas argentinas). De todos los duelos de la Copa, el de la final es el único que se ve con un proyector, ubicado a la derecha de una pantalla a la que la imagen llega más tarde.
Suman poco más de 80 las personas que comparten el ritual. Todo se festeja, hasta los laterales y las jugadas fallidas, y en ningún momento, por adverso que fuere, se deja de alentar. Los recién llegados, todavía alucinados por estar en este lugar, son 50. Arribaron en el histórico avión de la fuerza aérea pasadas las 3, desde Río Gallegos, donde quedaron varados durante horas por cuestiones de clima y visibilidad de las que depende llegar hasta aquí. El personal de la base, con sus camisetas, gorros y banderas, está a pura selfie y comunicación con las familias. El menú para el partido es un tierno vacío con jardinera –-lo que más se consume en la isla son enlatados--. Los platos se sirven en el entretiempo. Hay quienes no comen de los nervios. En todas las mesas hay un vino blanco y uno tinto. El postre es peras al vino tinto.
A Vassallo, que hasta hace un rato no paraba de dar notas periodísticas por videollamada para canales de TV, se lo ve sentado en la punta de la mesa más cercana a las pantallas. A su lado está Federico Prieto, secretario de Gestión Cultural, quien llegó para presentar una iniciativa de la cartera de Cultura en conjunto con la de Defensa. En representación de esta última viajó Pilar Giribone, directora de Gestión Cultural. Las mejillas de Vassallo están pintadas de celeste y blanco. Luce la camiseta de la Selección. Es su cábala, la que le sirvió para cada una de las victorias: en el primer partido, la derrota contra Arabia Saudita, estaba, en cambio, uniformado.
Sobre una de las mesas además de una copa dorada de plástico hay un Gauchito Gil. Es la cábala de Hernán Niño Seeber (58), hombre de la Fuerza Armada. Luce un tatuaje del santo en la pierna. Es su cuarta vez en la Antártida. “Siempre vine en barco. Es terrible cruzar el (pasaje de) Drake. El buque se mueve mucho. Es incómodo vivir dentro de él. Pero siempre volvía. Siempre se vuelve a la Antártida”, expresa. Un compañero suyo promete: “Si salimos campeones todos nos tatuamos el Gauchito Gil”. Hernán tiene otras cábalas: por ejemplo, cruza los dedos toda vez que la pelota está en manos del rival.
"El que no salta es un inglés" es, de todos los himnos, el que en este pedazo de tierra --disputado por Gran Bretaña-- cobra un sentido especial. La coincidencia de que el militar que fundó las primeras bases antárticas en el país tenga el apellido "Pujato", mismo nombre que el pueblo natal de Scaloni, es una mención que hacen varios. Por fuera de la unión que toda la base experimenta, una investigadora francesa que integra un grupo con pares finlandeses mira el partido con expresión neutra.
“¡Qué manera de sufrir!” es quizá la frase que más se repite una vez finalizado el partido. Quizá sea la frase que más repite también el resto de la Argentina, amén de las que aluden a la explosión del festejo. El sufrimiento tiene muchas formas de manifestarse. Lo que se ve en la Antártida no difiere mucho de lo que se ve en cualquier hogar o bar: cuerpos que se van encorvando lentamente, gente que se tira al piso, manos en posición de ruego, piernas que se mueven con nerviosismo, casi besar las banderas. Pero aquí en la Base hay algunas particularidades. Algunos van y vienen entre el comedor y el cuarto contiguo, una cómoda sala con grandes ventanales con vista al mar. Así parecen recuperar algo de calma. Y la máxima expresión del sufrimiento se observa en el pequeño cuarto para fumadores antes de que comience el alargue: una escena protagonizada por gente muy nerviosa, una verdadera humareda. En ese mismo cuarto, un joven militar –que luego verá a Argentina campeón por primera vez-- confiesa que siempre soñó con ver un Mundial en la Antártida.
Son más de las 21 pero todavía es de día. Porque en esta época en la Antártida es siempre de día. En el comedor se sigue de festejo, con cerveza y pizza de distintas variedades, una con rúcula de la huerta hidropónica del lugar. Una regla se rompió: el alcohol está permitido sólo los sábados, según habían explicado en una charla de convivencia. En el cuarto de fumadores, tres jóvenes hablan de sus promesas. Uno cuenta que se va a tatuar la cara del Dibu.