Apenas terminamos de sufrir, los hinchas recién consagrados llegaron caminando desde los cuatro puntos cardinales al epicentro de la ciudad de Salta: la plaza 9 de Julio. Sin vallado policial como sí ocurrió contra Croacia, les salteñes no tardaron en desbordarla. La fiesta tuvo una segunda oleada, después de que Lionel Messi levantó el trofeo dorado. La fiesta desbordó la avenida Belgrano y se conectó con otro epicentro de festejos: el Monumento a Güemes, segundo espacio-ícono de Salta capital durante el Mundial de Qatar 2022. Todo se llenó de gente: cada rincón de la ciudad, cada esquina, cada plaza, cada lugar de la provincia se convirtió en un lugar de disfrute. La Argentina es campeona del mundo por tercera vez en la historia y ya nadie nos saca la nueva estrella.
“¿Cuál fue su cábala?”. La pregunta fue dirigida a una mujer que abrazaba a una niña en medio del festejo en la plaza 9 de Julio. Ya era imposible llegar hasta el Cabildo Histórico, el lugar elegido por los hinchas después de cada partido mundialista. “Lo ví con mi nieta, en todos los partidos estuve con ella”, contó con la satisfacción de haber compartido con ella algo único. Mientras, la nena lanzaba espuma blanca desde el envase de aerosol recién comprado, como si fuera nieve de carnaval.
La misma pregunta se repitió cada vez que los cánticos, “Muchachos ahora nos volvimos a ilusionar...” o “El que no salta es un inglés ...”, permitieron el intercambio por unos pocos segundos. Algunos usaron la misma camiseta. Otras compartieron cada partido con las mismas amigas. “¿Juegan al fútbol?”: “Noooo (risas), es nuestro primer mundial”. Otros vistieron a la mascota con la misma remera, cargaron al mismo santo en brazos en cada partido (San Expedito), o declararon que, por cábala, sólo escucharon los partidos y no miraron ni una vez al televisor. No faltaron los turistas: una francesa felicitó a esta cronista por haber ganado y dos alemanes con la camiseta de Messi recibieron el pésame.
Cerrado por fútbol. Ese fue el mediodía de domingo salteño. No volaron ni las moscas. El silencio se apoderó de una tarde siesta. Por poco más de dos horas no circularon automóviles, ni motos, ni bicicletas. Nadie, absolutamente nadie se movió del lugar que eligió o pudo encontrar para atravesar la experiencia de una final del mundo de fútbol. Pequeños kioskos, bares, vidrieras del centro con televisores encendidos; radios al hombro pegadas a una oreja o auriculares que ayudaron a seguir la final desde el trabajo, mientras el relator o relatora del momento transmitían en vivo el descenlace inolvidable.
Durante el primer tiempo, dos veces los gritos cargados de “¡goool carajo!” desbordaron las gargantas. En la capital salteña las pantallas gigantes fueron el termómetro de esa alegría. Las voces de los hinchas se escuchaban por oleadas, por efecto del delay entre las transmisiones por radio, la TV Pública y los canales deportivos del cable. Los cohetazos se unieron después, cuando parecía que abrazaríamos lo imposible sin mediar sufrimiento. Sin embargo, los corazones se paralizaron varias veces hasta el alargue y los penales.
Al final, nuestro santo de la religión futbolera hizo su magia. El D10S que estuvo hasta el final en cada plaza del mundial en la ciudad de Salta, abrió la puerta. Su imagen estuvo ahí desde el partido con México. Impreso en banderas, con su cara convertida en ícono, inmortalizado con su mirada desafiente, esa de México 86 o la final robada de Italia 90. Se mezcló luego entre el gentío, tatuado en los cuerpos reunidos frente al Cabildo Histórico, después del Topo Gigio de Lionel Messi (no el de la italiana María Perego) al entrenador de Países Bajos, Louise van Gaal. Ese día, un Diego Maradona vestido con casaca de Boca Juniors circuló como santo en procesión por el damero principal de la ciudad de Salta. Durante aquel día bisagra, un hincha trepado en la Glorieta 4 Siglos (todavía sin custodia policial) ondeó la bandera argentina con el D10S en letras gigantes que suplantaban la centralidad del sol inca. Todes los allí presentes recibieron cada flameo cual gotas de agua bendita.
Aquella procesión futbolera se replicó en la plaza 9 de Julio después de vencer a Croacia. Ese día, en cambio, Messi y Di María fueron los santos en andas que circularon sobre el gentío reunido frente al Cabildo Histórico. Coincidió con las réplicas del trofeo del mundo que se unieron a los santos futboleros y enmudecieron al gentío cada vez que el dueño o dueña de turno las levantaban en brazo para que todes las vieran.
Hoy, Argentina es campeona del mundo por tercerca vez del deporte más popular en el país. Los más chicos pueden contar que vieron a Lionel Messi consagrarse en la lejana Doha, mientras un emir qatarí, de nombre que parece salido del cuento “Las mil y una noches” (Tamim bin Hamad Al Thani), le colocó una capa negra de superhéroe con bordes dorados. De ahora en más, esos peques comprarán remeras con tres estrellas, símbolo de una nueva era en el juego que todes disfrutamos, sea jugando sobre piso de tierra y en patas, sea en potreros sintéticos con botines de tapones bajos, sea observando desde cómodas reposeras, el suelo, la tribuna o, con suerte, una platea. Barrios, caseríos, parajes, pueblos o ciudades de toda Salta, da igual. Un lugar, dos grupos, una pelota.
Después del penal pateado por Gonzalo Montiel, hubo misa de domingo. No en la Catedral Basílica de Salta, sino en esa plaza mundialista. Allí se cumplió con el traspaso generacional. No hubo imágenes de santos futboleros, sino adultos cargando en andas a los más chicos que vestían la camiseta del nuevo rey del fútbol, el nuevo D10S argento humano, el nuevo santo del fútbol doméstico: Messi/10. La escena se repidió en la plaza desbordada y en las calles de toda la ciudad.
Las generaciones que vieron a la selección de Menotti/Kempes del 78 y Bilardo/Maradona del 86 pasaron el testigo de sentirse dueños de la copa del mundo de fútbol a las nuevas generaciones de Scaloni/Messi del 22. Al Messi santo lo acompañan ahora Dibu Martínez, Ángel Di María (el Ángel) y Julián Álvarez. No pudieron las mufas de Qatar (van Gaal, Mbapee, Macri) o los dueños del mensaje hegemónico. Desde ayer, Argentina declaró el fin de la grieta generacional, el fin de un bache de 36 años entre quienes vieron a un equipo argentino levantar el trofeo dorado de la copa del mundo.