“Desde la Conquista para acá, América es la depositaria de un gran río de culturas”, sostiene el guitarrista y cantante Tomás Bradley para graficar el espíritu conceptual del segundo disco de La Lija, Río largo (2016), que hace dialogar a ritmos folklóricos latinoamericanos con músicas europeas antiguas. “Intentamos aportarle a la música popular una visión un poco más amplia de lo que se entiende por popular. Lo popular no es sinónimo de folklórico. Sabemos que al tener la pretensión de componer música popular, debemos tener en cuenta una serie de cosas, pero al mismo tiempo nos sentimos libres de aportar nuestra mirada y nos permitimos pensar cuál es su espíritu en la actualidad”, explica Bradley, casi como una declaración de principios del grupo. O de la “compañía de artistas”, como prefieren denominarse. Es que La Lija surgió como una compañía de teatro y música –escribió e interpretó tres obras– y en la actualidad se aboca al terreno musical, con composiciones propias. La presentación será hoy a las 21 en Hasta Trilce (Maza 177), el centro cultural que ellos mismos gestionan.
Las composiciones de Río largo recorren motivos folklóricos como el joropo venezolano, la música andina boliviana y la zamba argentina, pero al mismo tiempo se cruzan con la música barroca, celta y griega, y son permeables a abordajes académicos. Una geografía musical sin fronteras donde conviven pianos, guitarras, arpa, acordeones, charangos, flautas, mandolinas, laúdes y una “diversidad grande de instrumentos orgánicos cuya reunión es, en algunos casos, inédita”. “Lo que queremos es expandir el alma de lo popular americano y colaborar en la constitución del sujeto americano. Nos interesa interpelar toda la historia y buscar sentidos. Somos una generación post dictadura y eso nos marcó”, dice Brasdley en nombre de sus doce compañeros de proyecto. En esta misma línea, realizaron junto al Cuarteto Cedrón el reestreno en la Argentina, después de 43 años, de “Del gallo cantor”, una cantata musical y poética conceptual con textos de Juan Gelman y música de Juan Cedrón. La obra fue creada en 1972 pocos meses después de los fusilamientos de Trelew. “La hicimos para colaborar desde lo cultural en zurcir esa distancia que hay entre la generación paterna y nuestra generación, porque entendíamos que ésa obra contenía de modo cabal el rostro de nuestros padres”, entiende Bradley.