Ni la consagración fundacional del Mundial de 1978, que aflojó por unos días la fiereza asesina de la dictadura de Videla, Agosti y Massera, ni el legendario Mundial de México '86 que convirtió a Diego Maradona en un héroe del fútbol, conmovieron tanto a la Argentina como el título del mundo logrado el domingo por la Selección que capitaneó Lionel Messi y dirigió Lionel Scaloni. Escapa a quien esto escribe detectar las correntadas sociales profundas que han provocado esta pueblada de amor y pasión.
Pero algún resorte emocional secreto debe haber activado este equipo para que entre cuatro y cinco millones de personas hayan sentido la necesidad de salir a las calles, solo en el área de Capital y Gran Buenos Aires, a darle la bienvenida a Messi y a sus compañeros y las gracias por haberles hecho vivir el domingo, la mayor alegría popular de los últimos 35 años.
Ya había habido en la Copa América 2021, ganada a Brasil en el estadio Maracaná, un anticipo de lo que esta Selección era capaz de movilizar. Ese título tan buscado aireó el malhumor nacional en medio de la pandemia y luego de un año y medio de pésimas noticias, encierros y 600 muertos por día. La gente salió a abrazarse y a celebrar a pesar de los barbijos y las recomendaciones en contrario. Y esa misma noche decretó de facto, el adiós del coronavirus.
Era previsible un gran estallido de emoción para el caso de que se ganara el Mundial de Qatar. Pero lo que se ha visto y vivido desde el domingo ha puesto la cuestión en otra altura. Porque nunca la sociedad argentina respondió con tanta masividad a un éxito deportivo. Ni siquiera del fútbol que lleva la delantera histórica en cuestiones de popularidad. En lo que va del tercer milenio se ha incorporado una nueva generación de hinchas más apasionados y fervorosos que las anteriores. Y esa camada de jóvenes que viven el fútbol con desmesura, pero como uno de los hechos centrales de sus existencias, le ha dado al título conseguido el domingo una dimensión extraordinaria. Acaso como respuesta a tantas malas noticias, tantas postergaciones y tantos pesimismos.
Fue una pena que la caravana no haya podido llegar al centro de la ciudad de Buenos Aires. Y que millones de personas no hayan podido saludar a los campeones del mundo. La oleada popular fue incontenible y escapó al control de todos los operativos de seguridad. Pero los jugadores de la Selección podrán retornar a su actividad en Europa con la certeza de que han conmovido al país como nadie y como nunca. Sociológos y cientistas sociales del futuro repasarán las imágenes de las últimas 72 horas y releerán las ediciones de este y otros diarios. Y no podrán dar crédito a lo que el tercer título mundial de su historia ha provocado en un país que hace rato que se ha acostumbrado a reír y a llorar en clave futbolera.